on Thursday, April 25, 2013
"Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir". Miguel de Unamuno

Departiré de un escritor-filósofo considerado como el máximo representante de la “Generación del 98”, Miguel de Unamuno y Jugo. Imaginemos a don Miguel con las perneras del pantalón abombadas por las rodillas, y su chaleco de lana hasta el cuello, haciéndolo así, lo estaremos viendo como realmente parecía.

Miguel nació el 29 de septiembre de 1864 en la calle Ronda de Bilbao. Al acabar sus estudios primarios en el Colegio San Nicolás, pasó al Instituto bilbaíno donde viviría la experiencia del asedio de la ciudad durante la Tercera Guerra Carlista. Sin embargo, fueron, quizás, los momentos más felices de su mocedad: se pasaba el día jugando y tras los bombardeos, entraba en las iglesias semidestruidas para juguetear entre sus naves. Sobre todas estas peripecias, confeccionaría años después su primera novela “Paz en la Guerra”; pero todavía no es el momento de hablar de su obra…

En septiembre de 1880 se matricula en la Universidad de Madrid para estudiar Filosofía y  Letras. Al cumplir diecinueve años, finaliza sus estudios con la calificación de sobresaliente. En 1888 oposita a la  cátedra de Lengua Griega en la Universidad de Salamanca que obtiene en primera instancia. En 1901 sería elegido rector de dicha Universidad. Toda su vida fue crítico de los distintos regímenes políticos en los que vivió, y, como consecuencia de su oposición a la dictadura de Primo de Rivera, fue desterrado a Fuerteventura; de allí logró escapar y se exilió voluntariamente a Hendaya (Francia). Tras la caída del dictador, vuelve triunfalmente a España y fue diputado durante la II República. Siempre fue rebelde, y no encontró nunca la paz atormentado por dudas religiosas y existenciales, su vida tuvo una gran actividad intelectual de incesante lucha con su propio ser.

En cuanto a su ideología, Unamuno dice que “no era de derechas ni de izquierdas, sino liberal en el más amplio sentido”. Fue militante del PSOE pero por poco tiempo, pues rompió con el partido por contradicciones políticas e intelectuales. y abandonó su militancia, por lo que fue muy despreciado y zaherido, especialmente por Manuel Azaña.

Unamuno es el escritor español más preocupado por los temas del lenguaje.  Su universo es el de la palabra, por eso, Iré hasta los aspectos más profundos, a partir del análisis de sus textos y auxiliado por las voces de quienes mejor entendieron su obra. Empezaré por la Poesía.

A punto de cumplir 40 años, atraviesa una mala racha, fallece su hijo Raimundo, el niño enfermo que le acompañaba mientras escribía y por si fuera poco, en abril de 1903 se vive en Salamanca un enfrentamiento entre guardias y estudiantes que finaliza con el asalto del claustro universitario por parte de la policía y la muerte de dos jóvenes.  El rector salmantino, que intentó serenar a sus alumnos diciendo: “Contra la razón de la fuerza, oponed la fuerza de la razón”, se gana enemistades que sumadas a las que ya tenía, acrecientan la campaña para expulsarle del rectorado. El periódico “El Lábaro” le ataca día sí, día también. El obispo de Salamanca le reprocha que quiera “descatolizar” a la juventud -Unamuno decía que “España necesita que la cristianicen descatolizándola”- y en una carta al presidente del Gobierno exige la cabeza del rector (muy bíblico, por otra parte).

Unamuno fue el poeta que quiso ser en la voz de su poesía. Sin embargo la poesía fue una actividad tarda para él. Su primer libro, titulado “Poesías”, apareció en 1907, apunto de cumplir 43 años. Pero él hace de la poesía su quehacer más habitual. Su obra poética más extensa es “Cancionero” que fue componiendo a modo de diario entre 1928 y 1936, aunque hasta 1953 no vería póstumamente la luz. Miguel alumbró también: “Rosario de Sonetos líricos” en 1912, “El Cristo de Velázquez” en 1920, “Teresa” en 1924, y “Romancero del destierro” en 1927.

Es bien sabido que a finales del siglo XIX se vive  en España un largo periodo de crisis de valores, lo que llevó a los intelectuales a volver la mirada hacia la palabra como único espacio de reconciliación del yo con el mundo.

Y ahora, departiré de las novelas de Unamuno. Pudiéramos decir que excepto “Paz en la guerra” y “San Manuel Bueno, mártir”, las demás, son esquemas de ideas. Su novelística supone la primera gran ruptura con el realismo de la literatura española. En sus novelas elimina cualquier alusión al paisaje, en este sentido, sus novelas contrastan con las costumbristas, en las que el ambiente lo es todo. Para él, la persona no es algo estático, sino en constante devenir. Por eso, sus novelas no presentan un conflicto sicológico de personajes, sino de cómo éstos van deviniendo. Según Unamuno, el personaje novelesco tiene tanta vida como la del autor que lo crea; la misma fuerza que el hombre tiene frente a Dios la tiene el personaje novelesco frente a su autor. En “Niebla”, sin ir más lejos, el protagonista se subleva contra Unamuno, resistiéndose a morir, como su creador le ordena imperiosamente. “La vida es teatro y el teatro es quizás más vida que la vida misma. El hombre no quiere morir, quiere ser inmortal". Las novelas de Unamuno, son pinturas de almas al estilo de Dostoiewski, con quien compartía la idea de la salvación de Europa mediante Cristo; pero un Cristo ibérico contrario al trascendental de la Iglesia.

Su primera novela, ya lo he dicho, fue “Paz en la guerra”, de 1897, obra que puede considerarse la más atípica de Unamuno, puesto que él renunciaba de siempre a detallar los escenarios, y en ésta el verdadero protagonista es la ciudad de Bilbao, de la que narra la vida colectiva de aquella época. En 1902, rompió ya el realismo literario con “Amor y Pedagogía”, una severa crítica a la educación materialista. El tema de “Amor y Pedagogía” es el típico del fracaso y desengaño de los hombres del 98. Una sinopsis de su argumento, sería: Un personaje prepara a su hijo para que llegue a ser un genio. A tal fin, enfila toda su educación. Pero el intento fracasa rotundamente; el hijo sale un tarambana y termina suicidándose. Ante las muchas críticas de que aquello no era una novela, el autor decidió llamar a las suyas "nivolas" y definirlas como "relatos dramáticos de realidades íntimas, sin bambalinas ni realismos". “Diríase –advierte en el prólogo- que el autor, no se atreve a expresar ciertos desatinos, y adopta el artificio de ponerlos en boca de personajes absurdos, soltando así lo que él piensa”. El propósito de “Amor y Pedagogía” es desdeñar todo lo que se presenta como científico e intenta organizar la vida de un modo exclusivamente racionalista.

En 1913, publica su colección de cuentos titulada “El espejo de la muerte”. Y en 1914 “Niebla”, que es la más traducida, y que no se trata de una novela en el sentido usual del término, por lo que Miguel la llamó, como ya he dicho, “nívola”: “Inventé un género, e inventar un género no es más que darle un nombre nuevo, y le doy las reglas que me place”. “Estoy más seguro de la realidad histórica de Don Quijote que la de Cervantes. Hamlet hizo a Shakespeare y no éste a aquél”. En “Niebla” Unamuno plantea la libertad del individuo frente a su autor que puede destruirlo como y cuando quiera. El personaje principal de "Niebla" se llama Augusto Pérez, el hombre que no llega a querer ser y por lo tanto, “no es”. El momento culminante de “Niebla” es la presentación de Augusto Pérez a su autor, Miguel de Unamuno. Augusto Pérez consulta al escritor sobre su deseo de matarse así mismo.  Unamuno le prohíbe que se suicide, pero le obliga a que se muera. Está considerada una de las mejores páginas de todo su amplio repertorio. “No quiere usted dejarme ser yo –dice Augusto Pérez- salir pues bien, mi señor creador Don Miguel, también usted morirá y se volverá a la nada de la que salió. ¡Se morirá usted sin que usted lo quiera, y se morirán todos los que lean mi historia, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como todos vosotros”.

En “Abel Sánchez” (1917) trata de la envidia como el gran pecado español. Trata el tema de la rivalidad fraterna. Abel y Joaquín, la versión moderna del tema bíblico de Caín y Abel, los dos amigos, son en el fondo enemigos irreconciliables. Para Unamuno, Joaquín Monegro es la pasión del “querer ser más”. A lo largo de la ficción, la envidia se va convirtiendo en un ansia insuperable. Como ya vimos en “Niebla”, para Unamuno, sólo es real el personaje que quiere ser. La envidia es para Unamuno –insisto- el gran pecado nacional. (En 1909 ya había escrito una obra menor titulada “La envidia hispánica”). Según Miguel, la envidia, el odio y la intolerancia, son los vicios fundamentales de los españoles. (Se cree que la novela está marcada por las propias vivencias del autor, que tenía un hermano que murió solterón y llevó muy mal la fama de Miguel. Cuentan que hasta llegó a colgarse un cartelito que decía:  ¡No me hable usted de mi hermano!).

El capítulo XXI de “Abel Sánchez” contiene el germen de su posterior drama “El Otro”, que es el “otro” que todos llevamos dentro, la parte aborrecida, lo que odiamos en los demás por rechazarlo en nosotros. Lo mismo que Unamuno buscaba en el “Cristo yacente de las Clarisas de Palencia” el Cristo terreno, la esencia de la religiosidad hispana, advierte ahora en Joaquín Monegro el valor de la pasión de querer ser, el ansia de infinitivo.

En 1920 publica “Tres novelas ejemplares y un prólogo”, donde plantea el ser por querer ser.                   Un año después, “Tía Tula”, obra en la venía trabajando desde años atrás. La magnífica novela, trata del tema (hoy tan actual) de la maternidad sin tener que someterse al acto  sexual previo. Para muchos críticos “Tía Tula” es la mejor novela de Unamuno. Según su autor, “Tía Tula” tiene “raíces quijotescas”. Tula es el personaje que representa al puritanismo femenino español, nunca se quiso casar, para no tener que profanarse con el sexo; por eso repudia a su hermana que sí se casó, y la ve como si fuera una ramera. Pero Tula no quiere renunciar a ser madre. Una vez muerta su hermana, se entrega de lleno a la causa de “educar” a los hijos de aquella y para protegerse de la pasión que su cuñado viudo siente por ella, evita encontrarse con él, y siempre lleva a uno de los niños por delante. Quiere ser madre, pero sin tener que pasar por la “humillación” del sometimiento sexual a un varón, Pudiéramos decir que “Tía Tula” es la novela de la envidia femenina, y “Abel sánchez” de la envidia masculina.

En 1921, publica “San Manuel Bueno, mártir”, quizás el punto culminante de su creación literaria: “Tengo la conciencia de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida cotidiana.” En esta obra culmina el proceso de renovación del género novelístico que Unamuno había comenzado a principios de siglo. Tanto en “Tía Tula” como en “San Manuel Bueno, mártir” plantea el superar la muerte a través de la propia obra, y del sacrificio por los demás. Este sacrificio se basa con frecuencia sobre la necesidad de elegir entre lo real, que mata por su crudeza, o la mentira que permite seguir viviendo. “Es el problema de la personalidad el que ha inspirado casi todos mis personajes de ficción” -dirá-. “San Manuel Bueno, mártir”, es el hombre que de puro “querer creer”, logra mantener en un pueblo la fe que él mismo no tiene en realidad. El cabecilla que como Moisés, llevará a su pueblo a la tierra prometida,  en la que, sin embargo, él no podrá entrar.

El Teatro de Unamuno ha sido menos exitoso que sus novelas y su poesía, y ello, porque la profundidad de sus ideas no va acompañada del resplandor escénico. La crítica especializada dice que el teatro es lo menos interesante de Unamuno. Es un teatro esquemático que muestra cierto interés temático, pero resulta pobre en recursos escénicos. Sólo citaré sus dos obras breves “La princesa doña Lambea” y “La Difunta” (ambas de 1909). Y entre sus nueve dramas largos “Medea” (de 1933), una versión de la "Medea" de Séneca que fue  representada en el Teatro Romano de Mérida. Si las novelas de Unamuno son “descarnadas”, que lo son, sus dramas son esquemáticos a tope. Su dramaturgia se caracteriza por la misma escasez que la de sus primeras novelas. Carencia que se manifiesta por la supresión de todo lo accesorio, tanto escenográfico: Falta de decorados, limitación de vestuario, de personajes secundarios, incluso ausencia de monólogos brillantes, o de otra cualquier añadidura, para resaltar sobre todo el conflicto dramático.  Pero esto conlleva que sus obras se quedaran en “puros esqueletos”.

Hablemos ahora de Unamuno Ensayista: Miguel forma, junto con Ortega y Gasset y Javier Zubiri, el trío de filósofos más importantes del siglo XX. Para Unamuno no existe separación entre filosofía y teología. “Para ser de verdad hay que ser eterno, pero la garantía de eternidad sólo la puede dar la fe religiosa. La eternidad personal sólo se puede alcanzar fuera de la fe en las creaciones personales, en los ensueños, en la creación de personajes. El hombre se inmortaliza en sus criaturas al crearlas, y éstas dan vida al autor, aunque la relación entre ambos siga siendo siempre agónica”- nos enseña-.

Entre sus ensayos sobresale “En torno al catolicismo” de 1985, un intento donde describe Castilla, su tierra y su gente, para acercarse a la idea del casticismo español. “Castizo –dice- significa puro, exento de elementos extraños, no contaminado". “En torno al casticismo”, es un ataque a la “casta dominante”. Mucho de lo que se ha escrito después –y todavía se escribe hoy– sobre el dogmatismo conceptual y lingüístico de la cultura del “Siglo de Oro”, queda ya determinado en ese libro. En este ensayo, trata de negar toda veracidad a una Historia que ha paralizado y estancado a España, quizás para siempre, Historia a la que Unamuno llama “falsa historia de hechos y fechas gloriosas”, a lo que él opone la noción de intrahistoria: “aquello que vive el pueblo al que nunca se le consulta y que sólo sale a la superficie en los momentos de auténtica crisis”.

En 1905 firma el mejor de sus libros de ensayo, ”Vida de don Quijote y Sancho”, una enaltecida glosa al Quijote, tomándolo como símbolo del espíritu nacional. Don Quijote representa el ansia y la locura, la España eterna contra la España racional. La “Vida de don Quijote y Sancho” sirve como antítesis a la idea de la europeización de España. El problema de España se debe, según Miguel, precisamente a una falta de "Quijotes"; y recomienda "rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura”.

De entre la abundante producción filosófica, de Unamuno muchos expertos piensan que lo mejor es “Del sentimiento trágico de la vida” de 1911, que trata de la inmortalidad y el conflicto entre la inteligencia y el sentimiento. Lo cierto es que Fe y razón se necesitan: la fe necesita a la razón para hacerse transmisible, mientras que la razón sólo puede asentirse sobre la fe, pero ni la fe es transmisible racionalmente, ni la razón es vital. “Del sentimiento trágico de la vida” nos dice que "La mente busca lo muerto pues lo vivo se le escapa, para analizar un cuerpo, hay que menguarlo o destruirlo. Para comprender algo hay que matarlo.  La ciencia es un cementerio de ideas muertas, aunque de ellas salga vida”.

Un rasgo muy significativo de la literatura española es el inquebrantable paralelismo entre realismo e idealismo, Sancho Panza y su reverso Don Quijote. Un idealismo que lo es por contraste con lo real; y un realismo cuya fuerza radica en su alianza con el idealismo. Unamuno es el más genial representante de esta dialéctica. Y como el concepto erótico de Miguel de Unamuno es bastante contradictorio, amar es para él algo pasajero, que no garantiza la eternidad ni la sobrevivencia. “Hay que buscar la vida eterna en la idea y en la ficción. La vida hay que hacerla a fuerza de sueños y de intelecto” -escribiría-.

Miguel de Unamuno y Jugo, falleció el 31 de diciembre de 1936, que cayó en jueves y nevó en Salamanca. Hacia las cinco de la tarde, en esa tan taurina hora, murió un hombre viejo de sólo 70 años. Los que le vieron en su lecho de muerte, recordarían la placidez de su rostro.   Al principio, la gente pensó que lo habían matado; hasta varias horas después no se confirmó que había fallecido de muerte natural. Los médicos certificaron su muerte por congestión cerebral. Ortega y Gasset, dijo que había muerto “por el mal de España”. Pocos meses antes de su muerte, le había dicho a Gómez de la Serna: “¿yo que ni fumo ni bebo, por qué no he de vivir hasta los 90 años?". Y Ramón recuerda: “estaba más cascarrabias que nunca”. Pero la Guerra Civil le traumatizó como una enfermedad irreversible. Gutiérrez Solana meses antes lo había pintado febril y esclerótico, sobre un fondo oscuro del que emergían cientos de libros amontonados. En el retrato, los ojos miopes de Unamuno taladraban el cristal de sus gafas de concha negra. Y la pajarita de papel blanco, haciendo juego con el cuello de su camisa, y la barba, se posaba junto al negro de su vestimenta. Pero todo se había terminado. Aquella máquina de proferir gritos discrepantes había enmudecido para siempre; mientras, a su alrededor, todo el mundo enloquecía por la pena.


"Unamuno", de J. Gutierrez Solana (1886 - 1945)

En octubre del 36, Salamanca fue elegida como sede del cuartel general de Franco, porque estaba a prudente distancia del campo de batalla, pero cerca de Madrid. En plena guerra civil, ciertamente, los muertos se contaban por cientos a diario; pero  aquel, desde luego, no era un muerto cualquiera. Por dos veces habían solicitado para él el Premio Nobel de Literatura; había escrito casi un centenar de libros; había sido rector de la Universidad más antigua de España durante muchos años, y profesor de lenguas griega y castellana, concejal del ayuntamiento salmantino, diputado a Cortes en la Segunda República, y doctor honoris causa por las Universidades de Oxford y Grenoble.

La anécdota de que pidió confesión y sacramentos en sus últimos momentos, y esto quiero dejarlo bien claro, es pura patraña, toda vez que Miguel falleció de forma repentina, durante la tertulia que habitualmente mantenía con unos amigos.

La cosa fue así: el 31 de diciembre de 1936 uno de esos amigos, exclama: ¡Dios ha abandonado a España! Al oírlo, según todos los testimonios, Unamuno dio un fuerte puñetazo en la mesa diciendo “Dios no puede abandonar a España”... y cayó fulminado de un ataque al corazón.

Hacía mucho frío aquella tarde en Salamanca. Y de esta manera, acaso un poco precipitada concluyo este ensayo que he escrito con entusiasmo, intentando trasladarles mi admiración  por el personaje que representa la genialidad ya desaparecida de nuestro entorno patrio. Padeció persecuciones, fue atacado con insidias y resentimientos", pero pese a ello, siguió siendo Unamuno, contra viento y marea.

Por Juan Antonio Cansinos

on Tuesday, April 16, 2013
"Cuanto más se prolongue la violencia, tanto más difícil les resulta, a aquellos que la han empleado, encontrar la forma de realizar actos compensatorios no violentos. Se crea una tradición de violencia y los hombres aceptan escalas de valores, de acuerdo con las cuáles los actos de violencia se computan como hechos heroicos o virtuosos". Aldous Huxley

Las víctimas del terrorismo son siempre víctimas. No importa en qué lugar del mundo o bajo qué bandera mueran. En el dolor extremo no hay grados: ni se puede morir más, ni se puede morir menos. 

Matar a otro ser humano o emplear con él la violencia extrema, es sencillamente algo execrable, especialmente cuando se lleva a cabo desde la premeditación, la frialdad y una actitud despiadada. La finalidad del terrorismo y del terrorista no es otra más que la de aterrorizar a una sola persona, a un grupo o a toda una sociedad, para tratar de obtener por medio de la coacción y el terror lo que las urnas, las leyes o la razón no les conceden. Con frecuencia los objetivos son además inconfesables y pasan por algo tan miserable y material como el dinero, o tan mezquino como el poder, el odio o el partidismo político. Nada justifica semejante forma de actuar; nada es tan contrario al bien común, ni vale tanto, como la vida de un sólo ser humano. 

Más allá de la propia conducta criminal de los asesinos que llevan a cabo los actos de terrorismo, quienes defienden, amparan, toleran, apoyan o participan -aunque sea indirectamente- de forma activa o pasiva en semejante indignidad, merecen igualmente el más firme rechazo social y la acción implacable de la justicia. También los que incitan a ello desde las brumas subjetivas de su razón o la supuesta bondad de una causa que, sin saberlo o premeditadamente, les lleva a terminar deambulando, ebrios de torpeza, sobre esa delgada línea invisible, pero presente, que separa la armonía y la convivencia pacífica del caos y la guerra. Son terroristas de red social, de calles incendiadas y asaltos al Congreso; terroristas de salón. De guante blanco. Terroristas de insultos y amenazas; de acoso disfrazado de "escrache". De conciencia ausente.

Sólo a un necio -que son los más-, a un cínico o a un desalmado se le ocurriría tratar de justificar toda esa violencia por motivo alguno; la misma violencia que, sin dudarlo, jamás desearían para si, o para sus seres queridos. Son los adalides exaltados de la "no violencia"; de la violencia "light". Son tullidos del alma, que pretenden erigirse en abanderados de "la libertad". Son los modernos correveidiles de "la democracia", cuyo verdadero sentido y desde su manifiesta discapacidad ética, en modo alguno alcanzan a comprender, por más que se encaramen a su pretendida progresía o a la razón de "su razón". Son los torpes, los zoquetes sin remisión, los perversos, los enemigos de la raza humana; los que no tienen valor para disparar a nadie, ni la convicción necesaria como para hacerlo y afrontar con entereza las consecuencias de ese crimen, pero que con sus palabras, silencios y acciones, consciente o inconscientemente, apuntan a diario en la nuca de sus semejantes y contribuyen a que muchos otros aprieten el gatillo. 

De entre ellos, quienes creen ser plenamente conscientes del alcance de sus acciones y las llevan a cabo con la intención de hacer el mayor daño posible o para conseguir algún tipo de ventaja política, constituyen la escoria: los restos de serie de la raza humana. La muestra palpable de que la destrucción de valores, la falta de ética y la sinrazón se han apoderado de una buena parte de nuestra sociedad, en donde en determinados ámbitos el amor por nuestros iguales se ha convertido en algo proscrito y en donde a diario triunfan unas ideas que, aún sin saber realmente bien en favor de qué o para quién, son defendidas y propagadas a ultranza por estos hijos bastardos del amor, ignorando que realmente están inmersos en un proceso que incluye su propia destrucción. Basta con justificarlo a través de su deseo de venganza y del egoísmo más absoluto, en el que prevalece la filosofía del "yo primero y luego yo" y en donde fermenta un odio atávico, que trasciende generaciones y fronteras, por más que sean incapaces de justificar su comportamiento de manera coherente o con una cierta equidad. En ellos no hay el más mínimo atisbo de generosidad, pues nada hay más contrario a ello que contribuir a propagar dolor y sufrimiento, sembrando maldad.

Para estas personas no sería suficiente pedirles que se atrevieran a mirar a las víctimas a la cara, o a lanzar ante ellas sus exabruptos amparando la violencia o defendiendo a quienes la cometen... No; estas personas necesitan en realidad pasar por un completo proceso de re-humanización, que en su caso significaría convivir con el dolor que han contribuido a producir y que en tan poco estiman. Deberían acudir a los hospitales en donde se recibe a las víctimas de un atentado, en donde se amputan miembros desechos y se trabaja en los quirófanos a vida o muerte. Deberían pasear por las salas en donde esperan familiares consternados y abatidos, caminado como muertos vivientes entre la realidad y un millón de sueño rotos, entre la incredulidad y el dolor más lacerante. Deberían acudir, junto al asistente social, a dar la noticia a un padre, a una madre, a un hermano o a una novia; a unos hijos que todavía son niños y que a partir de ese momento habrán dejado de serlo. Y no deberían dejar de pasar por la morgue a reconocer a todos y cada uno de los cadáveres; ni dejar de asistir a su entierro, para no perderse todos esos "por qué" reflejados en cada una de las caras de los más allegados. Deberían luego acudir a casa de la viuda o de los huérfanos y convivir con ellos la eternidad que dura un duelo; acudir por las noches para consolar y ayudar a conciliar el sueño o llevar a los niños al colegio, al que ya no volverán con esa madre o ese padre ausentes... contribuir a mantener a flote ese hogar, ahora deshecho. Si; deberían de sufrir con las víctimas y a través de su dolor llegar a la comprensión y el reconocimiento.

Deberían esculpir en la retina y en lo más profundo de su corazón cada uno de esos detalles; guardar cada lágrima en su alma y aprender a convivir con todos esos recuerdos propiciados por su terrorismo de salón. Quizás así volverían a ser humanos y jamás volverían a ensalzar, justificar o amparar la violencia; menos todavía a participar en ella. Deberían, desde el arrepentimiento sincero y su recién recuperada humanidad, solicitar el perdón de las víctimas que, ahora si, otorgarían sin dudarlo y desde la generosidad única del que ha sufrido. Un perdón concedido sin exigir nada más a cambio, excepto un mínimo respeto y algo de ese reconocimiento que sin duda merece cualquier víctima de la violencia.

Sin cómplices, sin ideólogos de pacotilla, sin descerebrados irresponsables, sin palabras necias a modo de cortina de humo o fuego de cobertura, sin toda esa violencia de salón, quizás seguirá existiendo el terrorismo... pero seguramente triunfar le resultará bastante más difícil y el dolor de las víctimas no sería tan intenso.

Por Alberto de Zunzunegui 

on Saturday, April 6, 2013

"En el sentimiento del amor existe algo singular capaz de resolver todas las contradicciones de la vida y de dar al hombre aquella felicidad total cuya consecución es el fin de la vida".
León Tolstoi

La descomposición de nuestra sociedad es el resultado de haber hecho de la incoherencia la norma, del egoísmo un motivo y del odio un voto.

Desde esa postura, hay quien convierte su vida en una reivindicación permanente en favor de un mal entendido concepto de libertad, sin darse cuenta de que, en realidad, ellos son los que se han convertido en esclavos de la sinrazón, de la mentira, del cinismo y hasta de su propia necedad. Sin darse cuenta de que la verdadera independencia es la que se consigue mediante el pensamiento crítico y la búsqueda permanente de la verdad, no en base a la que proporcionan las barreras físicas, idiomáticas, culturales o a través de la enajenación de un pedazo de tierra.

Olvidan, que promover la confrontación y recurrir a la violencia, al insulto o a la amenza, desautoriza moralmente aquello que reivindican. Olvidan que, en el mejor de los casos, la supuesta bondad de una determinada causa no es un argumento válido para obviar o llegar a omitir los aspectos éticos de nuestros actos. Olvidan, seguramente, que la sostenibilidad de nuestro bienestar personal depende de la consecución del bien común, de nuestro amor hacia los demás y que nuestro peor enemigo es, precisamente, todo ese egoísmo exacerbado. Solamente quien logra dominar al dragón del Yo hipertrofiado, empieza a descubrir la verdadera belleza de la vida y lo sencillo que puede resultar alcanzar la felicidad.

Vive y deja vivir. Vive y haz más fácil la vida a los demás. Vive y ayuda a que otros también puedan vivir con dignidad y desde la verdadera libertad... ¡VIVE!

Por Alberto de Zunzunegui