on Sunday, May 29, 2011
"La intolerancia puede ser definida aproximadamente como la indignación de los hombres que no tienen opiniones". Gilbert Keith Chesterton


Aunque no todas, ni tampoco las formas o el claro sesgo hacia la izquierda más radical, sin duda comparto algunas de las reivindicaciones de los indignados del 15M. Es más, llevo ya algunos años indignado contra la indignidad y la corrupción de una parte importante de nuestra clase política -uno de los principales argumentos que esgrimen- y denunciando la importante crisis de valores, humanismo y liderazgo que padece nuestra sociedad, así como sus más que posibles consecuencias, de las que esa clase política es, precisamente, una de ellas. Quizás por eso firmo mis artículos como Humanitum Iratus -humanamente indignado-, desde el momento que decidí que había que dar la batalla para tratar de cambiar las cosas.

Por descontado no soy el único indignado y son miles las personas que se han ido sumando a ese movimiento, o que han visto en él una expresión y una forma de canalizar toda esa indignación contenida y paulatinamente en aumento, que muchos españoles venimos soportando durante los últimos años. Por ello, son muchos los ciudadanos que se han unido al movimiento, los que lo están apoyando o cuando menos, los que lo ven con una cierta simpatía.

La preocupación y el espíritu de lucha de muchos de esos indignados es honesta y encomiable y ya es un paso positivo el que una parte importante de nuestra sociedad se empiece a replantear algunas cuestiones trascendentales y la necesidad de promover una regeneración social, desde la revisión de determinadas prácticas políticas y económicas. A pesar de todo, resulta difícil no intuir alguna manipulación y cierta presencia de los denominados “anti-sistema” en esas plazas, cuyos campamentos empiezan a arruinar el aspecto de nuestras ciudades, la convivencia pacífica y hasta la vida de muchas personas. Hay otros cauces y otras formas de demostrar la indignación y de promover esa regeneración social tan necesaria como inevitable. Pero si verdaderamente pretenden cambiar algo y que ese cambio sea positivo, deberían empezar por respetar los principios de convivencia más elementales. Si no, algunos pensaremos que es más de lo mismo, pero descontrolado, con posturas radicales, sin un liderazgo claro y que se pretende imponer, lo cuál es todavía mucho más peligroso y los riesgos que ello implica son todavía mayores.

Si pasamos de estar indignados a comportarnos de forma indigna o tratamos de imponer nuestro criterio por la fuerza o de forma insensata, no sólo no habremos resuelto la crisis de valores y humanismo que padece la civilización occidental, que es el verdadero y primer problema a resolver, sino que habremos dado un nuevo paso hacia la destrucción de nuestra sociedad.

Por ello, sugiero a los indignados que mantengan la indignación desde sus casas y que se reúnan en asamblea en locales o lugares donde no contribuyan a destruir la convivencia de nuestras ciudades o las vidas y negocios de muchos miles de personas. Sugiero que sean en todo momento conscientes de que los mejores cambios son los que se consiguen desde el convencimiento y no desde la imposición. Sugiero que utilicen Internet de forma inteligente -sin duda saben cómo hacerlo, además de utilizarla para convocar a las plazas-, ya que a través de foros y sistemas de reuniones con audio en línea, también se pude debatir, exponer ideas y llegar a acuerdos. Y sobre todo les sugiero y les invito a que profundicen desde la inteligencia y el amor en esos valores elementales y en ese humanismo, que deberían ser la base de cualquier propuesta que pueda salir de esas asambleas. De lo contrario, estarán actuando de forma similar a aquello que pretenden denunciar y sobre todo conculcando esos principios universales... y sin ellos, difícilmente su indignación servirá para nada más que para convertirlos en indignos y para seguir alimentando la indignación de los demás, en este caso, dirigida también hacia ellos.

Por Alberto de Zunzunegui

on Saturday, May 28, 2011
Los candidatos van y vienen en bicicleta, dispuestos a convencernos de que apenas utilizan los coches oficiales. Sueltan besos a destajo por los mercados, interesándose por el precio del pollo y del pan, como si patearan a diario los lineales del DIA. Prometen un carril bici por aquí. Prometen la reducción de intermediarios entre el agricultor y el ama de casa por allá. Prometen un Valhala como el boticario garantiza la eficacia de un crecepelo. Son políticos y están en campaña, dispuestos a cualquier cosa con tal de no verse en la amarga tesitura de telefonear a los suyos para comunicarles que ha llegado la hora de cerrar el chiringuito después de una vida jugando a prebostes. Por eso sacan en andas al cuerno de la abundancia, como si fuesen cascos azules que regalan víveres por las aldeas del hambre y no representantes de unos ciudadanos que necesitan, más que nunca, unos administradores que se dediquen justamente a eso: a administrar lo que es de todos sin necesidad de recordarnos a cada hora lo buenos que son y lo malo que es el contrario.

La educación aparece siempre entre las promesas de cada campaña. Pero no la calidad del conocimiento o el baremo del esfuerzo, sino lo que reviste al muñeco: aulas con más ordenadores que alumnos y el inglés.

Somos dueños de la segunda lengua más hablada del planeta y la despreciamos. No es que nuestros niños no deban hablar inglés como manejan su lengua materna (por mí, que aprendan urdu y mandarín), sino que apenas conocen los resortes básicos del español, apasionante en su riqueza léxica, en su sintaxis y gramática, vehículo con el que se expandió la civilización y la fe por medio mundo y que emplearon los reyes, santos y villanos que han cincelado la Historia.

Me llama la atención la obsesión por este falso bilingüismo que poco tiene que ver con el correcto empleo de las leyes que rigen los dos idiomas (¡y dale con el inglés!). Los jóvenes han reducido su capacidad de expresión a lo anecdótico, de tal forma que su comunicación verbal y escrita es una suma de generalidades y coletillas en SMS que no resisten el análisis formal de un antiguo estudiante de EGB. Imprecisiones, incorrecciones, coletillas y reducciones son reflejo de la limitación de su imaginario y de la calidad de sus nuevos maestros: futbolistas y vicetiples de programas de televisión. Y en inglés, claro, más de lo mismo: zarandajas con las que no logran comprender que la palabra tiene un origen divino.

Publicado en ALBA, el 13 de mayo de 2011

on Friday, May 27, 2011
Hace escasas fechas, se ha denunciado la práctica lamentable de algunas empresas comerciales que, a través de sus campañas publicitarias, ofrecen a nuestros pequeños engañosos regalos a cambio de que consuman tal o cual producto, se decidan por una u otra marca o adquieran un material mal llamado educativo pero que les da derecho a "llevarse gratis", nada más y nada menos, que un ordenador.

Parece ser que, aunque lentamente, vamos poniendo un poco de atención en defender a nuestros niños de los diversos demonios familiares que desde hace tantos años nos rodean por doquier, y de los nuevos que, entrelazados en la Red los amenazan, pero yo me pregunto si no sería más provechoso que corrigiéramos de una vez por todas las malas prácticas, sean del estilo que sean y atenten contra quien atenten.

Desde que tengo uso de razón (expresión que por absurda, merecería ser eliminada) he disfrutado primero y padecido después, miles de campañas publicitarias que incluían, de forma más o menos velada, una torpe compensación. Al principio de los tiempos, o sea hace cuarenta y tantos años, a los "mayores" les bastaba reunir una serie de cupones que les entregaban con la compra en menor o mayor cantidad y según el costo, que no el valor, del producto adquirido, y con ayuda del Sindeticón se iban pegando en una cartilla de cartón, fea y casi siempre manchada de grasa, que solía estar en la cocina  a la intemperie. Para acceder a los distintos regalos había que rellenar las cartillas y el número de éstas variaba en función de la importancia del obsequio anhelado.

Poco tiempo después, y cuando comenzábamos a disfrutar o a padecer la era del electrodoméstico y el descubrimiento de la utilidad del acero inoxidable en los hogares, las nuevas marcas de jabón destinadas a lavadoras automáticas incluían en sus paquetes -aún no existían los "tambores"- piezas, por cierto espléndidas, de cuberterías de tan novedoso material. El aluminio, el cobre y la alpaca empleados a diario fueron sustituidos y las amas de casa de los años sesenta no cabían en sí de satisfacción al disponer sin mayor desembolso, o al menos ellas lo creían, de tan bellos y prácticos utensilios.

Así las cosas, algún genio de la publicidad pensó en que podría ser mucho más rentable para su empresa-cliente dejarse de regalos para los mayores y comenzar a incluir diversas chucherías para los niños. A partir de entonces en unos y otros productos se incluían indios y vaqueros de plástico; pistolas de agua; arandelas de goma elástica para enmarcar a actores o futbolistas en el juego de las chapas; yo-yos; ranas de latón; juegos de la pulga; sobres sorpresa, sortijas del serrín (algún día les hablaré de los puestos del "serrín de a duro" de Conde de Peñalver), y demás artilugios, que costaban muy poco pero que eran suficientemente apreciados por nuestros pequeños y, por tanto, valían mucho.

-Aquí debo hacer un inciso para agradecer a una empresa suiza de chocolates, afincada en España, por ser pionera en la feliz idea de incluir en sus productos, sin aumento de precio, una serie de magníficos cromos sobre plantas y animales que muchos de nosotros coleccionamos con afán, al tiempo que disfrutábamos de la auténtica y no mermada calidad de sus deliciosas chocolatinas-.

Los años fueron pasando y llegó la televisión. Desde un principio -y según me cuentan, hoy sigue ocurriendo lo mismo- a nuestros hijos menores de cinco años no había nada que les atrajera más que los anuncios publicitarios.  Ni "Flipper", ni "Valentina, Locomotoro y el capitán Tan"; ni "Vicky, el vikingo"; ni "Furia"; ni "Rin-tin-tin"; ni "Fofó, Miliky y Fofito", ni "Viaje al fondo del mar" ni ninguno de los demás programas infantiles de la época conseguían atraer la atención de nuestros hijos como los minutos dedicados a la publicidad.

Siguieron cambiando modos y costumbres. Algún experto nos advirtió de la inconveniencia de utilizar ciertos productos y proliferaron mentiras como la de que nuestro aceite podría ser el culpable del aumento de algo maligno que recibía el nombre de colesterol, y las distintas marcas se apresuraron a cantarnos las excelencias del girasol al que hasta entonces solo Van Gogh y los miles de degustadores de pipas habíamos dado la importancia que merecía. Las bebidas rojas se  abrieron paso, para luego ser proscritas por cancerígenas, empezaron a promocionarse las comidas y bebidas "light" -ni siquiera defendimos para nuestro castellano el vocablo ligeras-.

Capítulo aparte merece la Octava Plaga de Egipto que bajo el nombre de culto a la delgadez propició el tormento de tantas familias. Alguien alguna vez tendrá que hacerse responsable del dolor, la angustia y la mortandad de niñas y jóvenes y de algún que otro muchacho, que la maldita plaga ha originado en estos años. Junto a ella, aunque de ningún modo comparable, proliferaron hasta el infinito y la nausea los potingues de variada eficacia y precio que borran arrugas, eliminan manchas, reducen grasas. En fin ¡Te convierten en hada o en príncipe encantado!

Parece ser que hoy por hoy ya es casi imposible "vender" nada, ni siquiera en política, si no es a través de una costosa campaña publicitaria. Sería estúpido negar la evidencia y rechazar este procedimiento. Lo que sí debemos exigir es que no nos tomen el pelo ni nos falten al respeto. Que cuanto nos ofrezcan incluya en su propaganda solo la verdad, con permiso eso sí de hermosearla, y puede que fuera mejor que en lugar de regalos no solicitados, de ofertas fabulosas o de anunciados milagros que nunca ocurren, se aminorara el precio de lo ofrecido y no se animara a comprar el dos por tres que sólo implica consumir innecesariamente, y que en todos los artículos se cuidara exquisitamente la autenticidad en la calidad de lo ofrecido siguiendo el ejemplo de las, desgraciadamente, escasas empresas que realizan sus campañas con gran seriedad y además son atrayentes.

Recordemos que nuestros hijos pasan muchas horas contemplando estos anuncios. Si desde tan pequeños les dan una y otra vez gato por liebre será muy difícil educarles en la honradez y explicarles que de nada sirve un deslumbrante envoltorio si en su interior se oculta el vacío, la inutilidad, la usura, la mentira ... y en casos extremos, la muerte.

Por Elena Méndez-Leite

on Monday, May 23, 2011
"Las circunstancias... palabras vacías de sentido con que trata el hombre de descargar en seres ideales la responsabilidad de sus desatinos". Mariano José de Larra


Al margen de ideas o tendencias políticas, Zapatero será recordado por la historia -que termina poniendo a cada uno donde le corresponde- como uno de los mayores destructores de valores de nuestra democracia. Entre otras cosas, por insistir en dinamitar la esencia de esa misma democracia, gobernando únicamente para su electorado; favoreciendo descaradamente a la banca y a las clientelas que le auparon y le han sostenido hasta ahora en el poder; atentando contra la más elemental separación de poderes y en particular contra la independencia de la justicia; confrontando a la sociedad, arriesgando la unidad territorial del estado y alimentando las aspiraciones del nacionalismo centrífugo; pateando la vida, a través de la promoción del aborto y su contribución a que organizaciones afines al terrorismo de ETA gobiernen en ayuntamientos y gestionen fondos públicos. Eso por citar algunas de las responsabilidades más importantes que cabría imputarle desde un punto de vista de los valores democráticos e incluso de los valores humanos más elementales. Sin duda, objetivamente, cuesta mucho encontrar bien, verdad o belleza en alguna de sus principales actuaciones, llevadas a cabo a lo largo de estos siete años como principal responsable del Gobierno y la Administración de España.

Respecto a su falta de humanismo, la lista se podría completar con otras muchas más actuaciones, absolutamente indignas en un presidente de estado, pero baste con mencionar que pocas cosas hay más inhumanas que contribuir activamente al empobrecimiento y a la miseria de millones de personas por motivos electoralistas y/o espurios.

Afortunadamente, ayer recibió el voto reflexivo y meditado de millones de españoles, que en una amplia mayoría se lo negarón y hoy estamos un poco más cerca de poner fin a una de etapas más oscuras de nuestra historia. Zapatero se irá en breve y además lo hará por la puerta de atrás, como corresponde a uno de los peores y más nocivos gobernantes que hayamos podido tener en todos los tiempos.

Por Alberto de Zunzunegui


on Tuesday, May 10, 2011
Tras un período más o menos breve de embarazo, los libros van naciendo aquí y allá como las gentes. Unos encuentran los medios para celebrar un bautizo sonado, al que acuden invitados de prosopopeya, hayan eco en las notas de sociedad y, tras ser ojeados, dedicados, y elogiados, pasan a formar parte de las listas de los más comprados, que no significa de los más leídos. Otros por el contrario vienen al mundo sin padrinos, reciben las aguas bautismales en compañía de un reducido grupo de incondicionales y tras su breve paso por los escaparates, comienzan una vida oscura y difícil de sobrellevar. Los hay que no llegan a lograrse tras gestaciones ásperas y difíciles, mientras que hay otros que a las pocas horas de nacer pasan a formar parte de la estantería de cuatro familiares, algún amigo bondadoso y pare usted de contar, están además los que nunca llegan a ser leídos a pesar de parirse y publicarse Estos últimos e inexistentes son aquellos que yo llamo los no libros, pues es bien sabido que “un libro no es libro hasta que alguien lo lee”. Ana María Matute dixit.

Hay otra clase de libros que para mí son privilegiados. En primer lugar, aquellos que son adquiridos con amor e interés por alguien que como un padre solícito los acaricia, los ojea, aspira su característico olor, suspira, y después los lee sin prisas y con pausa. Una vez terminada su lectura lo conserva unos instantes entre sus manos como sintiendo pesar por tener que abandonar sus páginas, y al fin lentamente lo deposita con suavidad en un espacio previamente buscado y elegido en la biblioteca para que permanezca junto a él de por vida.

En segundo lugar están todos aquellos tomos que forman parte de los catálogos de las hermosísimas Bibliotecas Públicas que, cada vez en mayor número y con los medios más sofisticados se extienden por pueblos y ciudades de nuestro país y su entorno. Ese conjunto de libros que con mayor o menor acierto han sido elegidos y salvados de entre otros miles para gozar de una vida larga, cuidada y sin sobresaltos, con la seguridad de saber que su historia se mantendrá viva por tiempo y tiempo y de que serán muchos los ojos de toda edad y condición que bucearán entre sus renglones, llorarán de emoción, se abrirán de asombro y se entrecerrarán para meditar su contenido.

Disfruto participando del rito previo de los visitantes que han de escoger un libro en una biblioteca, a menudo hasta juego a adivinar, por el aspecto y la edad del individuo, cual será el elegido por cada sujeto. Intento vano casi siempre. Me fijo en la expresión de su rostro al consultar si está disponible, observo su impaciencia mientras llega la entrega, comparto su sonrisa al tenerlo entre sus manos y le sigo con la mirada hasta que sale de la sala de préstamos o acaba encontrando el acomodo ideal en ella para consultarlo o saborearlo con fruición. En los años que pasé al cargo de bibliotecas nunca tuve el sobresalto de que alguno de los usuarios descuidara el libro prestado, todo lo más algún retraso esporádico en su devolución, lo que demuestra la calidad humana de aquellas buenas gentes.

Hay una clase más de libros también afortunados, los que se apilan en librerías especializadas donde, aunque pasen años y años, permanecen inamovibles en su espacio del anaquel sin el temor de que una mano enemiga los envíe al almacén polvoriento del olvido, y con la esperanza de que el próximo visitante que entre en la tienda vendrá a buscarlo a él para llevarlo consigo para siempre.

Están por último los primeros. Es decir; los libros de viejo, esos tesoros buscados y rebuscados por los enamorados de la lectura, que proporcionan el primer gozo al acariciar sus cubiertas empolvadas, marchitas por la pátina del tiempo, con ese olor característico que embriaga al ojear sus páginas, con esas letras a menudo imposibles, con esas láminas que en obritas menores provocan la sonrisa y en ejemplares magníficos las lágrimas.

Todos los avances que el hombre consigue con dedicación y esfuerzo deben ser bendecidos. Es hermoso que hoy podamos contar a traves de las Redes con miles de libros que, graciosamente desnudos, se brindan a la lectura; que en cualquier momento y a un golpe de click nuestro intelecto encuentre respuesta a cualquier duda, pasee por las mejores bibliotecas del mundo y pueda elegir entre miles de autores en diferentes lenguas y materias aquella obra que siempre deseó leer y que, por no ser económicamente rentable -¡siempre el maldito dinero!- se retiró de la circulación prematuramente; aquél poema perdido en la memoria, aquella historia que deseamos releer porque dejó imborrable huella en nuestras vidas, y todo ello sin abandonar el cómodo sillón pero, al propio tiempo, me da una pena tremenda comprobar cómo se van cerrando librerías, porque el placer de tener entre las manos el libro elegido, de charlar sobre él con el librero, de ir pasando una a una las páginas de otra nueva o vieja historia que nos emociona, nos duele o nos alegra, nos impresiona, nos trastorna o nos consuela, nos enseña, nos forma o nos informa, nos enternece nos entristece o nos destroza, nos invita a vivir cientos de vida, cuando la vida es tan monótona y tan corta, no se puede sentir del mismo modo mirando a una pantalla que ni siquiera se toca. La satisfacción de llegar al final de un libro que prendido de nuestros dedos revivió una vez más aumentando su gloria tiene ese momento crucial de sujetarlo fuertemente y abrazarlo después como a un amigo del alma que nos proporcionó momentos deliciosos sin pedir nada a cambio. ¿Qué quieren que les diga? Yo siento un amor especial por esos libros, los necesito y los quiero.

Hace unos meses o quizá años -creo que fue una idea de los responsables del Ayuntamiento madrileño- se inició una campaña para fomento de la lectura consistente en “abandonar” ejemplares de novelas en distintos lugares de la capital; parques, paradas de autobús, entradas de metro etc., La idea era que aquel que lo deseara se llevara el libro, lo leyera con respeto y cuidado y lo volviera a dejar en algún lugar público a disposición de otro lector anónimo. No sé al final como resultó la experiencia, porque de todas esas actuaciones generalmente conoces el inicio y no la conclusión, pero sería interesante que alguien nos contase los entresijos del desarrollo de esa actuación y de que no muriera tan feliz proyecto para que siguiéramos “abandonando y recogiendo” libros por el placer inmenso de usar nuestros cinco sentidos; mirarlos, saborearlos, olerlos y tocarlos y, para que no falte ninguno, leérselos a alguien en voz alta y así también.....gozar del placer de escucharlos.

Por Elena Méndez-Leite