on Monday, February 25, 2013
Estamos asistiendo, no sé si conscientemente o no, a un peligroso juego que se va introduciendo en nuestros hogares a través de las redes sociales, los medios de comunicación y, si me apuran, del pensamiento y posterior discurso diario de tirios y troyanos, y este juego no es otro que el del uso y hasta abuso impune e indecente de la mentira. Si nos fijamos bien, la falta de veracidad y el engaño comienzan muy de mañana cuando en-cendemos la radio o el televisor. Las campañas publicitarias se adueñan de las ondas, alargando la duración de las cuñas, para soltarnos unos rollos pseudo-filosóficos de lo más irrisorio que convierten en auténtica hazaña entender qué es lo que nos ofrecen y, no  contentos con eso, señalan una serie de cualidades y beneficios inherentes a los productos anunciados que  faltan a la verdad, prometiendo resultados de comodidad, duración, retorno a la juventud, eficacia o satisfacción que rara vez se cumplen, cuando no atentan contra la salud o el bolsillo del incauto comprador que contempla desolado como su pelo no aumenta, su piel  de naranja no disminuye, el aspirador no limpia solo, el quita-manchas no hace milagros, sus líneas de expresión siguen siendo las arrugas de siempre y acaba como Marcel Proust. buscando una y otra vez su tiempo- y su dinero- perdido.

Como esta situación se produce a lo largo de los años sin el debido castigo, la mentira da un paso más y al abrir el ordenador comienzan a entrar, a velocidad desaforada, correos de empresas o particulares semiocultos, a los que nunca nos hemos dirigido y que, sin embargo, disponen de nuestros datos como si fueran de la familia. En esos correos, y me estoy refiriendo a los aparentemente inocentes que nada tienen que ver con la criminología cibernética, -que haberla hayla-, unos desaprensivos apelan a nuestra conciencia, para conseguir nuevas direcciones de incautos, asegurándonos que hay alguien enfermo o necesitado el cual, gracias a nuestra contribución difusora del mensaje, va a curarse; a solucionar su problema o a salir del entuerto en cuestión. En la mayoría de los casos no hay persona en apuros, ni enfermedad alguna ni problema real, solo hay… otra perversa mentira.

¿Y qué me dicen de todos aquellos salvadores de la patria y del ser humano que nos envían  correos premonitorios o curativos de posibles males físicos o psíquicos? En esas misivas se cantan las excelencias de tal o cual alimento, o el prejuicio que supone tal otro; nos indican la conveniencia de beber o no tal cantidad de líquido a diversas horas del día o de la noche -no siempre coinciden-; de hacer tal o cual dieta milagro que nos va a convertir en Brad Pitt o en Angelina Jolie a las primeras de cambio; de practicar los primeros auxilios en casos de ataques cardíacos, cerebrales, asfixia etc.; intentan convencernos de los beneficios de la ingesta de infusiones de múltiples propiedades, que lo mismo sirven para un roto que para un descosido… en fin, de una especie de magia descontrolada que en caso de seguirla nos garantiza que en un futuro no lejano, nadie enfermará, ni morirá ni tendrá el menor dolor o inconveniente. ¿Con qué autoridad? ¿Con que conocimientos? ¿Quién lo firma y afirma? ¡Nadie, porque las mentiras tienen las piernas cortas pero… la cara oculta y los dedos ligeros!

Salimos del ordenador, cogemos la prensa diaria y encontramos en las páginas de sociedad -cuando no en las de sucesos- una relación de jugosas exclusivas a famosos de distinto pelaje, empresarios, y gente de toda clase y condición a los que la malévola y extendida frase sin santo y seña de “se dice en los mentideros que fulanita o fulanito…” los señala implacablemente, desmenuzando sus glorias y miserias sin pudor, lo que contribuye a desvirtuar su imagen pública, con o sin motivo, porque a los diez minutos lo conoce todo el universo mundo que ahora se pasea, se informa  y ¡Dios nos asista, hasta se forma! A través de este invento a la vez fantástico y demoníaco que se conoce como la Red!

Capítulo aparte merece la situación de desmanes permanentes que, descubiertos a través de fuentes ocultas  en estos últimos meses, martillean nuestros ojos y oídos a diestro y siniestro como si se hubiera levantado la veda de la sinvergonzonería y el despropósito. El linchamiento verbal de la clase política a la que se prejuzga temerariamente casi con carácter general y sin el debido y exhaustivo conocimiento de causa, por haber prevaricado, malversado, sobornado, e incluso, haber facilitado por su negligencia la muerte de otras personas, destruye el buen nombre de todos y cada uno de ellos y mete en el mismo saco a quienes deben ser justa y muy duramente castigados y a los que no. ¡Peligroso juego de mentiras arriesgadas, cuyas consecuencias aún no nos hemos parado a considerar! Porque ¿Quién restituye la honra perdida? Ya lo dice nuestro sabio refranero…”Del agua derramada, ni la mitad aprovechada”.

Vaya por delante que considero que el mal servidor público merece, si no dimite, ser expulsado de inmediato de las filas de su Partido y que ¡craso error! esta práctica es infrecuente, por lo que hay que decir alto, claro y unánimemente que en caso alguno deben estos individuos saberse arropados con paños calientes y silencios cómplices que amparen sus tejemanejes ni, mucho menos, ser remunerados con los dineros públicos o de los afiliados.  Sin ambages, sin medias tintas ¡Fuera y ya!

Pero dicho esto, lo peligroso de ese juego es que aceptamos como verdad lo que no siempre lo es y ante la durísima situación por la que atravesamos, cuando nuestros jóvenes se encuentran solo abierta la puerta que conduce al paro; nuestros mayores con una escasa pensión tienen que proporcionar alimento a hijos y nietos que no disponen de medios para mantener a sus familias, y Europa sigue mostrándonos sus fauces permanentemente abiertas  para exigir sin la menor piedad sus intereses, solo nos falta que algún alma caritativa venga a exagerarnos la malversación, la prevaricación, el abuso y los desmanes de un puñado de mal llamados servidores públicos que, desde las más altas a las menores instancias y las distintas formaciones políticas a lo largo del territorio nacional, se ponen el mundo por montera; se burlan cruelmente de nosotros y sin la menor decencia nos roban por avaricia desmedida o por incapacidad manifiesta el cada vez más escaso pan de la boca ¿A alguien le extraña que al conocer estas noticias montemos en cólera y sin  más preámbulos nos nombremos a nosotros mismos jurados populares y, sin toga ni puñetas, nos convirtamos en los más implacables jueces, tanto de inocentes como de culpables?

Urge agilizar y dotar de los medios necesarios a nuestro Sistema Judicial para que la celeridad en los procesos castigue en tiempo y forma a los delincuentes sin posibilidad de acogerse a la prescripción de los mismos y evite así esta efervescencia de juicios paralelos; de filtraciones permanentes, de linchamiento general. Urge contrastar exquisitamente los contenidos de los Medios; Urge trabajar con el mayor ahínco por eliminar esta sensación de todos contra todos propugnada por un grupo de derrotistas, envidiosos y rastreros que, curiosamente, aún conservan sus puestos de trabajo, mientras que el resto del país se esfuerza en vano por encontrarlo, y sigue viviendo su historia con honestidad, buen hacer, solidaridad y paciencia benedictina. 

¡Por esta vez creo que se puede decir con rotundidad que el pueblo español no se ha merecido esto!

Por Elena Méndez-Leite

on Monday, February 18, 2013
"Abandonar puede tener justificación; abandonarse jamás".
Fotografía de Rafa Llano
Cuando D. Guillermo Trebín me honró pidiéndome que pronunciase una conferencia en los cada vez más afamados “Lunes de Ginzo”, acepté por supuesto, ilusionado como tantas otras veces, y elegí algo que tuviera interés general. Dado que tenía la oportunidad de dirigirme a ustedes, no iba a desaprovecharla dándoles un discurso sobre el Raciocinio, por ejemplo. Consideré que eso sería perder el tiempo, ya que explicarles una materia tan compleja, requeriría todo un curso y no una conferencia de 50 minutos.  Otra opción hubiera sido dar lo que se denomina una charla divulgativa, es decir, “algo” que intentara hacerle creer a ustedes, personas formadas y con experiencia, que  ya entienden de algo más que realmente no entienden, satisfaciendo así lo que considero uno de las más bajas pretensiones de la gente moderna, es decir, una curiosidad superficial acerca de los  nuevos conocimientos.

Rechacé, pues, ambas alternativas y decidí hablarles sobre un asunto que es esencial para todos, con la esperanza de que ello les ayude a aclarar sus ideas acerca del mismo, incluso en el caso de que estén en total desacuerdo con lo que yo vaya a decirles, por lo que, como se decía antiguamente, cuento con su comprensión y benevolencia.

Los estrés –que ya saben ustedes de que se trata - y las “estenias”, que son los cansancios corporales y mentales de cualquier tipo, constituyen los burladeros recurrentes de este tiempo, en los que siempre nos refugiamos. Pero lo cierto es que este mundo, empeñado en crear un ambiente confortable es, muy por el contrario, un mundo que cansa. Y téngase en cuenta que el cansancio moderno de la vida es mucho más que la adición de los cansancios físicos que nos cansan, como iremos viendo.

En un momento, demasiado largo ya, culturalmente triste y oscuro como el que vivimos para nuestra infelicidad; en pleno ocaso de ideologías, de falta de creencias trascendentales y de valores religiosos. En una etapa como ésta de auténtica incertidumbre, no se debe minimizar o subestimar el moderno cansancio de la vida que afecta a mucha gente, porque tal cansancio es el resultado consecuente y lógico de las  citadas carencias.

Cuando ese cansancio, no es temporal sino que dura una temporada relativamente larga,  de quince días por ejemplo, es preciso reponer fuerzas para sumergirse en otro ciclo con nuevos impulsos; para ello, tenemos que planificar días de reposo y sosiego, llenándolos de tranquilidad y equilibrio.

En estos tiempos que nos han tocado, hablamos demasiado y ostentosamente de “calidad de vida” en un sistema de bienestar; pero cada vez vivimos más angustiados y desengañados de casi todo. Y eso es debido a que muchas de las necesidades que nos creamos no son otra cosa que intensos pero sólo aparentes deseos. Las actuales prisas, son como corchetes o “esposas” que nos aprisionan, y el alma se arruga ante tanta precipitación sin sentido. ¿Por qué y para qué tanta prisa?, tendríamos que preguntarnos.  Yo reconozco que, hasta hace pocos años,  también corría sin saber bien hacia donde, de alucinación en alucinación, en una carrera errática y fatigosa.

Pero, si lo pensamos bien, admitiremos que desconocemos muchas cosas importantes de la vida, porque no nos detenemos lo suficiente en ellas. ¡Cansados de la vida! participamos en la maratón de una existencia verdaderamente agotadora. Y olvidamos con frecuencia que saber vivir, no es ni mucho menos, una cuestión fácilmente hacedera. Como dijo Juan Ramón Jiménez, cargado de la poesía que llevaba en sus entrañas: “Saber vivir es respirar a fondo  para descubrir, al fin, el perfume.”

La fatiga que produce el cansancio moderno de la vida, no se refiere a nada en concreto.   Su alusión es muy imprecisa, ya que describe a la vida como totalidad, como proyecto.  Sin embargo, les diré que el examen de ese estado de ánimo, demanda, para ser superado, tres cosas fundamentales, a mi modo de pensar:

1) Buscar su porqué (Etología).
2) Describir lo que el sujeto experimenta interiormente (Vivencía) y,
3): Diseñar un plan que permita salir de dicho estado de ánimo (Terapia).

Repito: etología, vivencia y terapia.

Hace unos treinta años, existía evidente desigualdad entre los recursos financieros disponibles y los proyectos a realizar. Éstos eran mucho más numerosos que aquéllos.  Ahora, por el contrario,  y pese a la crisis, tenemos al menos en el llamado “primer mundo”, y hasta en España, numerosos recursos, pero apenas disponemos de planes para aplicarlo. Pensemos en la escolaridad que en nuestro país es forzosa. De modo que, cuando los niños nacen, después de haber ido a una guardería, tiene que ir a una escuela, y luego, a otra;  así, hasta los 14 años, y todo ello, exigido e impuesto por ley, y eso, naturalmente, origina el cansancio moderno de la vida que tanto nos preocupa. Yo diría más, diría que es la raíz del cansancio de la vida más frecuente en nuestro tiempo.

La tan añorada libertad humana, consiste básicamente en hacer algo que tú deseas libremente; por ejemplo, lo que yo estoy haciendo ahora aquí es dictar una conferencia sobre “El moderno cansancio de la vida”, y puedo, darla o no darla, y hasta si no se me ocurran más que tonterías, que es bastante posible; yo renunciaría y sería una conferencia frustrada desde el principio. Pero mi proyecto inicial estaba  bien determinado: se trataba de concebirla, escribirla y exponerla, lo mejor que fuese posible dentro de mis cualidades y características.

En tal caso de abandono, amigos, sólo nos quedaría el automatismo, que es una forma de actuar sin decisión previa sino repetida. Por ejemplo, el hombre moderno que dispone de recursos económicos, tiene que ir los fines de semana a su casa de la sierra, cuidar el jardín, vigilar que no salgan goteras, realizar alguna pequeña reparación de urgencia, etc. Y a eso le llamamos, modernamente, disfrutar del tiempo libre, ¡qué sarcasmo!.

Pregúntense ustedes cuantas veces al día, aun estando ya jubilados, dicen “tengo que hacer” tal o cual cosa. Incluso las tareas que más nos apetecen, decimos que tenemos que hacerlas. Es el mecanismo perverso de la anticipación… Hay en cartel una obra de teatro que deseamos ver sin falta, pero hay que sacar las entradas 15 ó 20 días antes. Yo quiero ir a verla hoy, día 6, pero no quedan localidades hasta el 25, y yo no sé si tendré ganas de ir al teatro el día 25.  Esta es la forma que impone la vida moderna, aun disponiendo de recursos; ¡ y no estoy inventando nada!.

Ortega nos enseñó que el hombre es futurizo. Y el sufijo “izo” (en estas cuestiones lingüísticas me siento bastante cómodo) en español, quiere decir que está “orientado a”, “proyectado a”. Así decimos que el suelo está resbaladizo, cuando resbala, que alguien es “olvidadizo” cuando olvida fácilmente, “enamoradizo” cuando se enamora muchas veces.  O que es un lugar fronterizo el que está próximo a la frontera. Pues bien, el hombre es “futurizo”, porque está proyectado hacia el futuro.

Señoras y señores, estamos ahora aquí y en este momento ustedes acaso estén pensando que ¿cuándo terminará este “rollo”? y qué van a hacer luego, y mañana, y hasta que lleguen las vacaciones de Semana Santa que son las más inmediatas. Y el ensueño queda cohibido por otros proyectos que no son los suyos, pero que no han tenido más remedio que aceptar. Lo que quiero decir llanamente es que la causa más radical del cansancio moderno de la vida, es la mutilación de la actividad proyectiva de la que venimos hablando.

En cualquier caso, resulta imprescindible, penetrar en el tema de la vida para situarnos. Y ¿Qué es la vida?, Ortega nos dice en su famosa “Historia como sistema” que la vida es “la realidad radical” porque a ella han de referirse todas y cada una de las cosas que nos rodean.

En los últimos quince o veinte años, utilizamos un lenguaje cada vez más rimbombante y se habla mucho, ostentosa y pomposamente, de la filosofía de la vida humana. Y es que, en realidad, nuestra vida está constituida por una mezcla de muy diversos componentes con los que el ser humano tiene que jugársela a diario. Por eso, resulta más exacto, hablar de  mi vida como la obligación primordial que tiene el hombre. (Cuando digo “mi vida”, me refiero también, por supuesto, a la singular y particular vida de cada uno de ustedes).

Cuando alguien dice "Mi vida", coinciden especialistas y pensadores, se refiere a lo que lo que ustedes son, a lo que ustedes hacen, a la situación en que cada uno se encuentra y “su circunstancia” (“yo soy yo y mi circunstancia” que nos dictó Ortega y Gasset). Si la filosofía sirve para algo, que evidentemente “sí que sirve”, es para iluminar la vida de cada uno, para emplazarla lo mejor posible. Porque toda filosofía, amigos, es meditación de la vida.

Resumiré esta cuestión que se me antoja fundamental: Mi vida, la de cada uno de ustedes,  y la de todos los seres humanos, tiene dos aspectos fundamentales, que yo llamo “las dos pes”: Personalidad y Proyecto. Y la plataforma sobre el que ambos conceptos se apoyan, resulta ser la auténtica realidad de cada uno. La que el maestro Ortega llama “la realidad radical”.

Una frase de la calle –nunca olvidemos que el lenguaje lo crea el pueblo llano- lo refleja cabalmente. La frase es: “yo hago mi vida”. Y así es, en efecto, porque a través de "su vida" es como  cada uno va diseñando su personalidad y su proyecto concretos.

¿Están ustedes cansados de estar cansados?. ¿Atraviesan un periodo de misterioso cansancio?. ¿Están ustedes hartos de quejarse de lo cansados que están?. Me parece, señores, que se encuentran en plena crisis de cansancio vital. Pero no se preocupen que no se trata de ninguna enfermedad letal, aunque, eso sí, es sumamente contagiosa. Las causas de tal fenómeno se encuentran, sobre todo, en la excesiva exigencia a que sometemos a nuestra mente y nuestro cuerpo, durante  el moderno vivir cotidiano.

La sociedad cambia a una velocidad vertiginosa, los adelantos tecnológicos nos abruman, y la cantidad de información que recibimos diariamente es gigantesca. Y a todo eso hemos de añadir nuestro particular ritmo de vida, las compras, el control de las facturas, la familia y sus múltiples demandas, los amigos, el ocio, la formación, y las señoras, además, las inacabables tareas domésticas.

Por cierto, una de las cosas que nos produce mayor cansancio es la disputa con los reveses y las frustraciones que la vida comporta. Claro que para intentar algo medianamente grande hay que dejarse la piel, como suele decirse. Mas sentirse angustiado, sólo debiera ocurrir en casos de catástrofes, o sucesos realmente graves, no de dificultades o males sin  importancia por más que nos empeñemos en dramatizarlos…

En cualquier caso, deberíamos valorar con equidad, justicia e imparcialidad, tanto los hechos negativos como los positivos, para concluir con un balance ecuánime que no fuese ni triunfalista, ni derrotista.

Pero creo que me estoy desviando de mi intentona que no es otra que estudiar las vivencias del individuo moderno cansado de la vida. Porque hay que admitir que esa sensación de aburrimiento y hastío, está cada vez más extendida y ha calado hondo en todos nosotros, jóvenes y viejos, incluso quizás más en el mocerío, porque se observa hoy, en la juventud, un complejo cóctel de desgana, apatía y dejadez. Da la impresión, muy posiblemente acertada, de que el hombre y la mujer actuales hacen todo con tan “excesivo esfuerzo” que, al cansarse tanto, terminan haciéndose vagosLa personalidad humana se ha teñido modernamente de un regusto apático donde se ponen en fila el desaliento, la pereza, el pesimismo, el desánimo, la melancolía, y qué se yo cuántas cosas más, que  hacen, dicho en pocas palabras, que nos sintamos impotentes ante la vida.

Pero lo que mejor radiografía el cansancio actual de la vida, es la falta de ilusión y el desencanto. El humano, admitámoslo, se ha vuelto enfermizo, y algo brumoso, como envuelto en la tonalidad gris de una tarde tormentosa. Y todo ello, revestido de una desesperación que culmina en una fase en la que la personalidad corre gran peligro, porque el tema que sobrevuela en el fondo de tal vivencia es, ni más ni menos, que la amenaza del propósito personal, de nuestro proyecto personal.

Se ha generado la  verdadera y gran crisis, de la que tanto se habla y que todos padecemos en una u otra medida, por la pérdida de ilusiones en los objetivos propios y, también, no hay que negarlo, por errores de estrategia que nos vienen desde arriba por una mala gestión de los gobiernos. De esa forma, nuestro proyecto se ha desdibujado, y al perder sus líneas básicas, se ha tornado equívoco y borroso. Por eso, me parece, asumimos más de cinco millones de parados –cada uno con su particular tragedia- y más del 45% de desempleo entre los jóvenes. Y claro, no concebimos, ni entendemos lo que nos pasa, porque estamos ciertamente abrumados. Y ese hombre, o esa mujer, ustedes, yo, o cualquier otro, empieza literalmente  a hundirse.

Creo que, hasta donde yo he sabido explicarlo, va quedando claro lo qué es el cansancio reciente de la vida. Pero debo insistir en que ese “cansancio” incide en el quehacer diario del individuo y de la sociedad; en el equilibrio personal y social; reincide en la economía, en la productividad; y en la vida toda, porque todo lo hemos simplificado metiéndolo en el “capacho de la crisis”.

El ser humano, hay que asumirlo, se  ha convertido en el cliente universal de la sociedad de consumo, además, es un usuario manipulado por una técnica que le desborda, todo ello, dentro de en un mundo desencantado. El peso de su propia aparente libertad, se le hace insoportable y termina no sólo cansado, sino también aturdido. El habitante de la gran ciudad, parece solitario entre la multitud, harto de prisas, máquinas, ruidos, ordenanzas y contaminación, y termina atosigado por el cambio de todas las cosas a un ritmo vertiginoso. Esa persona, ustedes, yo, o cualquier otra, a quienes nos sobran, al menos relativamente, los medios, no sabemos cuales son nuestros fines. Dicho de otro modo, el hombre moderno dispone de caña y señuelo, pero no sabe para qué sirven.

La situación es gravísima, señores, y lo es porque la técnica, y la celeridad de los cambios, por primera vez en la historia, pueden hacer del ser humano una masa anónima y despersonalizada. Pueden, incluso –y no trato de dramatizar- destruir a la humanidad.

En su “Discurso preliminar de Zaratrusta”, Nietzche escribió unas palabras que viene bien recordar en este momento: Os muestro - dijo- al último hombre. La tierra se ha vuelto pequeña, y sobre ella se mueven a saltitos los últimos hombres. Hemos inventado la felicidad –dicen los insensatos -. La enfermedad y la desconfianza se les antoja pecado grave que hay que evitar a toda costa..."

Por cierto, el loco del Zaratustra de Nietzsche, iba de aquí para allá con un farol en la mano preguntando si alguien sabía que habíamos matado a Dios, mientras la gente se preguntaba de qué hablaba, pudiera haber pasado hace 2000 años, que alguien, otro loco, hubiera ido por ahí pregonando que Dios ha resucitado, y la gente le miraría con la misma cara, para quizá unos siglos después llegar a la conclusión de que ha llegado el tiempo de abandonar este "cansancio", este "pesimismo", esta "soledad", para empezar a vivir de nuevo con otro talante y  otros valores.

He trascrito esa cita del genial Nietzche, porque me parece reveladora de lo que le está pasando a nuestra sociedad. La filosofía de la Sociedad de Consumo, todavía injustamente llamada del bienestar, es la de esos “últimos hombres”. Se trata de vivir sin problemas, con salud y felicidad; vegetar todo lo posible y, sobre todo, buscar el placer a cambio del mínimo esfuerzo. El símbolo del ordenador, en el que basta apretar un botoncito para disfrutar de paraísos virtuales, es el mejor exponente de  este despreocupado e incoherente tiempo.

Esta Sociedad conduce, como Nietzche dijo sabiamente, a una generación de “últimos hombres”. Y eso sólo podría evitarse de verdad, rompiendo esa estructura, o, lo que es lo mismo, negando la vida del día a día.

Tan claro está lo del cansancio físico por la apresurada vida que llevamos, que yo lo llamaría más que el “cansancio de la vida” la vida del cansancio... Basta mirar por la calle para ver cientos de personas fatigadas, pero no físicamente, sino cansadas de la vida. Y lo peor es que también sufrimos un agotamiento existencial, que se muestra por el abandono de proyectos creadores, ante la inexcusable búsqueda del consumo por el consumo y de tiempo libre. Y aquí ya empezamos a encontrar numerosas contradicciones. Verán ustedes: Ni el salvaje, ni el santo, ni el rebelde sin causa, se cansan de la vida. Y es que para que ocurra eso, el hombre necesita una cierta preparación cultural que permita reflexionar sobre el sistema de valores. Por eso, tal “cansancio” ataca más a la juventud universitaria que, en esta época de dilatada crisis económica, se encuentra desesperanzada por no conseguir trabajo para el que se han preparado ilusionadamente durante años.

Por otra parte, vivimos en núcleos urbanos diseñados por una técnica a la que idolatramos como si fuera una diosa. Lo malo es que la Sociedad debe someterse  a la dirección de esa nueva casta especializada en saberes técnicos que son los tecnócratas. Pero ellos, al igual que el salvaje, el santo o el rebelde sin causa, tampoco nos resuelven excesivo. Se han alcanzado espectaculares éxitos, desde los cohetes interplanetarios a los superordenadores; pero para los problemas emocionales, la técnica cuenta más bien poco. La técnica no nos explica como reducir la violencia generalizada, ni interviene en los simples, pero cada vez más frecuentes, procesos de separación matrimonial y otros desajustes familiares. Y, por desgracia, el individuo normal no puede reparar sus muchos problemas domésticos con el éxito técnico de la llegada a la Luna. Al menos, de momento...

Todo esto, señoras y señores, si ustedes lo piensan bien, se  fundamenta  en lo que Ortega llamó el “hombre masa”. (La edición 1ª de “La Rebelión de las Masas” data de 1937, aunque fue escrita en 1928.) Vivíamos por aquellos años, en un mundo en el que la Sociedad incrustaba al individuo en el conformismo de la masa anónima. Y, lo peor del caso, es que, para nuestro infortunio,  seguimos habitando en ese mismo mundo.

En las primeras décadas del pasado siglo XX, la multitud se concentró, en efecto, en las ciudades, y empezó a ser considerada “masa”. Ortega y Gasset diría que: “El hombre masa es el que no quiere distinguirse y se siente muy a gusto sabiéndose igual que los demás”.   Sería, pienso yo con la timidez propia del que no sabe lo bastante, un tipo de individuo dirigido por otros, frente al dirigido por sí mismo propio de la época liberal, o al dirigido por la tradición, propio  de la época del medievo.

Pero la verdad es que en las clases más liberales y cultivadas, las cosas se producen de modo muy diferente. Dedicaré a comentarlo apenas un minuto: hemos de defendernos de las interferencias que alteran nuestra singular vida, sobre todo de Internet –del que hablaré en otra oportunidad, ahora ni tenemos tiempo, ni resultaría coherente-  y de la Televisión; en ésta evitaremos caer en un ciclo de programas alimentados por falsos “affaires” que, en realidad, no nos interesan en absoluto. Pero, reconozco que es muy difícil, conseguir “aislarse” del mundanal ruido.

Hoy nos encontramos con una sociedad post industrial que ha acelerado muy mucho el cambio social. Una sociedad en la que se engrandece demasiado el grado de “urbanismo” y donde se hace obligatoria una adaptación a sus múltiples transformaciones. Sabemos que el elemento clave para conseguir tal armonía es la educación. Pero existe otro, que ya no les parecerá tan indiscutible. Me refiero a la publicidad. Alienante, desde luego, pero necesaria. Ustedes podrán pensar, con acierto, que la publicidad, genera situaciones de conformismo. Y tendrán razón, pero también provocan otras de clara desobediencia.

En efecto, algunas personas pueden ser inducidas al lloriqueo por un serial  televisivo; pero también es posible que otras se vean incitadas a una noble reflexión social. Alguien puede ser llevado a un excesivo consumo alcohólico por la publicidad; pero también puede serlo a un mejor  comportamiento  cívico, por otra publicidad distinta. Nos encontramos, como tantas veces, ante las dos caras de una misma moneda. Pero la realidad actual nos muestra que seguimos sometidos a una manipulación que conlleva, aunque parezca contradictorio, que nuestra propia vida, nos la vivan otros...

Después de la descomunal exigencia a que sometemos nuestro organismo, necesitamos restaurar nuevos impulsos. Pero de forma muy diferente a como lo hacemos con el cansancio al que estamos ya habituados, que es el provocado por un esfuerzo principalmente físico, (por ejemplo,  por la práctica deportiva), y nuestro nuevo cansancio no sigue, en absoluto, el mismo patrón para ser eliminado. Por eso, nos desconcierta y nos frustra estar cansados y no entender el porqué. Y claro, si nos frustra no entenderlo, es porque hemos tratado de comprenderlo previamente.

Nos preguntamos una y mil veces: ¿por qué estoy tan cansado?, y no acertamos  con una respuesta que tranquilice a nuestra mente que todo lo quiere comprender para estar tranquila. Y así, corremos el riesgo de quedarnos anclados en una fase de intentar comprender, cuando lo cierto es que entender nuestra situación tampoco sería la solución.

Al mismo tiempo, la mecanización y la globalización, han conquistado tanto poder para organizar el “tiempo libre” de las personas, que es incesante la fabricación de productos cuya finalidad es sólo distraer; hasta el extremo de que el supuesto placer termina en aburrimiento, pues para que siga siendo placer, los ejecutores tienen buen cuidado en que su uso no suponga ningún esfuerzo... Se trata de que el usuario trabaje sin el mínimo esfuerzo intelectual.

Si yo les preguntase, así de repente, ¿Qué hay que hacer para dejar de estar cansados?.   Seguro que responderían, casi unánimemente, que descansar. Y eso es lo solemos hacer: descansar, pero aplicamos la lógica del cansancio del deporte a un problema bien diferente. Y el resultado es que, cuanto más tiempo pasamos en el sofá sin hacer nada, más cansados parecemos sentimos. Porque el cansancio de la vida, requiere, es cierto, una dosis de descanso físico; pero lo que está reclamando a gritos, es un cambio de ritmo de vida y, sobre todo, un endiosado replanteamiento de hacia dónde va nuestra vida. Yo creo que existen otras soluciones, y están en los libros especializados. Pero ni yo tengo suficiente talento para comprenderlas, ni creo que sean accesibles para un público no técnico en tan complicada materia.

Por eso, como remedio alternativo al desaliento que  nos acosa,  a mi se me ocurre un remedio bien sencillo, aunque pueda parecer pueril: la relectura. La relectura nos hace volver a vivir con un sesgo diferente, porque Releer significa amar de nuevo. Y nunca es el mismo libro, por la sencilla razón de que tampoco nosotros somos ya iguales a nosotros mlsmos. Porque descubrimos nuevas emociones en la intimidad del texto, y porque llega un momento, en que no damos tanta importancia al argumento, y nos fijamos más en los pequeños detalles.

Esos detalles que nos permiten seguir el rastro de la emoción y la  esencia  de la belleza.  Los libros útiles deben volver a ser releídos, ya que presentan nuevas etapas, no sólo a cada lector, sino a cada siglo, incluso a la distinta edad de cada individuo.

Ya sé que, con los años releemos más, no sólo porque hemos aprendido a apreciar lo que mayor valor atesora. Releemos más porque hay que aprovechar cada minuto, y no dilapidar el gozo que nos ofrece la luz de cada mañana, o el agradable olor a tierra mojada que produjo el rocío. Pero hay que volver a releer El Quijote, desde luego, La montaña mágica de Thomas Mann. Anna Karenina de Tolstoi, o, como homenaje a nuestro glorioso Miguel Delibes, cualquiera de los libros de su abundante obra, dado que todos contienen acotaciones de nuestra propia vida.

La tensión que vivimos es histórica. Quizás ni siquiera las guerras de antaño producían tanto miedo como el que actualmente padece la mayoría de los ciudadanos españoles. No sólo sienten turbación los que no tienen empleo: quienes lo conservan y pueden afortunadamente seguir adelante –cada vez más asfixiados por las subidas de precios y los recortes– están aterrados por el ambiente de angustia que nos rodea. No gastan, no protestan, no se mueven. Inmersos como están (estamos) en una economía casi de guerra,  donde la consigna es no consumir ni gastar nada inútilmente, aunque ello suponga consumirnos a nosotros mismos. Las noticias nos perturban tanto, que el mundo “se acaba” cada día.

A modo de resumen, de estas 4400 palabras, diré que la mayoría de las causas del cansancio de la vida no son específicas, se presentan muchos orígenes a lo largo del tiempo, y nuestra fantasía no está preparada para su completo estudio. Además, comprender dichas causas tampoco nos solucionaría demasiado. Lo que nos pide la vida en esta situación, es un replanteamiento profundo de  lo que estamos haciendo con nuestra vida, y cubrir las lagunas que tengamos en áreas importantes para sentirnos más comprometidos con nuestro vivir diario, y marcar límites a las exigencias de esta vida moderna que cada vez se muestra más materialista y menos humana.

Antes de terminar, voy a contarles una anécdota, absolutamente verídica, del filósofo y poeta francés, Paul Valery, que era muy despreocupado” y no le prestaba atención a su imagen). Cierto día, se le acercó una joven periodista que le dijo:

- Su aspecto, Sr. Valery, no hace pensar que usted sea un elegido por las musas.
– “Tiene usted razón, señorita” - replicó   Valery en voz baja y con tono misterioso,
– “Es que yo soy de la poesía secreta”.

Y así, algo precipitado como la modernidad exige, y por ser también “de la secreta”, doy por terminada esta conferencia que espero les haya  interesado. Al fin y al cabo, ese era mi objetivo. En pocos minutos, comenzará el debate en el que ustedes pasan a ser los protagonistas, y en el que confío que sean indulgentes con este pobre charlista.

Por Juan Antonio Cansinos
Conferencia impartida el 6 de febrero de 2012

on Thursday, February 14, 2013
John Locke (1632 - 1704)
"Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía". John Ruskin

En las últimas semanas, a raíz de la presentación del Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, ha vuelto a abrirse la caja de los truenos, y las voces en pro y en contra, no sé si con la suficiente y debida información, han empuñado pancartas y altavoces, únicas armas que deben esgrimir en democracia los manifestantes, por todo lo ancho y largo de España, teniendo una especial incidencia en parte de nuestras Comunidades a las que afecta de algún modo la regulación absurdamente problemática, de la cooficialidad de lenguas. Mantengo la esperanza de que todos los implicados lleguen con conocimiento de causa y sin mentiras veladas, a acuerdos beneficiosos para las partes pero, sobre todo, permanezco en mis trece en el sentido de que de poco servirá todo el complejo entramado que conforma el proceso educativo si, entre todos los agentes, no se consigue implicar, entusiasmar y yo diría que atrapar al único protagonista de excepción: el educando, hasta conseguir que la sed de aprendizaje se incardine en su vida de tal manera que, tras haber pasado por todas las etapas establecidas para su formación pedagógica, esté convencido de que siempre es menos lo que sabe que lo que ignora, y, por tanto, deberá ocuparse y preocuparse por seguir aprendiendo mientras le quede un aliento de vida. Y eso se puede aplicar en cualquiera de las etapas vitales del ser humano, incluida, por supuesto la edad adulta. Quiero romper una lanza por la educación de y para mayores, que está cumpliendo una extraordinaria función en este nuevo siglo, ante la celeridad de los múltiples cambios económicos, sociales y tecnológicos que se van produciendo sin solución de continuidad. Ahora, más que nunca, necesitamos una permanente puesta al día para poder estar a la altura de aquellos a quienes pretendemos enseñar.

Hay  quienes afirman, no sin parte de razón, que el sistema educativo en nuestro entorno europeo ha perdido protagonismo en esta nueva sociedad de la información por una serie de motivos, entre los que se encontrarían; el cambio de roles sociales: la inmigración masiva;  la globalización la revolución de las comunicaciones, etc. Estas y otras causas alzan unas  barreras que parecen imposibles de superar, porque cuestionan seriamente la manera de contemplar la educación, de la que nos habíamos servido durante siglos, pero no hemos de permitir que los movimientos actuales destruyan todo lo edificado, puesto que hay mucho de bueno en ello. Es más oportuno apuntalar los cimientos evitando su caída y después ir revocando fachadas, puliendo tejados e interiores, incluyendo cuantos elementos, técnicos y humanos sean precisos hasta lograr el conjunto adecuado ante los retos de este siglo XXI al que un puñado de ilustres mangantes –perdón- magnates se había empeñado en llevar a la ruina.

Así las cosas -y curiosamente-, el progreso actual parece que no afecta al ámbito de las cuestiones ideológicas. En esto seguimos al ralentí, y los cambios son poco llamativos. Si acaso, el más evidente es el de la falta de ideas: Por un lado el conformismo pasivo y por otro el inconformismo sin soluciones y mediatizado en muchas ocasiones. Pero esto no ha sido siempre así, ha costado muchos años de esfuerzos ir adquiriendo derechos; ir conociendo y valorando al hombre y su entorno; ir progresando como seres superiores; ir desterrando analfabetismo e incultura; erradicar la miseria; aminorar las guerras; implantar la justicia y arrinconar los miedos. Es bueno también que no olvidemos que, tras esos logros y por la ineficacia y la desvergüenza de unos cuantos,  hemos dado un tremendo salto atrás  hasta la llamada situación de crisis de valores en que nos encontramos. Sólo si encuadramos debidamente la realidad seremos capaces de reflexionar todos juntos, sobre cuál es la forma de recuperar el timón de nuestra existencia, y si las doctrinas en las que se fundamentan o debieran fundamentarse los programas de gobierno, se han quedado obsoletas o es que  por culpa de esa prepotencia que acompaña a la ignorancia, y que se ha extendido como reguero de pólvora, se han dejado de consultar desde hace demasiado tiempo. 

En la política contemporánea, y en relación con los países de tradición democrática liberal según el papel que el Estado desempeña en la gestión del orden social y económico, podemos distinguir tres formas de estado: el Estado Liberal, o Estado de Derecho, de finales del XVIII y mayoritaria implantación en el XIX, nacido como respuesta al absolutismo, con la función primordial de proteger a los ciudadanos frente a los abusos de poder: el Estado Social de principios del siglo XX, en el que el Estado, como garante de las condiciones básicas de existencia del ciudadano, tutelaba las relaciones económicas, a través de derechos sociales; regulando la actividad privada y promoviendo la participación ciudadana y, por último, el Estado de bienestar que, basado en las tesis keynesianas de los años 30, tras la 2º Guerra Mundial, y ante un fuerte crecimiento económico encargó al Estado la prestación creciente de servicios públicos de carácter social; la redistribución de la riqueza y la tutela de los derechos de los obreros.

Mi reflexión en estas líneas tiene como fin saber si, tras el derrumbe de los regímenes totalitarios y el caos del último gobierno socialista unido al cataclismo y la desvergüenza de un capitalismo salvaje que nos ha llevado al desastre, podemos aún servirnos del Liberalismo y la Democracia Cristiana, doctrinas que ustedes conocen bien y por las que siento afinidad, que no fanatismo, reflexionando sobre las ventajas o desventajas que en esta nuestra Europa común, ambos sistemas democráticos aportan en la consecución de una nueva forma de vida en la que recuperemos para la educación de nuestros hijos los valores del humanismo cristiano, mal que le pese a alguno.

La ya anciana Democracia Liberal sienta las bases de lo que hoy entendemos por democracia, y aún sigue formando parte, con leves puestas al día y nombres diversos, de los idearios de gobiernos llamémosle “civilizados” de nuestro siglo XXI. Mientras que la Democracia Cristiana que, tiene su origen en la Doctrina Social de la Iglesia y aplica los fundamentos del catolicismo a la actividad política, parece abocada a formar parte de minorías en gran parte de nuestra Europa. ¿Continúan  siendo válidas estas dos propuestas en nuestro siglo XXI? ¿Hace falta remozar y alimentar las ideas, o simplemente la urgencia cotidiana de resolver en lo económico, ha asesinado a la pausada reflexión, a la importancia del método, a la eficacia de los principios, a la práctica de los valores? ¿Sería deseable una  DEMOCRACIA universal y única que incluyera en su ideario el conjunto de aportaciones  de unos y otros partidos en una coincidencia racional de intereses? ¿Cómo resistiría la llamada clase política esta unificación? ¿De qué manera los corresponsables de la Educación; familia, escuela, administraciones públicas y medios de comunicación deberían implicarse en ella? ¿Es esto una simple utopía?

Como doctrina filosófico-política-económica de la burguesía, sujeta al Estado de derecho y enraizada en el derecho natural, surge el liberalismo tras la Revolución Industrial, a finales del así llamado “Siglo de las Luces”, amparado en la nueva concepción del mundo y con el fin primordial de establecer límites a la acción de los gobiernos y de proteger el ámbito privado del individuo de toda soberanía política y social.

En Francia, nace en 1805 el que luego será figura clave del liberalismo internacional, El vizconde Alexis de Tocqueville. Su extensa obra escrita en defensa de lo que él llama las libertades cotidianas, sienta las bases del liberalismo democrático que llega al poder en ese país con la Revolución de 1830 y continúa en los reinados de Luis XVIII y Carlos X con el liberalismo doctrinario, Este liberalismo es mucho más descafeinado y menos progresista que el anterior: La soberanía es compartida por el rey y la nación y en lugar de Constitución se rigen por una Carta Otorgada del propio soberano, por la que solo tienen derecho a voto los propietarios, o la burguesía.

En España, ya a principios del siglo XIX, el liberalismo tiene una de sus más tempranas apariciones con las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 y es allí donde primero se emplea el término liberal, como sinónimo de abierto, magnánimo y condescendiente con las ideas de los demás. A la muerte de Fernando VII, la regente Maria Cristina intenta apaciguar el enfrentamiento entre liberales y carlistas, pero sin éxito, Se declara una guerra civil en la que los pequeños propietarios rurales y el clero se muestran a favor de los carlistas, absolutistas significados, mientras que la gran mayoría del pueblo de las grandes ciudades lucha en el bando liberal, con la intención de restaurar la Constitución de 1812. Durante la Regencia de Maria Cristina se consolida el liberalismo progresista, con la desamortización de Mendizábal, la supresión de los gremios y el reforzamiento del ejército. No obstante el pueblo descontento se subleva en 1836 en La Granja, lo que dará origen a la Constitución de 1837. A la que seguiría otra posterior ratificada en 1845. Con Isabel II los liberales divididos ya  en Moderados y Progresistas, ven mermadas sus posibilidades y sus ideas pierden fuerza hasta desaparecer con  los Austrias y los primeros Borbones en tiempos de la República.

En Inglaterra, tras la caída del ultimo rey absolutista, el Estuardo Jacobo II, se produce la llamada revolución sin sangre, en la que su yerno y sucesor, el holandés Guillermo II de Orange consolida en Gran Bretaña el liberalismo político que venía preconizando John Locke. El primer partido netamente liberal ve la luz en 1832. Tras él y también auspiciado por las tesis de Locke, se funda el Partido liberal en Estados Unidos en 1834, en el que, curiosamente, los liberales son los políticos considerados de izquierdas, y, a menudo, los republicanos les aventajan en planteamientos liberales. En otros países de América del Norte, como Canadá, el Partido liberal ha estado en el gobierno durante la mayor parte del siglo XX y en la actualidad es el segundo partido de la oposición. Volviendo a Europa, en Alemania sólo hay presencia liberal en los estados del Sur y escasamente en el centro del país, mientras que en los Países Bajos y Escandinavos se produce el paso del absolutismo al liberalismo de manera gradual y sin mediar revoluciones.

En Italia existe en los años veinte del siglo pasado un Partido Liberal, prohibido con posterioridad. En los años 40 se crea el PLI llegando a obtener la presidencia de la República en dos ocasiones, más tarde es postergado, y en los años 80 forma parte de algunos gobiernos de coalición. En 1994 se acuerda su disolución. Los liberales actuales se reparten en partidos de espectro muy variado, desde la Unione Liberale Italiana a la Forza Italia de Berlusconi. En los albores del siglo XXI, se refunda el PLI con un acercamiento a las doctrinas neoliberales y al centro derecha.

En Portugal, el liberalismo tiene su origen en los partidos progresistas, reformadores y republicanos del siglo XIX. Y tras avatares y fusiones desaparece en la primera mitad del siglo XX. En 1985 se crea el Partido Renovador Democrático como alternativa centrista y en el 99 cambia su  nombre por el de Partido Nacional Renovador, pasando a ser un partido liberal. En 2005 se funda el MLS (Movimiento Liberal Social), que da por obsoleta la división entre izquierda y derecha y que se siente muy próximo a los liberales demócratas europeos, pero no cuenta con representación en ese grupo. En la actualidad muchos políticos de corte liberal están integrados en la rama socio-liberal del Partido Social Demócrata portugués, que ahora gobierna. Finalmente, en lo que concierne al Parlamento Europeo existe el Partido Europeo Liberal Demócrata Reformista como tercera fuerza política de ese Parlamento, que engloba a 50 partidos miembros pertenecientes a 31 países de Europa (Por España figuran Convergencia democrática de Cataluña, Unió Mallorquina y  Centro Democrático Liberal).

En lo que respecta a la Democracia Cristiana, esta doctrina tiene variadas manifestaciones e incidencia en los distintos países, siendo más prominente en Italia, Alemania, Paises Bajos, y  asimismo en América Latina donde presenta un cariz más progresista. El primer país del que se tiene noticia de Democracia Cristiana es Bélgica y se debe a la iniciativa de Hellepute, Pottier, Verhaegen y Monseñor de Harlez, pero es en Francia, baluarte de la evolución socio-cultural, política y religiosa de Europa, donde en 1840, el Catedrático de Historia de la Universidad de Lyon, Federico Ozanán, cristiano convencido, comienza la batalla dialéctica en contra del principio de los liberales que afirman que “la religión debe mantenerse aparte como  una de las dimensiones más relevantes del ámbito privado a proteger”. Ozanán lucha desde su cátedra por una democracia participativa, de raíz y principios cristianos, en la que el protagonismo del pueblo sea real, atendiendo a sus necesidades y reconociendo sus derechos, permitiéndole formar parte de la gestión de los asuntos públicos, garantizándole el trabajo y la desaparición de la pobreza. Propone para ello la creación de un movimiento que integre a todos los cristianos que quieran organizar la sociedad en base a la justicia, la solidaridad y la libertad, y desde su periódico “L’ère nouvelle” extiende paulatinamente sus ideas a los barrios obreros de una Francia en la que más de cien mil individuos se encuentran en paro, y crea, de aquella semilla belga llamada Democracia Cristiana, un movimiento social  de carácter confesional, que será origen de todos los partidos que aparecerán después bajo ese nombre. Tras él el Insigne Cura Dehon, autor del texto “Educación y enseñanza según el ideal cristiano” y fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón se convierte en uno de los exponentes del cambio social, afirmando que para todo sacerdote el compromiso con la justicia social debe formar parte sustancial de su ministerio. El Religioso cuenta con su amigo León Harmel, un empresario católico que en 1860 crea el subsidio familiar; las cajas de ahorros; las pensiones y los consejos de empresa, decantándose por los sindicatos estrictamente obreros y creando el primer circulo obrero en 1890 en Reims. Se había dado así el primer paso para el desarrollo cristiano de la justicia social en el país galo.

En Italia, a principios del siglo XX, el político italiano Sturzo funda el Partido Popular Italiano, que basa su actuación en el humanismo cristiano. El de la Democracia Cristiana se inicia en 1942 y forma parte de todos los gobiernos italianos desde 1944 hasta 1994, siendo siempre el partido más votado, salvo en las elecciones del 84. Deja de estar activo diez años más tarde por culpa de los escándalos de corrupción. En 2002 nace la Unión de los Demócratas y Cristianos con la unión de otros tres partidos centristas. En la actualidad es miembro del Partido Popular Europeo y de la Internacional Demócrata Cristiana. Uno de sus representantes más destacados fue Aldo Moro, por dos veces primer ministro, quien secuestrado por las Brigadas Rojas, y ante la negativa del gobierno italiano a acceder a sus demandas, apareció asesinado en el maletero de un coche. Las causas siguen siendo  hoy en día una incógnita.

En Alemania, tras la Segunda Guerra Mundial aparece la CDU (Christlich Demokratische Union Deutschlands) que se define como un partido de centro, demócrata cristiano, liberal y conservador. Desde entonces han formado parte de los gobiernos, solos o en coalición. Son representantes destacados los Presidentes: Adenauer, Kohl y Merkel. La Fundación KAS (Konrad Adenauer Stiftung) fomenta a nivel mundial los ideales democristianos de justicia, libertad y paz.

Mientras que en España, fracasado el primer proyecto democristiano en 1922, también la quizá excesiva prudencia de Gil Robles aborta el de 1934. Luego llegan los cuarenta años de dictadura y la llamada transición democrática donde, en 1977 se forma la coalición de UCD, que luego sería el primer partido del gobierno democrático tras la dictadura y ve la luz una nueva Constitución pero... vuelven a perder los democristianos. El primer partido de estas características es el PNV (que cuenta ya 100 años desde su fundación), aunque actualmente es aconfesional y progresista en sus tesis. Y la UDC catalana (con más de 75 años de vida). Al día de hoy la Internacional Demócrata Cristiana agrupa a un centenar de partidos de esta ideología, que no necesariamente se dirige a un electorado religioso.

Las dos doctrinas políticas que nos ocupan tienen en común la defensa de los derechos humanos y la iniciativa individual, y han contado a través de los tiempos con principios sólidos de pensamiento elaborados por mentes de una preclara inteligencia, y con eminentes representantes políticos que supieron ponerlas en práctica con mayor o menor éxito. El progreso de las naciones y la lucha de la clase obrera fue ayudando a establecer unas teorías políticas acordes a los tiempos nuevos. La evolución de los acontecimientos; la madurez; y el horror de dos guerras mundiales fueron conquistando unos derechos y explicitando unos deberes, que iban plasmándose en las Cartas Magnas de los distintos países de nuestro entorno y de fuera de él, alejándonos poco a poco de pasados absolutismos y tiranías y dando paso a las distintas democracias en buena parte del globo. La alternancia en el poder  contribuía a consolidar el régimen democrático -nunca a hundirlo-, otorgando voz y voto a las variadas corrientes de opinión que integraban las cámaras representativas, aunque como ya dijera Max Weber: “No son triviales las diferencias entre la teoría del trabajo intelectual y la práctica política”. Esto lo hemos podido comprobar también quienes nos hemos tomado la molestia de leer los distintos programas de los partidos de uno u otro signo en el último cuarto de siglo, anotando con decepción que no siempre su posterior cumplimiento se evidenciaba en el día a día de la acción gubernamental. Cierto es que los tremendos cambios que se producen en la vida actual, hace que, de hoy a mañana, haya que modificar propuestas y revisar proyectos, pero no es menos verdadero que con frecuencia las promesas quedan en aguas de borrajas y contemplamos con decepción creciente que “éste no es mi Juan que me lo han cambiao”.

El tiempo ha ido limando los errores que existían, porque errores había, en las tesis radicales e individualistas de los primeros pensadores y activistas liberales y cristianos. La práctica demostró que ni el mercado era tan abierto, ni los hombres tan racionales para sobrevivir en un liberalismo a ultranza. Sería muy prolijo detallar lo que en la práctica supuso, especialmente para las clases obreras, las cuales ante un capitalismo atroz veían mermados sus derechos con horarios abusivos, trabajos extenuantes, pagas misérrimas, etc., pero también fue un varapalo para los propietarios que ante la escasez de demanda hubieron de hacer frente a periodos de depresión que tuvo su mayor exponente en la crisis del 29.

Esta primera debacle económica mundial y la influencia de las corrientes socialistas suavizaron las tesis liberales y provocaron la aparición de nuevos centros de poder, sindicatos, asociaciones, etc., a más del reconocimiento de la utilidad de un gobierno preparado para incidir en el desarrollo económico. Tras la Segunda Guerra Mundial la intervención del Estado en Europa alcanza al plano social, y se crea el llamado Estado del Bienestar con el fin de proporcionar unas condiciones de vida dignas para todos los ciudadanos en el que se ven afectados, las leyes; los servicios y las ayudas económicas. La redistribución de la riqueza, mediante el sistema tributario, da lugar a servicios públicos como la educación, la sanidad, las pensiones, los subsidios, etc. Durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX resurgen las tesis de la primacía del mercado con la llamada Escuela de Chicago que crea una corriente capitalista conocida como neoliberalismo. Posteriormente los partidos liberales han pecado quizás de pragmatismo. Por mantener el poder han consensuado políticas de compromiso que traicionaban sus principios, creando alianzas con socialdemócratas, reformistas, etc., desorientando a sus electores, perdiendo fuelle e incluso desapareciendo del mapa político actual o incluyendo descafeinadamente parte de sus ideas en los distintos programas de partidos que intentan “vender” las mejores cualidades de esta doctrina. Es notable advertir que el liberalismo hoy, excepto en Alemania, no goza de gran predicamento, sin embargo las conductas verdaderamente liberales suelen contar con el beneplácito de una gran mayoría de individuos.

Años después, el liberalismo económico se erige en defensor de la economía de mercado, de la libertad de comercio; de la libre circulación de personas, capitales y bienes; del mantenimiento de un sistema monetario rígido, del cumplimiento de las promesas y contratos; de la limitación y control del  gasto público y del principio del presupuesto equilibrado; y del mantenimiento de un nivel reducido de impuestos, pero paulatinamente van depravándose las costumbres hasta que ya en los últimos tiempos llegamos a unos límites de despilfarro, falta de honradez y superficialidad que tenían que explotar de alguna manera, y desgraciada, o afortunadamente, así ha sido, y digo “o afortunadamente” porque quizá esta catarsis haga nacer a un ser político con nuevas metas y nobles intereses, propiciando el saneamiento de  la economía -que había perdido todo el trasfondo filosófico que fundamentaba el progreso y la creación de riqueza en medios lícitos-, para que la sociedad europea vuelva a ocupar el lugar  honorable que le corresponde, dejando tiempo y sitio oportunos  a los diversos aspectos de una vida de múltiples facetas y hermosos valores por desarrollar, en la que los hijos de nuestros hijos reciban una educación conveniente que  reafirme nuestros aciertos sin repetir nuestros errores.

Es en este  nuevo ser humano, que comienza ahora su andadura por este mundo, en el que debemos pensar a la hora de elaborar una ley de educación que, por fin, pueda ser eficaz y duradera, y no me cabe duda de que muchas de las propuestas que incluyan han de estar basadas en una exquisita atención a las circunstancias actuales, al mundo que nos rodea, y a los cambios que sobrevendrán, pero también deberán tener una base ideológica y argumental fruto de un concienzudo estudio de logros y desastres de las distintas políticas que desde cualquiera de sus doctrinas dieron origen a sus predecesoras, que siendo ya tantas, fueron tan escasamente eficaces a la vista de los resultados obtenidos. 

Por Elena Méndez-Leite

Bibliografía y notas: Liberalismo y Democracia: Norberto Bobbio. Fondo de Cultura de España, 2000. www.cdu.de Análisis crítico de la Democracia Cristiana: Jaime Guzmán. Revista Realidad, año 5, nº 53

on Friday, February 8, 2013
LA FUNCIÓN DE LAS LEYES EN UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA

La última cuestión de fondo que subyace en el debate en torno al “matrimonio homosexual” y a su regulación legal es, precisamente, el de para qué sirven las leyes, el de cuál es su función en una sociedad democrática.

En la ya famosa sentencia del TC sobre el “matrimonio homosexual” los magistrados hacen referencia a dos nociones que me parecen importantes: la idea de que el texto constitucional debe ser interpretado a la luz de los problemas y las circunstancias actuales para no convertirse en letra muerta, y el convencimiento de que la ley debe doblegarse a la realidad social, a la estadística.  Vayamos por partes porque la cuestión es más importante y profunda de lo que parece… 

Ya lo he dicho alguna vez pero voy a repetirme: me gusta la etimología porque arroja luz sobre el sentido último de las palabras y los conceptos.  El Derecho –pues de eso es de lo que se trata aquí- es la versión española del adjetivo latino directus, equivalente a rectus, participio pasivo del verbo regere, que significa regir, dirigir hacia lo recto, hacia el Bien propio y el Bien común.  Para lograrlo, el poder político legislativo recurre a la ley escrita, a la ley positiva en la que se fundamenta el corpus legal, a la concreción normativa que será exigible –y normalmente exigida- de modo coactivo por las fuerzas del Estado.

Sin embargo, la pregunta que quiero plantear es: ¿la justicia de la ley depende de la voluntad o capricho del legislador, o más bien nace de la adecuación de aquella a la naturaleza propia del ser humano, a la sintonía con la Verdad de las cosas?  Ese es el debate filosófico-jurídico existente entre los partidarios del positivismo jurídico y los del iusnaturalismo, debate que considero necesario acercar a todos aquellos que no son juristas pero que se ven afectados por el mismo…  Y en el que voy a tomar posición y parte.

Me alineo con una posición de carácter iusnaturalista (que afirma que una ley sólo es justa cuando lleva al hombre a la perfección que le es propia) porque la considero más humanista, prefiero la preocupación y adecuación de la ley a la naturaleza humana y a su vía propia de desarrollo que su sometimiento a la voluntad (e ideas, e intereses) de unos pocos, de los legisladores…  Prefiero someter el Derecho al modo de ser (a la naturaleza) de todos los hombres, y no al de una minoría.

Porque en el positivismo –tan de moda- las leyes dictadas por el legislador, por el poder político, acaban expresando la voluntad del gobernante, no tienen más límite ni valor que el que se fundamenta en la fuerza coercitiva que es capaz de aplicar el que manda… Nos sitúan, por tanto, ante un poder político basado en la Potestas (en la fuerza) y no en la Auctoritas, en la sintonía con la Verdad…  Y ante unas leyes volubles… Tan volubles y sujetas a cambio como sujeto a cambio esté el que detenta el poder…  Y eso es peligroso, como lo es la razón de estado, como lo es todo poder ilimitado…  De eso saben mucho quienes han vivido el siglo XX, con sus luces y sombras.

Desde el iusnaturalismo, en cambio, se defiende que la ley escrita debe ser la concreción al caso específico de la ley natural, de los principios, bienes y valores que se derivan de la naturaleza de las cosas –especialmente del ser humano- y que, por ello, la ley no debe ser dictada por una voluntad caprichosa sino descubierta e interpretada por una mente y una voluntad preocupadas por la Verdad, por el Bien y por el pleno desarrollo del ser humano, facilitándole los medios y el camino para que cada uno pueda llegar a ser aquello que está llamado a ser.

En este sentido, no es la ley la que debe doblegarse a la situación social, a la estadística, sino que hay que tratar de adecuar la sociedad a ese estado ideal que es propuesto y defendido por la ley como valioso.  Es ese valor educativo de la norma el que preserva realmente la paz.  Una paz que nace del interior del ser humano y que, por mucho que lo intentemos, jamás podrá ser impuesta desde fuera.

Es con esta concepción del poder político y del Derecho con el que yo me siento más cómodo e identificado, con el que somete la Potestas a la Auctoritas, el que conduce al cumplimiento de la ley no sólo por miedo a la coherción sino por la interior aceptación y reconocimiento de sus principios y valores, el que no sólo vence sino que convence porque resulta una concreción razonable en la norma positiva, escrita, de los valores o principios generales propuestos por ese Derecho Natural que se deriva de las características propias de un profundo conocimiento del ser humano.

No creo en el sometimiento del hombre a la ley, sino en la adecuación de la ley a la Ley, al Ser Humano (con mayúscula), a la mejor imagen que podamos lograr de nosotros mismos.  La ley es para el hombre y no el hombre para la ley…  Más nos vale no olvidarlo.  Nuestra libertad y felicidad dependen de ello.


CONCLUSIONES

Tras una semana reflexionando y escribiendo sobre el “matrimonio homosexual”, ha llegado el momento de sintetizar mi posición.

Partamos de mi valoración de la homosexualidad: más allá de la tendencia, no creo que la homosexualidad sea algo que viene determinado genéticamente como el sexo biológico…  No hay pruebas al respecto, y sí indicios en sentido contrario.  Sin embargo, sí parece tener gran influencia en su desarrollo el medio en el que uno se desenvuelve y la propia voluntad.

Yo no soy homosexual, ni me he propuesto serlo porque, aunque defiendo la androginia originaria del ser humano –la coexistencia en una misma persona de lo masculino y lo femenino en el estado edénico- no creo que la homosexualidad tenga nada que ver con ello sino que, por el contrario, supone una forma limitada de nuestra naturaleza…  Empezando por nuestra naturaleza sexuada.

Yo no sé para ti, pero para mí el sexo es algo importante, muy importante. Y éste sólo puede vivirse plenamente (en sus cuatro vertientes: lúdica, relacional, procreativa y simbólica, espiritual o trascendente) en el marco de una relación heterosexual.

Así que no puedo valorar positivamente la homosexualidad ni apoyar la promoción de la misma, aunque es ese profundo respeto por la naturaleza humana el que me lleva –a un tiempo- a criticar la homosexualidad (la tendencia y conducta) y a tolerar y defender al homosexual (a la persona).

Todos debemos ser respetados en atención a nuestra dignidad humana, y no concibo por tanto aquellas legislaciones en las que se criminaliza la homosexualidad.  Pero tampoco me parecen bien aquellos regímenes en los que trata de convertirse la homosexualidad en norma, en conducta a promocionar… No es mi ideal de ser humano ni de sociedad, qué le vamos a hacer.

Y como que además estoy convencido de la influencia del medio en el desarrollo de la homosexualidad, no soy tampoco partidario de la adopción por parte de parejas homosexuales (entre otras cosas porque es el hijo el que tiene derecho a tener unos padres que le ofrezcan los medios para desarrollar plenamente su personalidad, y entiendo que eso es favorecido por la presencia de un padre y una madre ni del empleo de lenguajes ni figuras jurídicas que puedan dar lugar a la confusión.

Cuando era estudiante de Derecho, aplaudí la aprobación de las normativas sobre parejas de hecho en la que se reconocían derechos de carácter social y sucesorio a parejas homosexuales… Encontré –y encuentro- que es de justicia cubrir esas lagunas… Pero cuando escucho a los ultras de uno y otro sentido peleando por el término matrimonio, tras recordar que la palabra no es la cosa y que el lenguaje debe servir para entendernos y no para confundirnos, acabo alineándome con quienes defienden el dar un nombre distinto a las uniones homosexuales para reconocer las diferencias existentes entre las parejas homosexuales y las heterosexuales… Diferencias que existen… Pese a quien le pese.

Quiero que las parejas homosexuales tengan una cobertura legal, quiero que puedan vivir su opción sexual con tranquilidad y respeto… Pero quiero que se llame a cada cosa por su nombre, y que no se utilicen las palabras para crear confusión. La palabra no es la cosa. Pero cada cosa tiene un nombre, y “matrimonio” no es el que corresponde a una unión estable de carácter homosexual… Diga lo que diga el Tribunal Constitucional. Aunque, para qué mentir, poco me importa lo que diga, no encuentro que sea sede de Autoridad ninguna… Picapleitos con altavoces mediáticos, chupatintas de la ley que olvidan a menudo que ésta, para ser justa, debe atender a nuestra naturaleza. Así nos va… A ver cuánto duran, ellos y la Constitución que tan alegremente interpretan.