on Sunday, April 29, 2012

"¿Qué se pide a una nación, a una época, a la Humanidad al completo cuando se le debe mostrar respeto y admiración? Se le exige que la educación, la sabiduría y la virtud que estén bajo su gobierno estén tan extendidas y sean tan fuertes como sea posible, que aumenten de tal forma sus valores internos que el concepto de humanidad alcance un contenido elevado y respetado". Wilhelm Von Humboldt

Wilhelm von Humboldt pertenece –junto con su hermano Alexander, dos años menor que él– a una generación que sobrevivió al derrumbamiento del Estado absoluto a raíz de la Revolución Francesa y que configuró la construcción de una nueva Europa. La educación de los dos hermanos se desarrolló inmersa por entero en el espíritu de Rousseau y del filantropismo; hicieron suyas durante su juventud las ideas de la Ilustración, vivieron luego los años del Sturm und Drang, se adhirieron al círculo poético de Weimar, y gozaron de la amistad de Schiller y de Goethe. Mientras Alexander recorría el mundo y, mediante sus investigaciones, encaminaba por nuevos derroteros las ciencias naturales, Wilhelm sentaba las bases para el desarrollo de las ciencias del pensamiento moderno. 

Wilhelm von Humboldt militó en las filas de los reformadores que, tras la ocupación napoleónica, tuvieron en sus manos el destino de los estados prusianos. La reforma de la Administración aparece vinculada a los nombres de Stein y Hardenberg, y la del Ejército a los de Scharnhorst y Gneisenau; a Wilhelm von Humboldt le correspondía sentar las bases de unas nuevas directrices educativas en Prusia. Aunque su permanencia en las altas esferas ministeriales duró solamente 16 meses, su labor durante ese periodo imprimió un impulso a la política educativa del país que ha perdurado incluso hasta nuestros días, y su concepción de una teoría educativa moderna experimenta en los últimos tiempos un auge creciente.

Los años de formación

Wilhelm y Alexander von Humboldt eran hijos del segundo matrimonio del Tesorero real Alexander Georg von Humboldt. Éste, que había llegado a servir en la corte de Wilhelm II, en Potsdam, casó en segundas nupcias con una viuda, la baronesa de Holwede, cuyo hijo del matrimonio anterior había tenido como mentor a Johann Heinrich Campe. Éste, que posteriormente sería uno de los representantes del filantropismo alemán, vino a ser asimismo el preceptor de los dos hermanos, primero en Potsdam y, cuando el padre hubo cesado en sus funciones, en Tegel, cerca de Berlín.

Muchos años más tarde, en una carta dirigida a Frau Campe (12 de septiembre de 1801), afirmaba Wilhelm von Humboldt deber a Campe una gran parte de su formación personal. (Cartas, pág. 403). Con ello se refería no sólo a los años transcurridos en Tegel, sino también al viaje que, inmediatamente después de la toma de la Bastilla, había emprendido Campe a París llevando consigo al que entonces era su discípulo.

Que la educación de ambos hermanos debió haber sido extremadamente liberal se infiere de ciertas opiniones que al respecto habrían emitido sucesivos preceptores: según ellos, si de Wilhelm –que a la sazón contaba doce años– aún era posible sacar partido, con Alexander en cambio no había nada que hacer. Aunque no es raro que los pedagogos se equivoquen en sus juicios, un yerro tan garrafal como el cometido con Alexander, quien con el tiempo llegaría a ser gran maestro de la comunidad de científicos, da ciertamente que pensar.

Que los dos hermanos eran muy diferentes se desprende de cierta carta enviada por una amiga de su madre, a raíz de una visita, en 1785: “De los hijos, sólo puedo decir que Wilhelm, con toda su erudición, no tiene nada de pedante. Al contrario, siempre está bromeando... Alexander es más pillo. Por lo demás, está dotado de un gran talento...” (Cartas, pág. 33/34). En una carta a su madre, fechada el 9 de octubre de 1804, el propio Wilhelm explicaba estas diferencias: “Desde nuestra infancia hemos sido los polos opuestos, aunque siempre nos hemos amado... El, desde muy joven, se proyectaba hacia afuera, y yo he optado también desde muy temprano por una vida interior” (Cartas, pág. 531).

Wilhelm von Humboldt pensaba ciertamente en Campe, ya que en 1801, en la citada carta a la mujer de éste –estaba buscando un profesor para sus propios hijos– describe las características de un buen pedagogo: éste deberá ser un hombre “que sepa cómo tratar a unos niños tan pequeños y lo haga con gusto, que no sólo sepa utilizar métodos de enseñanza adecuados, sino que también inculque, mediante paseos, juegos, etc., en los niños nociones correctas y precisas”. No deberá poseer una “verdadera erudición”, pero en su trabajo deberá “conocer las cosas a fondo y, en la instrucción de los niños, insistir una y otra vez en lo fundamental”. Tras la observación que sigue se oculta una crítica a los métodos de educación filantropistas: “Pues, si no se insiste en lo fundamental, todo se queda en diversión y no se saca provecho ni para la teoría ni para la vida práctica” (Cartas, pág. 422). Se aprecia ya aquí claramente que la concepción humboldtiana de la formación en todos los órdenes nada tiene en común con la acumulación superficial de conocimientos.

La temprana muerte del padre en 1779 –al que se describe como “un hombre comprensivo y de buen gusto”, y como “un gran filántropo, afable y generoso”– produjo una profunda conmoción en los dos jóvenes, y especialmente en Wilhelm, que quedó muy afectado por la pérdida. La formación intelectual de los hermanos quedó, a partir de entonces, a cargo de Christian Kunth, quien entre 1777 y 1788 ejerció como profesor privado de los Humboldt y posteriormente, siendo ya funcionario del Estado en Berlín, siguió manteniendo lazos de amistad con la familia. (Su deseo de ser enterrado en el Schlosspark de Tegel fue cumplido por Wilhelm en 1829.) Supo organizar perfectamente la educación de sus alumnos e incitarlos continuamente a aprender por sí mismos. Para ello, asoció a esta empresa a eminentes personalidades de la vida intelectual berlinesa. Uno de los eruditos invitados a Tegel para exponer determinados temas fue, por ejemplo, Johann Jacob Engel, profesor en el Joachimsthalschen Gymnasium y filósofo muy conocido por aquel entonces (Der Philosoph für die Welt, Vol. 2, Leipzig 1775/1777). “Mi primera verdadera educación la recibí de Engel. Es el suyo un cerebro fino y lúcido, tal vez no excesivamente profundo, pero con una rapidez de comprensión y de representación de ideas como jamás he vuelto a encontrar...”, escribía Wilhelm desde Berlín el 12 de noviembre de 1790 a su última esposa Caroline (Cartas, pág. 143).

Muy pronto empezaron los dos hermanos a participar en la vida cultural de Berlín, la vecina metrópoli prusiana, y a frecuentar aquellos salones en los que reinaba el espíritu de la Ilustración. La Tugendbund [Liga de la virtud] se daba cita en casa del Dr. Herz, médico judío cuya esposa, Henriette, descollaba entre todos ellos y a la que Wilhelm en muchas de sus cartas denomina cariñosamente “Jettchen”. Ella fue quien imprimió en Wilhelm von Humboldt la imagen de mujer emancipada que aparecería posteriormente en sus obras. Del mismo modo, su comportamiento exento de prejuicios hacia sus conciudadanos judíos estuvo también influenciado por aquellas relaciones mantenidas en el hogar de los Herz.

Según la tradición familiar, la carrera a la que ambos hermanos estaban destinados era la Administración; Wilhelm se dedicaría a la jurisprudencia, y Alexander las finanzas. En el otoño de 1787, Kunth acompañó a ambos hermanos a la Universidad brandemburguesa de Frankfurt del Oder. Esta, sin embargo, estaba ya en decadencia, y fue suprimida tras ser fundada la nueva Universidad de Berlín. (Frankfurt del Oder tiene hoy día una nueva Universidad que se propone reanudar las antiguas tradiciones como institución europea.) Tan sólo un semestre permanecieron los hermanos Humboldt en Frankfurt, antes de ingresar en la Universidad de Göttingen, que por aquellas fechas descollaba en la lucha por una renovación de la enseñanza universitaria acorde con el espíritu del nuevo humanismo, cuya Alma Máter se encontraba en Halle. En mayo de 1788, nada más ingresar, Alexander llamaba ya a Göttingen “...nuestra Atenas alemana. Mi hermano está aquí encantado, pues encuentra alimento para su espíritu...” (Cartas, pág. 46). En  Bruchstück einer Selbstbiographie (1816) Wilhelm afirma que quería “penetrar solo en todos los pormenores y con la mayor profundidad en todo aquello que pueda ensanchar la comprensión del mundo y de los seres humanos” (GS, XV, pág. 452 y ss.).

La influencia de la Revolución Francesa

En julio de 1789, tras el mencionado viaje, llegaron finalmente Johann Heinrich Campe y su joven amigo a París. La noticia del asalto a la Bastilla les había llegado en Aquisgrán. Aquel deliberado viaje de estudios les permitiría presenciar un capítulo de la historia de la Humanidad. Humboldt, que no compartía el entusiasmo de su profesor, era sin embargo consciente del significado histórico de aquella revolución. En una carta del 17 de agosto se queja de “estar hastiado de París y de Francia”, pero “la situación política (es) muy importante, con la agitación del pueblo y el espíritu que ésta trae consigo” (Cartas, pág. 93).

Las ideas de la Revolución Francesa ejercerían en él una influencia duradera, como se deduce  de una carta dirigida años más tarde a su esposa Caroline (20 de agosto de 1814), en la que reconocía que “toda la fuerza, la vida y el vigor, el frescor de la nación... sólo en el pueblo (pueden) proceder del pueblo” (Cartas, pág. 734). En otra carta a un amigo, en agosto de 1791, –conocida bajo el título de “Ideas sobre la organización del Estado suscitadas por la nueva Constitución francesa”–, aparecen reflejados los recuerdos de París y las nuevas ideas políticas: “A partir del momento en que la nobleza se alió al soberano para aplastar al pueblo, ésta se volvió perjudicial...” (GS, I, pág. 82). “La humanidad ha padecido sufrimientos extremos, y en soluciones extremas debe buscar su salvación”. Humboldt, naturalmente, dudaba que la estructura estatal recién creada subsistiera; sin embargo,  “arrojará renovada luz sobre las ideas, reavivará todas las virtudes prácticas y, con ello, extenderá sus efectos benéficos más allá de las fronteras de Francia” (GS, I, pág. 84).

Los límites del papel del Estado

En enero de 1789, Wilhelm von Humboldt entró a trabajar en la administración de Prusia como abogado del Tribunal de Cuentas de Berlín, puesto que abandonaría un año más tarde. La razón de ese cese no era su inminente boda con Caroline von Dacheröden, hija del presidente del Tribunal Imperial en Erfurt. Obedecía a una razón más profunda, el escepticismo de Humboldt con respecto al absolutismo y al ejercicio del poder del Estado. A partir de 1790, trabajó en su ensayo “Ideas sobre los límites de la acción del Estado”, que concluiría en 1792 y que no vería la luz íntegramente hasta mucho más tarde, años después de su muerte. La parte relativa a la educación, sin embargo, fue publicada en diciembre de 1792 en la revista Berlinische Monatsschrift bajo el título  Über öffentliche Staatserziehung [Sobre la instrucción pública de Estado]). Con este artículo, Humboldt entraba a participar en el debate sobre la organización de la educación nacional, emprendida también en Alemania a raíz de la revolución francesa.

En esa obra, Humboldt marca los estrechos límites al Estado: proteger a los ciudadanos en el ámbito interior y defenderlos frente a los ataques del exterior. Humboldt preconizaba la mayor libertad posible para el ser humano, a una escala en la que “cada individuo, en la medida de sus necesidades y de sus inclinaciones, limitado únicamente por su capacidad”,  pueda desarrollar adecuadamente su propia individualidad (GS, I, pág. 111). Temía que la intervención del Estado en materia de educación “privilegiase siempre determinada modalidad”, lo cual sería especialmente nefasto “en lo que se refiere al ser humano moral... Esta influencia deja de ser saludable por completo cuando el ser humano es sacrificado al ciudadano.” (GS, I; pág. 143). En suma,  “la educación debe limitarse a formar seres humanos, y no a determinados tipos de ciudadanos” (GS, I, pág. 145). Humboldt asigna al estado una responsabilidad inversa: éste debe, ante todo, brindar al ser humano “la educación más libre y menos vinculada posible a su condición de ciudadano”. El ser humano así formado se incorporaría entonces al Estado y pondría a prueba por sí mismo la constitución de éste”. (GS, I, pág. 144) El ser humano no es, según Humboldt, objeto del Estado, sino que debe convertirse en su sujeto y moldear por sí mismo las relaciones sociales.

Humboldt hacia suyos los principios educativos del conde Mirabeau cuando propugnaba que la educación pública debía “permanecer completamente al margen del marco dentro del cual el Estado ejerce su acción.” (GS, I, pág. 146) En numerosas ocasiones se refiere al “Discurso sobre la educación nacional” y lo cita en una nota a pie de página: “Si nadie se ingiere en ella, la educación será buena, y será tanto mejor cuanto mayor sea el margen de maniobra que se deje al educador y a la emulación del alumno...” (GD, I, pág. 146). En otra página de este texto sobre teoría del Estado evoca Humboldt los deberes de los padres, cuya responsabilidad es “educar a los hijos ... hasta su plena madurez.” (GS, I, pág. 225). Llega incluso a declarar que el Estado debe “velar por los derechos del niño frente a los padres”, de modo que “la potestad paterna no rebase sus límites” (GS, I, pág. 226). Este énfasis en los derechos del niño revela la influencia de Rousseau, así como el objetivo expresamente asignado a una formación humana global y armónica. La “verdadera finalidad del ser humano” sólo puede consistir en “constituirse en un todo para su máximo desarrollo y el equilibrio de sus facultades”. Para lograrlo, el desarrollo de la persona precisa de libertad, pero también de “diversidad en las situaciones”, pues “el hombre se desarrolla peor en la uniformidad, por muy libre e independiente que sea” (GS, I, pág. 106).

Aunque Humboldt propugnó este ideal durante toda su vida, su opinión con respecto a la influencia del Estado sobre la educación experimentó una profunda transformación durante los años que pasó al frente de la educación en Prusia.

Tras su cese en la administración del Estado, Humboldt vivió en gran parte en la propiedad de sus suegros, en Turingia, así como en Erfurt o en Jena. Los dos hermanos trabaron estrechos contactos con los poetas del círculo de Weimar; Wilhelm, especialmente Schiller. Esta amistad se sedimentaría más tarde en una profusa correspondencia.

Tras la muerte de su madre, en 1796, tanto Wilhelm como Alexander disponían de un cuantioso patrimonio que les permitió emprender largos viajes culturales o de investigación. El fruto de estos viajes fue un gran número de trabajos científicos. Para Alexander éstos se orientaban a un mejor conocimiento del mundo, y en el caso de Wilhelm a una mayor comprensión del ser humano y de su naturaleza interior.

Durante el último decenio del siglo XVII, Wilhelm escribe numerosas obras de gran importancia. Para él, “la investigación de las leyes del desarrollo de las fuerzas humanas en la tierra” (GS, I, pág. 93) era lo que confería  un sentido a su investigación científica. Al interrogarse constantemente sobre el sentido de la vida, planteaba la pregunta acerca del tipo de educación que permitiera alcanzar ese objetivo. En su estudio sobre la Antigüedad clásica, habla de la “necesidad absoluta del conocimiento” incluso el de la Antigüedad porque es “eminentemente necesario para integrar el esfuerzo individual en un todo, y en el cumplimiento del más noble de los objetivos, la formación óptima y equilibrada del ser humano” (GS, I, pág. 261).

El administrador de la educación

En 1802, Wilhelm von Humboldt entró nuevamente en funciones en la Administración prusiana, como embajador ante la Santa Sede. Esta función le permitió seguir profundizando en la historia y en la cultura de la antigua Grecia y de la Roma clásica. Pero tras la batalla de Jena y Auerstedt, que dejaron a “Alemania en una profunda humillación” –como decía el título de un escrito de la época–, respondiendo a la llamada del barón von und zum Stein, regresa a Berlín para participar, en un puesto destacado, en la regeneración del Estado prusiano. Stein había promulgado un edicto en 1807 por el que abolía la servidumbre hereditaria y se proponía por objetivo eliminar la división de la sociedad en clases. En noviembre de 1808, una ordenanza otorgaba a las ciudades la autonomía administrativa. Sin embargo, los propósitos de los reformadores se estrellaban no sólo contra la resistencia de los conservadores, sino también contra la ignorancia de los ciudadanos. Los allegados a Stein veían en Humboldt la personalidad idónea para llevar adelante una reforma a fondo del sistema educativo en Prusia. “Se pensaba fortalecer y levantar la nación aligerando lastres, y mediante la educación. Se emuló el noble ejemplo suizo y se avanzó efectivamente hacia la libertad reconquistada mediante la creación de escuelas de formación del profesorado” (Diesterweg, 1979, pág. 41).

La reforma del sistema de educación conforme a las ideas de Pestalozzi era un tema del que ya se habían ocupado, en 1808, dos funcionarios de la Educación nacional de Prusia: Johann Heinrich Ludwig Nicolovius y Johann Wilhelm Süvern. Habían concedido becas a profesores jóvenes y los habían enviado a Iverdon para estudiar los métodos de Pestalozzi. En una carta a los “alumnos prusianos”  Süvern les había encomendado encarecidamente aprender no sólo el mecanismo de aquel método sino, además, “llegar hasta su meollo”, “calentarse con el fuego sagrado” que Pestalozzi irradiaba (Diesterweg, 1961, pág. 155). A su regreso, mediante la organización de seminarios para la formación del profesorado o impartiendo cursos, deberían contribuir a extender esa pedagogía. En principio, Humboldt había abrigado ciertas reservas con respecto a la pedagogía de Pestalozzi, reservas que se disiparon bajo la influencia de los discursos a la nación alemana de Johann Gottlieb Fichte. En dos de estos discursos, Fichte hacía de las ideas de Pestalozzi el fundamento de su proyecto de educación nacional para Alemania. Antes incluso de encontrar a Nicolovius, Humboldt le hizo saber por carta que “si se hace en la forma adecuada, la introducción del método de Pestalozzi [contará con] mi aprobación incondicional” (Cartaspág. 593). En Nicolovius y Süvern tuvo Humboldt a dos valiosísimos colaboradores, determinados a llevar adelante una reforma del sistema educativo prusiano.

El 28 de febrero de 1809, Wilhelm von Humboldt aceptó la dirección del Departamento de cultura y enseñanza del Ministerio del Interior. Pero en esa época Stein no estaba ya en funciones. Napoleón había exigido su dimisión, y el rey de Prusia había accedido. El Departamento fue encomendado al ministro, conde von Doha, con quien Humboldt no se entendía particularmente bien. Humboldt, preocupado por subrayar el significado del modelo educativo en el contexto de la reforma nacional, intentó desde un principio independizarse del Ministerio y propuso al ministro y al rey la creación de un Ministerio de Educación independiente. Pero la propuesta no se haría realidad hasta años más tarde, en 1817, bajo el mandato de Altenstein.

También había divergencias importantes entre Humboldt y el ministro de Finanzas, von Bülow, en cuanto al modo de llevar los asuntos de gobierno. Humboldt, que deseaba una mayor colegialidad, no consiguió persuadir ni al ministro ni al rey de la necesidad de constituir un Consejo nacional.

Como Jefe del Departamento, ejerció una dirección enteramente colegiada. Como escribió en cierta ocasión al conocido  neohumanista Christian Friedrich Wolf, cuya colaboración deseaba, prefería “la reflexión en común” y anteponía “la opinión colectiva a las individuales, incluso a la mía” (Cartas, pág. 610). Con objeto de que el espíritu científico estuviese también presente en el proceso de reforma, promovió la creación de un Consejo científico. Sin embargo este órgano, al que pertenecían científicos de prestigio, como Schleiermacher, fue transformado en 1815 para darle competencia únicamente en materia de exámenes.

La correspondencia de Wilhelm von Humboldt con su esposa, que había permanecido en Roma –esperaba su noveno hijo–, permite una reconstrucción precisa de sus reflexiones e ideas durante el ejercicio de su cargo en la Administración. Ya a los pocos días de su entrada en funciones en Berlín, le habla de su proyecto de “haber que las escuelas estén financiadas exclusivamente por la nación” (Cartas, pág. 591). Se trataba de constituir un Fondo que permitiese financiar las escuelas y pagar a los docentes con independencia del gobierno y de las circunstancias. Esta idea es desarrollada más ampliamente en una carta a Nicolovius: “La educación es competencia de la nación, y hemos de prepararnos (aunque con gran cautela) para poder prescindir en mayor medida de la ayuda estatal para garantizar cada vez más el apoyo de la nación” (Cartas, pág. 594).

Humboldt nunca propugnó una educación nacional específicamente prusiana, sino que miró siempre más allá de las fronteras del Estado, considerándose portavoz del pueblo germano en su conjunto; en su actividad científica, su pensamiento estuvo siempre orientado hacia el ser humano.

A primeros de abril de 1809 Humboldt abandonó Berlín para trasladarse a Königsberg, donde se hallaba ahora la nueva sede del Gobierno. Se entregó a sus nuevas funciones con verdadero ardor: visitaba las escuelas de la ciudad, a menudo por sorpresa, y en septiembre/octubre emprendió un largo periplo de visitas que le llevó hasta Gummbinen y Memel, y durante el cual precisó el plan de reforma que había ya instaurado en Königsberg.

Como el proceso educativo comporta tres “etapas naturales”, Humboldt proponía tres tipos de escuela diferentes consagrados respectivamente a la enseñanza elemental, a la enseñanza secundaria y de enseñanza universitaria.

La escuela elemental debe constituir la base de las etapas posteriores. Si, de entrada, se establecía una separación entre ese nivel y los superiores “las escuelas elementales propiamente dichas” pasarían a ser “escuelas populares, en el sentido más despreciable de la palabra” (citado por Spranger, 1910, pág. 138). En sus “Reflexiones sobre el proyecto de creación de un sistema educativo en Lituania” (1809), señala: “el conjunto de este sistema tiene un solo y único fundamento. En efecto, al origen, el más humilde jornalero y la persona más culta deberían, por naturaleza, estar a la misma altura, si no se quiere que aquél no alcance los límites de la plenitud de las capacidades humanas y que éste se vuelva sentimental, soñador y excéntrico” (GS, XIII, pág. 278). También para los más pobres proponía Humboldt una “formación humana completa” en el grado elemental (GS, XIII, pág. 266) así como, naturalmente, la posibilidad de que los alumnos sin medios económicos accediesen a los niveles superiores, precisamente gracias a la creación de un Fondo nacional. Este concepto de sistema escolar único, estructurado en grados, que no consiguió imponerse durante el siglo XIX, solo se concretizaría en el siglo XX de manera parcial.

De la importancia que para Humboldt tenía el concepto de escuela democrática nos da una idea cierta carta dirigida a su esposa el 20 de agosto de 1814 desde Viena: la enseñanza primaria ha de ser organizada de modo que “constituya una base general que nadie pueda desdeñar sin despreciarse a sí mismo, y a partir de la cual se pueda construir todo lo demás” (Cartas, pág. 735). Se encontraba Humboldt de nuevo, por aquellas fechas, prestando servicio en el extranjero. Según Diesterweg, “Wilhelm von Humboldt, hombre tan agudo como culto, encuentra tiempo en el Congreso de Viena para profundizar en las ideas de Pestalozzi sobre la educación, y manifiesta el mismo interés por la creación de las escuelas populares de enseñanza elemental como por la fundación de la Universidad de Berlín”. (Diesterweg, 1976, pág. 75)

La etapa de Königsberg había dado como fruto una reflexión más profunda sobre el modelo de enseñanza de Pestalozzi. Carl August Zeller, que desde 1803 había trabajado como profesor en la institución de Pestalozzi y, posteriormente, en Burgdorf y en Iverdon, fue llamado en 1809 a Königsberg, encomendándosele allí la dirección del orfanato y la de un seminario para profesores, cuyos participantes estaban llamados a reformar, según el modelo de Pestalozzi, el sistema escolar de la Prusia oriental. En octubre de 1809, la familia real visitó el orfanato dirigido por Zeller, probablemente en presencia de Humboldt.

El fallecimiento de su suegro obligó a Humboldt a interrumpir su labor reformadora; en noviembre de 1809 se tomó unas largas vacaciones para resolver los asuntos de herencia de su mujer, que seguía viviendo en Roma con los hijos. El deseo de estar de nuevo con su familia y la impresión de que con el Gobierno actual no sería posible materializar ni su proyecto escolar ni sus ideas sobre una transformación eficaz de la enseñanza, le indujeron a comienzos de 1810 a presentar su dimisión, que el rey aceptó el 25 de mayo. Aunque en medios reformadores esta dimisión fue muy lamentada, para sus adversarios, sobre todo para el ministro von Doha, que estaba muy descontento del “escaso sentimiento religioso” de Humboldt, supuso una verdadera satisfacción. El 23 de junio de 1810, Nicolovius asumió el cargo ministerial. Sin embrago, la dirección de la Junta fundacional de la Universidad de Berlín seguiría encomendada a Humboldt.

El apartamiento de sus funciones reformadoras para regresar al servicio activo en el extranjero fue para Humboldt un trance difícil, como se desprende de una carta a su esposa, fechada el 28 de julio de 1810: “De manera general, la administración interna de un Estado es mucho más importante que las relaciones exteriores; la instrucción nacional, a cuyo frente yo he estado y que bajo mi mandato ha dado frutos, lo es muchísimo más todavía”. Seguidamente explica, una vez más, cuáles eran sus proyectos: “Yo había concebido un plan general que abarcaba desde la más pequeña escuela hasta la universidad, y en él que todo estaba imbricado. Yo me encontraba a mis anchas en todas partes; me ocupaba con el mismo afán de lo más insignificante como de lo más importante, sin preferencias y sin dejarme amedrentar por ninguna dificultad...” (Cartas, pág. 662 y ss.).

La creación de la Universidad de Berlín

Desde el comienzo del periodo de la reforma, ya había proyectos de creación de la Universidad de Berlín (Fichte: “Deduzierter Plan einer zu Berlín errichtenden höheren Lehranstalt” [Proyecto de una institución de enseñanza superior para Brlín], 1807; Schleiermacher: “Gelegentliche Gedanken über Universitäten in deutschem Sinn. Nebst einem Anhang über eine neu zu errichtende” [Reflexiones sobre la concepción alemana de la universidad y sobre la que convendría erigir], 1808). Pero su aplicación práctica fue obra de Wilhelm von Humboldt. Su modelo de universidad se caracteriza por aunar la enseñanza y la investigación. “La particularidad de las instituciones científicas superiores debe ser el tratamiento de la ciencia como un problema aún no resuelto del todo que debe ser objeto de constante investigación” (GS, X, pág. 251).

La universidad debe ser también un establecimiento de cultura general, una alma máter que reúna todas las disciplinas sin tratar de impartir una apariencia de formación profesional. Ya en 1789, a su regreso de París, una visita a la Karlschule de Stuttgart había reforzado su oposición a una formación profesional demasiado temprana. No conocía todavía personalmente a Schiller -quien había pasado allí siete años espantosos– cuando escribía en su diario que esa forma de educación parecía ser “no sólo errónea, sino absolutamente perniciosa”, y se preguntaba: “¿Qué tipo de individuo puede producir una educación que con tanta perseverancia constriñe desde la más tierna infancia hasta el fin de la adolescencia?” (Cartas, pág. 98). Impresiones como éstas –sumadas al espíritu de casta reinante– fueron las que le impulsaron a disolver el cuerpo de cadetes de Prusia, cuando se hizo cargo del Departamento de educación.

La enseñanza universitaria sería la prolongación y la conclusión de la educación general impartida en las etapas escolares precedentes. Sin embrago tenía que diferenciarse de ella, ser de otra índole. Si el maestro es indispensable en la enseñanza elemental, deja de serlo durante la universitaria: “Por eso, el profesor de universidad no es un maestro, ni el estudiante un educando, sino alguien que investiga por sí mismo, guiado y orientado por el profesor” (GS, XIII, pág. 261). Esta estrecha relación con el enseñante debería poder capacitar al estudiante para desempeñar por sí mismo una labor científica.

La libertad de la ciencia y la autonomía del cuerpo docente son las premisas en que se basa el modelo universitario de Humboldt. Si, desde la perspectiva actual, cabe deplorar el distanciamiento con respecto a la política que este modelo conlleva, hay que tener presentes las reservas de Humboldt ante la posibilidad de que la ciencia fuese objeto de una utilización política. Tampoco sus esfuerzos por lograr que el “aislamiento” que la universidad debe garantizar a los investigadores han de ser interpretados como un intento de confinar la ciencia a una torre de marfil.

El veterano decano de la Facultad de Pedagogía de la Humboldt-Universität de Berlín, Heinrich Deiters, ha refutado idea de que el modelo universitario de Humboldt se ha vuelto caduco a partir del momento en que las universidades se han convertido en centros de cultura con una mayor orientación profesional. Señala, a este respecto, que “es importante aprovechar la posibilidad de no inspirarse en esas ideas si deseamos profundizar en el problema de la universidad” (Deiters, 1969, pág. 39).

Humboldt consiguió hacer realidad la Universidad de Berlín; obtuvo los medios financieros para ello y el edificio, el antiguo palacio del príncipe Heinrich, que aún la alberga hoy día, en la avenida “Unter den Linden”. Asistió personalmente a las clases de los nuevos profesores, y en particular a la del primer rector: Johann Gottlieb Fichte. El 10 de febrero de 1810, escribía a Goethe: “Aquí progresa todo a un ritmo tan tranquilo que yo, en la medida en que puedo, procuro acelerar. Las clases de Wolf y Fichte gozan de gran aceptación y yo, siempre que puedo, asisto a ellas” (Cartas, pág. 638).

Ante el edificio principal de la Universidad Wilhelm von Humboldt, a ambos lados de la entrada, se levantan actualmente sendos monumentos a los hermanos Humboldt. Cada uno en una vertiente distinta, estos dos monumentos representan las ciencias del pensamiento y las ciencias de la Naturaleza en la Alemania del siglo XIX.

El proyecto educativo elaborado por Humboldt, en su conjunto, no tuvo más éxito que la empresa reformista encarnada por nombres como von Stein y Hardenberg, o Scharnhorst y Gneisenau. La reforma de la enseñanza secundaria concebida por Humboldt como parte integrante de un sistema educativo unitario no vio la luz. Es cierto que se llevó a cabo la separación entre filología y teología y que se creó un cuerpo de profesores de secundaria, pero el Gymnasium terminó convirtiéndose en una institución de élite dentro del Estado prusiano. Süvern, colaborador de Humboldt, prosiguió sus esfuerzos de regulación del nivel elemental mediante una ley de enseñanza, pero su último intento fracasó finalmente en 1819, tras las resoluciones de Karlsbad.

Varnhagen von Ense, joven diplomático prusiano que acompañaba al ministro de Estado von Hardenberg en el Congreso de Viena, caracterizaba acertadamente a Humboldt en sus caudernos personales: “Tiene una visión universal de las cosas, visión que, sin embargo, es imposible de aplicar teniendo en cuenta la situación actual de los Estados y, sobre todo, del mundo actual. Por eso, su talento de pensador no siempre le es de utilidad como hombre de Estado” (Cartas, pág. 740).

Mientras representó al Gobierno de Prusia en el Congreso de Viena y, más tarde en el de Aquisgrán, tuvo Humboldt presentes los intereses del pueblo alemán; nunca quiso limitarse a una política exclusivamente prusiana. En 1819 fue nombrado de nuevo ministro, pero dimitió pocos meses después cuando, tras el atentado contra Kotzebue, se negó a legitimar la intensificación de la represión contra los llamados “demagogos”. Las resoluciones de Karlsbad califican a Humboldt de personaje “ignominioso, enemigo y antinacional, perturbador del pueblo pensante” (Citado por Spranger, 1910, pág. 38).

Ocupado en actividades científicas, en esa época vivió principalmente en Tegel, cerca de Berlín; en 1829 ocupa por última vez una función oficial, esta vez como presidente de la Comisión para la creación y organización interna del nuevo Museo de Berlín.

Un teórico de la educación

Los proyectos de Humboldt en materia de reforma escolar no fueron publicados hasta mucho después de su muerte, al igual que el ensayo fragmentario “Teoría de la educación del hombre”, escrito hacia 1793. Decía en él Humboldt: “nuestro último deber en la existencia es hacer que… mediante nuestra acción vital, el concepto de humanidad adquiera en nosotros un contenido tan rico como sea posible. Para ello hay que vincular nuestro yo con el mundo” (GS, I, pág. 283). La educación según Humboldt no ha de ser individualista. Él siempre reconoció la importancia de una forma de vida individual, el “desarrollo de cantidades formas individuales” (GS, III, pág. 358), pero señaló que “la formación personal sólo puede proceder de la organización del mundo” (GS, VII, pág. 33). En consecuencia, el hombre no sólo puede, sino que debe participar en dicha organización.

El ideal humboldtiano de formación está, por entero, socialmente determinado; para él, “la culminación del género humano” no radica en absoluto en “la realización de una perfección universal abstracta”. Ya en 1789 había indicado en su diario que “la formación del individuo exige socialización y, por consiguiente, comprometerse con el Todo” (GS, XIV, pág. 155).

En su “Teoría de la educación del hombre”, a la pregunta de  lo qué hay que exigir “de una nación, de una época, del género humano” responde Humboldt: “Educación, Verdad y Virtud”,
cualidades que habrá que difundir hasta que “el concepto de humanidad” tome en cada uno toda su grandeza y dignidad (GS, I, pág. 284). Pero esto debe cumplirlo cada uno por sí mismo; debe “acoger en sí –con todos los medios que le ofrece su sensibilidad– toda la sustancia del mundo que lo rodea, transformarla con todas las fuerzas de que sea capaz y apropiársela, estableciendo entre su yo y la Naturaleza una amplia interacción, lo más activa y armoniosa que sea posible” (GS, II, pág. 117).

El estudio de Humboldt en el contexto de la problemática de la educación no dio comienzo hasta el presente siglo. Cabe señalar a Eduard Spranger, el primero que, en dos obras, manifestó hacia Humboldt “el mismo aprecio que la burguesía intelectual profesó por Humboldt entre los siglos XIX y XX” (Benner, 1990, págs. 5 y ss.). En estos últimos decenios, diversos autores han revisado la visión histórica tendenciosa que se tenía de su reflexión pedagógica para presenta una interpretación más amplia en una serie de estudios, en particular, Dietrich Benner, quien considera que “gracias a Humboldt nos sentimos concernidos por los problemas y las cuestiones esenciales de la teoría moderna de la educación, ya que plantea de manera clara y precisa las cuestiones en las que conviene profundizar en la teoría y en la práctica” (Benner, 1990, pág. 210).

Por Gerd Hohendorf
Publicado originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nº 3-4, 1993, págs. 707-719.


Notas:

1. Gerd Hohendorf (Alemania). Profesor honorario en la Universidad de Dresde y miembro de la comisión sobre la Historia de la Educación y de la Escuela, dependiente de la Academia de Ciencias Pedagógicas. Editor (en colaboración) de Geschichte der Erziehung [Historia de la Educación], de las obras completas de Diesterweg, así como de trabajos sobre W. Ratke, K.F.W. Wander y C. Zetkin. Autor de monografías sobre las políticas de reforma y de formación para el movimiento de trabajadores.

Obras de Wilhelm von Humboldt

Humboldt, Wilhelm von. 1903-1936 Gesammelte Schriften: Ausgabe der Preussischen Akademie der Wissenschaften [Obras escogidas: edición de la Academia de Ciencias de Prusia]. 17 vol. (Designadas con la abreviatura GS; el número romano indica el volumen, el número árabe, la página; se ha modernizado la ortografía).
Freese, R. von. (ed.) 1953. Wilhelm von Humboldt, Sein Leben und Wirken dargestellt in Briefen, Tagebüchern und Dokumenten seiner Zeit [Wilhelm von Humboldt: su vida y su obra a través de sus cartas, diarios íntimos y documentos contemporáneos] (Designado con el título Cartas en el texto).

Obras sobre Wilhelm von Humboldt

Alt, R. (ed.) 1949.  Erziehungsprogramme der Französische Revolution. Mirabeau - Condorcet – Lepeletier [El programa de la Revolución Francesa para la educación: Mirabeau - Condorcet – Lepeletier]. Berlín/Leipzig. 
Benner, D. 1990.  Wilhelm von Humboldts Bildungstheorie. Eine problemgeschichtliche Studie zum Begründungszusammenhang neuzeitlicher Bildungsreform [La teoría de la educación de Wilhelm von Humboldt: estudio histórico orientado hacia los problemas de sus relaciones con la reforma pedagógica contemporánea]. Weinheim/Munich.0
Deiters, H. 1960. Wilhelm von Humboldt als Gründer der Universität Berlin [Wilhelm von Humboldt, fundador de la Universidad de Berlín]. En: Forschen und Wirken. Festschrift zur 150-Jahrfeier der Humboldt Universität zu Berlin [La investigación y la acción: ensayo con motivo del 150 aniversario de la Universidad Humboldt, Berlín.]. Vol. I, Berlín.
Diesterweg, F.A.W. 1961-79.  Sämtliche Werke [Obras completas]. (Compiladas por H. Deiters, edición de R. Hohendorf). vol. 5. Berlín, 1961; vol. 13, Berlín, 1976; vol. 14, Berlín, 1979.
Grube, K. 1935. Wilhelm von Humboldts Bildungsphilosophie. Versuch einer Interpretation [La filosofía de Wilhelm von Humboldt: intento de interpretación]. Halle.
Haym, R. 1856. Wilhelm von Humboldt. Lebensbild un Characteristik [Wilhelm von Humboldt: su vida, su carácter]. Berlín.
Jeismann, K.E.; Lundgreen, P. (eds.). 1987. Handbuch der deutschen Bildungsgeschichte. Band III: 1800 - 1870. Von der Neuordnung Deutschlands bis zur Gründung des Deutschen Reiches [Manual de historia de la educación en Alemania: vol 3: 1800-1870. La reestructuración de alemania hasta la creación del Imperio Aleman]. Múnich.
Menze, C. 1965. Wilhelm von Humboldts Lehre und Bild vom Menschen [Teoría e ideas de Wilhelm von Humboldt sobre el hombre]. Ratingen.
——. 1975 Die Bildungsreform Wilhelm von Humboldts [La reforma de la educación de Wilhelm von Humboldt]. Hannover.
Müssler, F. 1908. Wilhelm von Humboldts pädagogische Ansichten im Lichte seiner äesthetischen Lebensauffassung [Las ideas de Wilhelm von Humboldt en materia de educación a la luz de su concepción estética de la vida]. Langensalza.
Richter,W. 1971. Der Wandel des Bildungsgedankens. Die Brüder von Humboldt, das Zeitalter del Bildung und die Gegenwart [Los avatares del pensamiento pedagógico: los hermanos Humboldt, la era de la educación y el presente]. Berlín.
Spranger, E. 1909.  Wilhelm von Humboldt und die Humanitätsidee [Wilhelm von Humboldt y la idea de la humanidad]. Berlín.
——. 1910 Wilhelm von Humboldt und die Reform des Bildungswesens [Wilhelm von Humboldt y la reforma del sistema educativo]. Berlín.

on Saturday, April 21, 2012
II FORO LIDERAZGO EMPRESARIAL Y HUMANISMO
Santo Domingo de Silos, 19 y 20 de Abril 2012


HUMANIZAR NUESTRA SOCIEDAD: COMPROMISO Y RESPONSABILIDAD
Por Alberto de Zunzunegui

En la edición precedente de este mismo foro, cerraba mi intervención con la anécdota atribuida al extravagante e ingenioso filósofo griego Diógenes, que buscaba la virtud en la pobreza y por ello era conocido por vivir en la calle como un vagabundo… Pues bien, me vais a permitir que hoy también comience con una anécdota atribuida a otro gran filósofo griego, en este caso Sócrates, quien pasaba igualmente una gran parte del tiempo en la calle, si bien no tanto por vivir en la pobreza, como por escapar -el pobre- de su vocinglera y malhumorada esposa Jantipa, a la sazón mujer de fuerte carácter. Precisamente y con los años, el propio Nietzsche atribuiría a Jantipa el mérito de haber convertido a Sócrates en un insuperable orador pues, para evitar estar en su casa, el desgraciado filósofo terminó vagando por las calles, conversando con todo aquel que acertaba a pasar a su lado. 

Un día, extenuado por la irrefrenable e insoportable verborrea de Jantipa, Sócrates se sintió necesitado de respirar un poco de aire fresco y a la par dar tregua a su espíritu, de natural sereno. Salió al umbral de su casa y se sentó en un escalón a contemplar el atardecer, mientras respiraba de nuevo. Pero Jantipa, enfurecida por haberse quedado con la palabra en la boca, salió detrás de Sócrates y le vació sobre la cabeza un enorme barreño de agua sucia. Sin moverse del sitio, Sócrates siguió contemplando la puesta de sol, no sin comentar:

- Después de tanto tronar, no es extraño que haya terminado lloviendo…

TOMAR CONCIENCIA DE LA REALIDAD

Regresando ya al presente desde la lejana Grecia, efectivamente, después de tanto tronar, no es extraño que haya terminado lloviendo -diluviando- sobre nuestras cabezas. En realidad, ha sido necesario que nuestra irresponsabilidad arrojara varios barreños de aguas estancadas sobre nuestras vidas, para que al final nos hayamos empezado a dar cuenta, que los truenos no son sino los heraldos de la tormenta y que para respirar aire puro no sólo es importante observar lo que tenemos por delante, sino mirar bien lo que dejamos atrás.

Al margen de esta pincelada de humor y de las cuestiones relativas a las inclemencias meteorológicas, a nadie se nos escapa que la situación es extremadamente grave. Y pese a que en esta ocasión mi intención no es abundar en la cruda realidad, por ser de todos sobradamente conocida, lo cierto es que creo que no estaría de más tener presentes algunos datos para no perder de vista la trascendencia de lo que esta pasando y lo que ello implica para miles –para millones- de seres humanos.

Más allá de esa anunciada y manifiesta crisis de valores, de ese retroceso de nuestra parte más humana; más allá de la inquietud o de lo que podamos opinar quienes tratamos de encontrar respuestas haciéndonos un sinfín de preguntas; más allá de la erudición de quienes dedican su vida al conocimiento para tratar de saber algo más, o de ese sentido común que guía nuestra razón, está la dura, fría y en este caso triste realidad, que es lo que al fin y al cabo levanta el acta notarial de nuestras acciones en la vida. En este caso, quizás para dar fe de nuestra falta de fe, no ya respecto a una determinada religión, sino en la propia esencia del genero humano. 

Frente a lo verdadero y ante esa realidad, con frecuencia erigimos desde nuestra inconsciencia y lo que fue, esa otra realidad, la inventada, la del mañana que nunca llega; la realidad que esperamos, la que anhelamos; la que nos desespera y por la que morimos, mientras creyéndonos vivos esperamos ya muertos… Expresado en palabras de Shakespeare, "esa engañosa palabra -mañana, mañana, mañana-, nos va llevando por días al sepulcro, y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa".

Así y en lo que a la realidad de España (1) se refiere:

La renta disponible por persona cayó cerca de un 9% entre 2007 y 2010.
Aumento de la desigualdad; el mayor de entre los 27 estados de la UE y cinco veces superior a la media.
Importante destrucción de empleo y aumento del número de parados, casi un 23% para 2011, la tasa más alta de la UE (media inferior al 10%) 
El 50% de esos desempleados lleva un año o más buscando trabajo.
Tendencia al alza de que el parado sea la persona principal del hogar.
Recortes en derechos sociales básicos, como la educación o la sanidad.
Fracaso escolar del 28%.
Un 22% de los hogares se sitúan por debajo del umbral de pobreza (7.800 Euros por persona), una de las más elevadas de la UE (sólo nos superan Rumanía y Letonia)
Aumento de la pobreza en hogares con sustentadores jóvenes y con menores.
Hay un 3,3% de hogares sin ingresos, es decir 580.000 hogares y una tercera parte sufren dificultades para llegar a fin de mes.
En el año 2010 se produjeron 100.000 ejecuciones hipotecarias.
En el 2010 la cifra de personas en riesgo de pobreza era de 11.675.000, es decir, el 25,5% de la población. Se calcula que en 2011 esta tasa ha aumentado en algo más de un punto.
Y como resultado de todo ello, se constata una acusada pérdida de bienestar.

Por descontado, los datos para el resto del mundo y para cientos de millones de personas, las cifras son todavía más escalofriantes y sin lugar a dudas podemos considerar que vivimos en un entorno privilegiado. La distancia que nos separa de ellos, en cuanto a riqueza o sufrimiento, es infinitamente mayor que la contenida en los pocos kilómetros que nos separan de esa otra orilla del Mediterráneo. 

Pero aún sintiéndonos afortunados y considerando que nuestros problemas pertenecen a un rango manifiestamente inferior, no se nos escapa que durante las últimas décadas y en particular en estos últimos años de crisis, un cierto sentimiento de infelicidad y de inquietud creciente ha ido calando en todos nosotros. Como si de agua esparcida sobre tierra porosa se tratase, esos sentimientos han ido permeando paulatinamente las diferentes capas que componen nuestra indiferencia, hasta llegar a lo más profundo de nuestro ser y terminar anegando nuestro corazón e incluso en algunos casos –para quien todavía la conserva- nuestra conciencia. Quizás el juicio implacable del tiempo y la razón, han terminado por hacer válida una vez más, aquella frase que nos dejara nuestro querido Ángel Ganivet, “nuestra fuerza está en nuestro ideal con nuestra pobreza, no en la riqueza sin ideales”.

Porque por encima de todo, nuestra infelicidad no procede únicamente de la constatación de una miserable realidad económica, sino de nuestra propia miseria espiritual, ahora más que nunca insatisfecha ante la debacle del imperio de lo material, diluido ante nuestros ojos, para demostrar su volatilidad. Eso si que es lo verdaderamente real y lo que, consciente o inconscientemente, amenaza cada mañana nuestra felicidad. Y es que más grave aún que la económica, la política o la social, lo es la crisis de nuestra propia individualidad insatisfecha, atenazada aún más por esa crisis de lo trascendental y el abandono de la religión. Un problema que supo reflejar Miguel de Unamuno en su obra  Del Sentimiento Trágico de la Vida, “a Dios no le necesitamos ni para que nos enseñe la verdad de las cosas, ni su belleza, ni nos asegure la moralidad con penas y castigos, sino para que nos salve, para que no nos deje morir del todo. Y este anhelo singular es, por ser de todos y de cada uno de los hombres normales, universal y normativo”.

PESE A TODO, SONREIR

Pero si había comenzado hoy con humor, no era solamente por tratar de ganaros una sonrisa o por intentar conseguir esa comunión que debe establecerse entre el orador y el público, sin duda deseable, sino porque todos y cada uno de nosotros necesitamos –con urgencia- empezar a sonreír. Sonreír frente a las dificultades y el infortunio; sonreír ante las desgracias propias y ajenas; sonreír frente a nuestra estupidez y soberbia. Sonreír ante la vida… incluso cuando ésta nos alza la voz. 

Y nadie vaya a pensar que sonreír es cosa poco atenta, trivial o burlesca, porque son la inteligencia y el momento los que establecen la diferencia entre lo propio y lo impropio y no solamente el gesto. Algo que ya supo entender Erasmo de Rotterdam quien para su renacer del hombre sentenciaba “reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos”… o hasta el grave e irrepetible Leonardo da Vinci: “si es posible, se debería hacer reír hasta a los muertos”… y así de inmortal dibujo a su Gioconda, pues todavía sigue sonriendo, indiferente al público y ajena al tiempo.

Pero para sonreír desde el respeto, de manera consciente e inteligente -pues la sonrisa sin inteligencia o inoportuna es cosa necia y poco recomendable-, lo primero que necesitamos es comprender el proceso; entender si no en su totalidad, al menos una parte esencial de la vida. Saber, al menos, que lo que nos ocurre es consecuencia de nuestros propios actos o inacciones, de nuestras decisiones, no de una fuerza desconocida, misteriosa, ininteligible, esotérica o malintencionada; no es la caprichosa fortuna o el azaroso infortunio quienes nos han conducido hasta la postración de nuestra humanidad. No; no hay una causa exógena. 

Esa es la buena noticia y lo que nos debería de ayudar a sonreír: somos nosotros quienes tenemos el control de nuestra vida, al menos mientras hacemos uso de ella. A partir de ahí, el segundo motivo para sonreír sería aceptar que los problemas y el sufrimiento forman parte intrínseca de la existencia; comprender que hasta la más dura realidad conlleva como compensación un hermoso aprendizaje. Una lección vital que nos humaniza y nos permite comprender mejor a nuestros semejantes a través de nuestro propio dolor, que en esencia es similar al que pueda padecer cualquier otro ser humano. Y desde esa perspectiva, cobran verdadero sentido las palabras del maestro Séneca: “no te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu; piensa en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte indestructible, como un eje diamantino, alrededor del cuál giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir; y sean cuales fueran los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un ser humano”. 

Y también las palabras del poeta libanés Khalil Gibran: “el pesar y la pobreza purifican el corazón del hombre, aunque nuestras mentes débiles no ven nada de valor en el universo, salvo la comodidad y la felicidad”.

O las de nuestro Hernando de Acuña, dirigiéndose en su soneto Al Rey nuestro Señor: “más cuanto el mal esta más encumbrado, Y el mundo aprueba más lo que debiera tenerse por infamia y maleficio; Tanto merece ser más estimado el virtuoso obrar,  pues ya no espera la virtud premio, ni castigo el vicio".

Cuanto más pretendamos eludir esta cuestión, cuanto más pretendamos escapar al sufrimiento, más sufriremos por ello, entrando así en un círculo vicioso, cuya consecuencia será un enorme pesimismo existencial y un derrotismo instalado en nuestra vida de forma permanente. En definitiva, como señalaba Nietzsche, “no hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente bien levantada”. A lo que yo añadiría: y si es posible, sonríe.

RESPONSABLES DE NUESTRA PROPIA VIDA

Somos nosotros quienes nos hemos dado el mundo que habitamos, si no en su primigenia creación, si como usufructuarios del mismo. Somos nosotros quienes lo alteramos, quienes lo modificamos, quienes creamos las condiciones bajo las que se desarrolla nuestra vida en sociedad y quienes establecemos la relación con el propio medio, bajo unas determinadas normas de uso. La ausencia de sensación de responsabilidad es la que hace que seamos incapaces de corregir nuestros actos o inacciones. Pero para actuar de manera responsable debemos tomar conciencia de nuestra propia realidad, de nuestra importancia, de nuestra unicidad y exclusividad. En definitiva, somos nosotros los únicos y últimos responsables de todo aquello que acontece a lo largo de nuestras vidas. Somos todo lo que SOMOS y cada uno de nosotros ES sin excepción. Esa es la esencia que aquel beréber romanizado, Publio Terencio, supo condensar en una de las frases que mejor podrían resumir lo que significa el humanismo:  “homo sum, humani nihil a me alienum puto” –hombre soy; nada de lo humano me es ajeno- 

Esa capacidad de ser, unida a la disponibilidad de aquello que somos, configuran el marco de libertad que se nos ha concedido por derecho propio, por más que las dimensiones del mismo no sean iguales para todos los habitantes del planeta, ni semejantes en todos los lugares. El gran humanista Pico Della Mirandola, trataba de explicar así el papel del ser humano en la Creación: "te he puesto en el centro del mundo para que puedas mirar más fácilmente a tu alrededor y veas todo lo que contiene. No te he creado ni celestial ni terreno, ni mortal ni inmortal, para que seas libre educador y señor de ti mismo, y te des por ti mismo tu propia forma. Tú puedes degenerar hasta el bruto o, en libre elección, regenerarte hasta lo divino. Sólo tú tienes un desarrollo que depende de tu voluntad y engendras en ti los gérmenes de toda vida" . 

Una libertad no siempre aceptada, con frecuencia mal entendida y casi siempre desaprovechada… pero libertad, al fin y al cabo. Una libertad que se condensa y cobra forma en nuestra VOLUNTAD,  para terminar convertida en una herramienta con la cual poder tallar no sólo nuestra incompleta, inacabada y a veces deforme figura, sino con la que labrar y sembrar el mundo para hacerlo más transitable. Un utensilio con el que poder facilitar la vida a nuestros semejantes, haciéndola más llevadera… y mal empleada, también un arma peligrosa, no sólo por su poder para acabar con otras vidas, sino porque en nuestra infinita torpeza, con frecuencia es nuestra propia vida la que se convierte en la primera víctima de una voluntad destructiva; en este caso auto-destructiva. Hasta tal punto es tan nuestra y propia del ser humano esa libertad y esa voluntad, que infinidad de sabios la han defendido y aclamado desde el principio de los tiempos. Entre ellos Fray Diego de Estella, que desde su franca percepción nos recuerda que “de ninguna cosa es el hombre señor, sino de su propia voluntad, la cuál es reina y princesa en el reino del alma, y de tal manera es libre y señora, que no se puede entender cómo la voluntad sea voluntad y no sea libre”.

Junto a ese regalo de libertad, a cada ser humano -sin excepción- se nos ha concedido un lienzo diferente, en donde poder dibujar la obra de nuestra propia vida. Lo que varía, además del entorno que nos ha correspondido por mano del azar o del destino, son las técnicas utilizadas, la gama y calidad de pinturas que tenemos a nuestro alcance, el juego de brochas y pinceles… y el tamaño del lienzo, definido por el mayor o menor grado de libertad de la que podamos disponer. Y al igual que ocurre con la pintura que se exhibe en museos y galerías, la calidad, el resultado final, la menor o mayor valía de la obra expuesta, no vendrá determinada únicamente por la técnica, los colores o el tamaño del lienzo, sino por la maestría y capacidad artística del creador, por su genialidad, por su dedicación, por el trabajo, la pasión y el amor por el arte, reflejados en ese cuadro. ¿Cuántos carboncillos sobre un pequeño papel no superaron a los más exagerados murales y gotelés millonarios?... ¿Quién puede tasar el valor artístico de un lápiz, de una tiza, de un pincel, de un dedo bien utilizado?... ¿Quién se atrevería a descartar a un verdadero artista por carecer de una pared sobre la que pintar, cuando a diario vemos cómo se destrozan a nuestro alrededor cientos de ellas, en nombre del arte y la cultura, o de una libertad mal entendida y peor expresada? Quizás fue esa interpretación del arte, en su relación con la vida, lo que también llevara a Ganivet  a plasmar en su Idearium: “la síntesis espiritual de un país es su arte. Pudiera decirse que el espíritu territorial es la médula; la religión, el cerebro; el espíritu guerrero el corazón; el espíritu jurídico la musculatura; y el espíritu artístico como una red nerviosa, que todo lo enlaza, lo unifica y lo mueve".

Y si bien a cada uno de nosotros nos tocará pintar sobre el lienzo que nos haya correspondido -en función del marco de libertad en que nos desenvolvemos y de acuerdo a los útiles y técnicas a nuestro alcance-, el hecho innegable e invariable es que todos plasmaremos algo sobre ese lienzo. Incluso quien pretendiera dejarlo en blanco, en un vano intento por escapar a la RESPONSABILIDAD y el COMPROMISO que implica el mero hecho de vivir, antes o después terminará arrebatando la virginidad a ese cuadro, pues los trazos quedan marcados tanto por lo que hacemos, como por lo que dejamos de hacer en nuestra vida y lo uno y lo otro, tiene consecuencias para nosotros y para otros seres humanos. Como también escribía Shakespeare en su Julio César, "en las cosas humanas hay una marea que si se toma a tiempo conduce a la fortuna; para quien la deja pasar, el viaje de la vida se pierde en bajíos y desdichas”.

Buscar una explicación a las causas que han hecho posible esta realidad no es tarea sencilla, pero lo importante no es tanto el por qué, sino tomar conciencia de que la RESPONSABILIDAD es exclusivamente nuestra. Con todo y para los que tratan siempre de encontrar respuestas, quizás fue Ortega y Gasset uno de los que mejor supo comprender el problema y hoy sigue siendo válida la explicación que nos daba en La Rebelión de las Masas: “esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna… Si dejamos a un lado todos los grupos que significan supervivencias del pasado –los cristianos, los idealistas, los viejos liberales, etc.- no se hallará entre todos los que representan la época actual uno solo cuya actitud ante la vida no se reduzca a creer que tiene todos los derechos y ninguna obligación… Cualquiera sustancia que caiga sobre un alma así dará el mismo resultado y se convertirá en pretexto para no supeditarse a nada concreto”.

DEL YO AL NOSOTROS: EL BIEN COMÚN

Otro motivo para sonreír desde la serenidad, es aceptar que no siempre lo que nos han enseñado es lo correcto, que lo aprendido no tiene por qué ser por definición lo más adecuado, que la nuestra no es la única cultura existente o ni siquiera necesariamente la mejor. Debemos potenciar nuestra capacidad de analizar aquello que nos rodea, de pensar por nosotros mismos; desarrollar el PENSAMIENTO CRÍTICO, la HUMILDAD y abrirnos a otras posibilidades, incluso a la MODIFICACIÓN DEL PARADIGMA SOCIAL. La evolución se basa, precisamente, en el cambio, no en la inmovilidad y lo mismo sucede con el aprendizaje: conocemos a través de la acción y la experiencia. Siguiendo con Ortega y Gasset, nos continúa recordando: “el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer en la humanidad es que está en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva”.

Y uno de los mayores errores que como civilización hemos cometido es pensar en términos absolutamente mercantilistas, en ese egoísmo exacerbado en que ha devenido un liberalismo mal entendido, cuyo última consecuencia ha sido el individualismo más absoluto y la exaltación absurda y miope del Yo. Jacinto Benavente lo dejó plasmado en su ácida poesía El Meeting de la Humanidad:

En el "meeting" de la Humanidad,
millones de hombres gritan lo mismo:
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo...!
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo...!
¡Cu, cu, cantaba la rana;
cu, cu, debajo del agua...!
¡Qué monótona es la raza humana!
¡Qué monótono es el hombre mono!
¡Yo, yo, yo, yo, yo!
Y luego: A mí, para mí;
en mi opinión, a mi entender.
¡Mi, mi, mi, mi!
Y en francés hay un "Moi"!
¡Oh!, el "Moi" francés, ¡ése sí que es grande!
"¡Monsieur le Moi¡"
La rana es mejor.
¡Cu, cu, cu, cu, cu!
Sólo los que aman saben decir ¡Tú!

Como ejemplo de esa exaltación del Yo en detrimento del Nosotros –y del propio Yo- y de cómo nuestros esquemas mentales no siempre tienen por que ser los más acertados e incluso con frecuencia nos traicionan, podría valer la experiencia vivida por un antropólogo occidental en África. Al parecer, el investigador propuso un juego a los niños de una tribu sudafricana, perteneciente a la cultura Xhosa: depositó un cesto de frutas junto un árbol y les dijo a los niños que el primero que llegara se quedaría con todas las frutas. Cuando dio la señal para que se iniciara la carrera, todos los niños se cogieron de la mano y cuando se aseguraron de que todas las manos estaban entrelazadas, corrieron juntos… y juntos llegaron hasta el árbol, en donde todos, sin excepción, disfrutaron del contenido de aquel cesto. Cuando él antropólogo les preguntó por qué habían hecho tal cosa, si uno solo podría haberse llevado todas las frutas, le respondieron: ¡UBUNTU! y le le explicaron qué cómo iba a ser posible que uno sólo de ellos pudiera estar contento, si todos los demás estaban tristes. En la cultura Xhosa, ubuntu significa: “yo soy porque nosotros somos”. (2)

Y es que esa misma conciencia que nos descubre la realidad y el sentimiento de ser responsables de nuestras propias vidas, nos debería de encaminar hacia un sentimiento algo más amplio, el de la CORRESPONSABILIDAD, que es que el trasciende el propio YO –a través de su conocimiento y de su aceptación- y nos conduce hasta el NOSOTROS. Una corresponsabilidad basada en la respuesta que damos a la llamada de otro ser humano, que en realidad no deberíamos esperar a tener que escuchar para ser movidos a la acción, puesto que la necesidad, en base a la dureza de la vida que señalaba algo más arriba, es ininterrumpida y permanente.

Para ello debemos rechazar esa concepción utilitarista de la vida, la cosificación de los seres humanos que nos rodean, para convertirlos en iguales y establecer con ellos una relación desde esos planos de igualdad. Martin Buber, una de las figuras más importantes del siglo XX en el ámbito de la educación, destacó que era precisamente en la relación y en el diálogo Yo-Tú frente al monólogo Yo-Ello en donde sucumbían la mayoría de las relaciones humanas (3). Según Buber, la clave reside en encontrar un equilibrio entre el individualismo extremo –el hombre ante sí mismo- y la perspectiva colectiva –que no tiene en cuenta a la persona, sino únicamente a la sociedad- y para ello resulta esencial el concepto de INCLUSIÓN: sentirse uno mismo y al mismo tiempo sentir al otro en su propia singularidad. Y más allá de ello, en el plano de lo espiritual, nuestro encuentro con Dios también discurre a través del conocimiento y el reconocimiento de nuestros semejantes, pues tal y como señala: "la palabra de una persona que desea hablar con un ser humano sin hablar con Dios es incompleta, pero la palabra de alguien que desea hablar con Dios sin el hombre, sencillamente es inexistente".

Y en una línea similar, Santiago Ramón y Cajal también nos recuerda que “en la naturaleza no hay superior ni inferior, ni cosas accesorias y principales. Esas jerarquías que nuestro espíritu se complace en asignar a los fenómenos naturales, proceden de que, en lugar de considerar las cosas en sí y en su interno encadenamiento, las miramos únicamente en relación a la utilidad o el placer que puedan proporcionarnos. En la cadena de la vida todos los eslabones son igualmente valiosos, porque todos resultan igualmente necesarios”.

Es ese concepto de BIEN COMÚN, que incluye la corresponsabilidad hacia los otros seres humanos, el que constituye la esencia del Cristianismo y lo que podemos encontrar como base de la mayoría de las grandes culturas y religiones que haya podido crear el hombre. Quizás porque su universalidad se fundamenta en algo mucho más primitivo, como fueron aquellas primeras comunidades colaborativas de homínidos, cuyo proceso de humanización más importante fue la toma de conciencia de su propia existencia y con ella, de la responsabilidad y el compromiso con el grupo como base de la supervivencia del mismo, lo cuál también incluía la propia.

UN COMPROMISO BASADO EN EL AMOR

El compromiso con el ser humano, con lo que somos, con el propio planeta y con las otras personas –con el bien común-, implica ELECCIÓN, PERSEVERANCIA, probablemente SACRIFICIOS, CAMBIOS y COHERENCIA con uno mismo. Seguramente también VALENTÍA. 

Un compromiso que debería empezar también por recuperar esa relación primigenia con la naturaleza, SACRALIZANDO nuevamente el planeta que habitamos, puesto que de él depende nuestra supervivencia… y la de quienes deberán heredar nuestro legado. Nadie puede abrogarse la facultad de destruir algo de cuya propiedad carece, pues tan solo somos usufructuarios de un planeta que por derecho pertenece, no ya a toda la humanidad -incluso a la venidera-, sino a cada uno de los seres vivos que lo habitan.

La base de ese compromiso, lo que nos permite establecerlo, cimentarlo, consolidarlo y cumplir con ello, es esa capacidad de amar que los seres humanos llevamos impregnada en nuestra más elemental estructura genética. Una cualidad que nos distingue sobre cualquier otra especie conocida y que Fray Diego de Estella suplo plasmar con singular belleza: “si quisieras que nos salváramos por las limosnas, no se salvarían los pobres, porque no tienen de qué hacer limosna. Si en los ayunos estuviera nuestra salud, no se salvaran los enfermos y flacos. Si en la doctrina y sabiduría, ¿qué hicieran los simples y los que poco saben? Si en la virginidad, ¿en qué esperaran los casados? Y si en la pobreza, ¿qué hicieran los ricos? Y así de todas las otras cosas. Muchos se podrían excusar y así quedarían excluidos de la bienaventuranza. Más del amor, ¿quién se excusará? ¿Quién legítimamente será excluido? Todos te pueden amar, Señor, y a sabios y no sabios, a ricos y pobres, a chicos y a grandes, a mozos y viejos, a hombres y mujeres y a todo estado y a toda edad es común el amor. Porque ninguno es flaco, ninguno es pobre y ninguno es viejo para amar”. 

Es ese compromiso, basado y expresado a través del AMOR y realizado en base a esa INTELIGENCIA vital igualmente imprescindible, el que nos debería permitir recuperar nuestra parte más humana, humanizando con ello a toda nuestra sociedad, de dentro hacia afuera y de abajo hacia arriba, pero también impulsándola y derramándola desde la responsabilidad que implica el liderazgo. Un compromiso que nos permita: 

Humanizar la familia, como pilar esencial de la sociedad y foco del amor más genuino y elemental, rescatándola del papel secundario que se le ha pretendido asignar o de su devaluación progresiva.
Humanizar la educación infantil, enseñando que educar en valores es la mejor garantía para conseguir con el tiempo una sociedad verdaderamente humana, haciendo del proceso educativo algo permanente y motivando para el auto-aprendizaje y la auto-perfección.
Humanizar la universidad y las escuelas profesionales, que desde el rigor y la verdad, deberían desarrollar nuestras mejores capacidades antes que alterarlas, contribuyendo a formar personas y no meros engranajes de un mecanismo económico, o competidores insaciables.
Humanizar la cultura, para promover y distinguir aquello que verdaderamente lo sea, evitando la confusión y limitando la mercantilización excesiva de lo inconsistente, para no sólo ser consumidores de cultura, sino ante todo, asimiladores de cultura. 
Humanizar la empresa, cuyo principal objetivo debería ser prestar un servicio a la sociedad y no exclusivamente perseguir el máximo beneficio, entendiendo que quienes en ellas trabajan son, ante todo, personas y no simples factores productivos.
Humanizar los medios de comunicación, y en particular la televisión, mediante la sensibilización y la concienciación sobre su capacidad de influir positiva o negativamente en la sociedad, revisando qué, para quién, de qué manera y con qué objetivo se comunica.
Humanizar los espacios públicos, haciéndolos accesibles para todas las personas, incluidas las que puedan tener carencias o dificultades y creando entornos que contribuyan activamente a desarrollar nuestro bienestar, tanto el físico como el espiritual. 
Humanizar la política, instaurando también para esta profesión el concepto de excelencia y haciendo de ella una actividad noble, con personas debidamente formadas -especialmente en valores humanos- y enfocada hacia el servicio a la comunidad, hacia el bien común, por encima del cualquier egoísmo o individualidad.
Humanizar la sanidad, tratando no sólo que sea universal, sino que considere a los pacientes como personas y que este basada en el respeto y la dignidad. El trato humano no puede depender exclusivamente de la voluntad o el sacrificio del personal médico y sanitario, sino que el propio sistema debe de propiciarlo y valorarlo.
Humanizar la ley, partiendo de la premisa elemental de que las leyes deberían estar al servicio de las personas y no las personas al servicio de las leyes. No se pueden utilizar las leyes para cubrir o encubrir los dislates, los errores y los intereses espurios de quienes gobiernan.
Humanizar la justicia, haciendo que la misma sea de verdad igual para todos y garantizando su independencia, su imparcialidad y sobre todo, su humanidad. Nada hay más inhumano que la injusticia y la impunidad de quienes atentan contra la vida, el bienestar y la felicidad de las personas o el bien común.
Humanizar la religión, conteniendo los excesos de formalismo y una rigidez no siempre coherente con la realidad social, o incluso con la esencia del mensaje que se pretende divulgar y que no hacen sino devaluar su validez y enmascarar la trascendencia de la propia espiritualidad.
Humanizar, en definitiva, nuestra actitud ante la vida y ante los demás, a los que deberíamos entender como iguales, como personas y no como piezas de un tablero a las que utilizamos exclusivamente para conseguir nuestros propios fines.

Para llevar a cabo ese compromiso, además de revisar nuestra capacidad para amar a otras personas, de recuperarla, motivarla y fomentarla, deberemos seguir creyendo en el ser humano y en nuestra propia humanidad. No ya como algo que permite desarrollar nuestra individualidad desde la comprensión de lo que somos y desde la comprensión de las otras individualidades que componen la humanidad, sino como un todo entrelazado, del cuál formamos parte. Una parte irrepetible y esencial. 

Y si empezaba esta intervención con un pequeño cuento, quisiera terminar con una gran poesía de Ángela Figuera, cuyo título es, precisamente, Creo en el Hombre:

Porque nací y parí con sangre y llanto;
porque de sangre y llanto soy y somos,
porque entre sangre y llanto canto y canta,
creo en el hombre.

Porque camina erguido por la tierra
llevando un cielo cruel sobre la frente
y el plomo del pecado en las rodillas,
creo en el hombre.

Porque ara y siembra sin comer el fruto
y forja el hierro con el hambre al lado
y bebe un vino que el sudor fermenta,
creo en el hombre.

Porque se ríe a diario entre los lobos
y abre ventanas para ver los pinos
y cruza el fuego y pisa los glaciares,
creo en el hombre.

Porque se arroja al agua más profunda
para extraer un náufrago, una perla,
un sueño, una verdad, un pez dorado,
creo en el hombre.

Porque sus manos torpes y mortales
saben acariciar una mejilla,
tocar el violín, mover la pluma,
coger un pajarillo sin que muera,
creo en el hombre.

Porque apoyó sus alas en el viento,
porque estampó en la luna su mensaje
porque gobierna el número y el átomo,
creo en el hombre.

Porque conserva un cajón secreto
una ramita, un rizo, una peonza
y un corazón de dulce sus letras,
creo en el hombre.

Porque se acuesta y duerme bajo el rayo
y ama y engendra al borde de la muerte
y alza a su hijo sobre los escombros
y cada noche espera que amanezca,
creo en el hombre.

Muchas gracias.

Por Alberto de Zunzunegui

Notas:
(1) Datos recogidos en el INFORME FOESSA 2012, Exclusión y Desarrollo Social
(2)  No he podido constatar que la historia –encontrada en Internet- sea cierta, pero si la veracidad del término UBUNTU, ampliamente estudiado y su significado para la etnia Xhosa “yo soy porque nosotros somos”. Las principales fuentes consultadas son entre otras, las siguientes:  Win van Binsbergen, UBUNTU and the Globalisation of Sothern Africa Thought and Society, y Dorothy R. Jolley, UBUNTU a Person is a Person. También existe una importante fundación que promueve esa filosofía tradicional contenida en el término UBUNTU: The South African Ubuntu Foundation, creada por Kevin Chaplin y cuyo Patrono es Desmond Tutu, que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1984.
(3) Kalman Yaron, Martin Buber, publicado inicialmente en Prospects: the quarterly review of comparative education (Paris, UNESCO: International Bureau of Education), vol. XXIII, no. 1/2, 1993, p. 135-146.