Como es sabido, los “sofistas” surgieron en la Grecia clásica del siglo V, antes de Cristo. Su nombre procede de la palabra griega “sophos”, que significa sabio o intelectual. Formaban un nutrido grupo de profesionales a los que el pueblo tenía por maestros del saber, que iban por los pueblos de Grecia haciendo uso de su retórica y dialéctica el arte de hablar y convencer a la gente. En principio, fueron muy valorados y bien pagados, porque tenían tal poder de persuasión, que eran capaces de defender en un mismo lugar y ante el mismo auditorio, una tesis y la contraria, a la vez. No les interesaba la verdad, ni les daba el más mínimo reparo de mentir ante los demás, ni de convertir en sólidos y fuertes argumentos lo que sólo eran débiles ficciones suyas que luego ellos transformaban en pretendidas verdades a su conveniencia. Sus razonamientos eran engañosos (sofisma), por las falsas doctrinas que predicaban; Y eran irresponsables, porque actuaban con oportunismo y lenidad, como verdaderos demagogos que no estaban al servicio de la verdad, sino que eran meros charlatanes y simples embaucadores que lo único que buscaban era su propio éxito en la “polis-estado” y en las asambleas públicas, para así sacar ventajas en el mercado, en el foro, en la política y en la sociedad.
Su doctrina era “subjetiva”, porque en ella sólo existía la verdad de cada uno, que no tenía por qué coincidir con la verdad de los demás, ya que eso dependía de la interpretación de cada sujeto o de las circunstancias que lo rodeaban. Era también “relativa”, al no existir para ellos ni la verdad ni la mentira, porque todo dependía del color con que se mirara. Igualmente, era “escéptica”, todo lo ponían en duda, no tenían nada como esencial o permanente, sino convencional y circunstancial, preparado para el momento; ponían en duda el hombre, la ciencia, la cultura, la moral, la religión y la filosofía. Sus enseñanzas se basaban en los espacios, las estatuas y el cosmos, pero no les interesaban las personas ni las almas. Entre los más afamados sofistas que hubo están Arquímedes, Euclides, Pericles, Sófocles, Eurípides, Herodoto, etc; como se ve, grandes matemáticos y filósofos, pero que ponían su centro de gravedad en lo material, ignorando por completo a la persona humana.
Pero esa demagogia de los sofistas, su visión mercantilista e interesada de la vida y de las relaciones sociales, su desprecio por la ética y la moral, sus oídos sordos a las personas y al pueblo, fueron pronto desenmascaradas y denunciadas por los que luego serían las figuras más brillantes del llamado Siglo de Oro de Grecia, como Sócrates, Platón, Aristóteles y otros. Surgió así una nueva etapa llamada del “giro antropológico”, porque con ella, ya no sería lo primero a valorar la tierra, la naturaleza y el cosmos, sino la persona humana, la ética y la moral. Esta nueva doctrina bajaba de las nubes para aterrizar en la tierra, donde estaba el hombre con sus problemas y necesidades, que había que resolvérselos y dejarse del cuento y la rutina de los embaucadores.
Así, para Platón, “el hombre es la medida de todas las cosas”. Si los sofistas habían llamado al arte de convencer “conducción de almas”, Platón diría que lo que habían hecho era la “captura de almas”. Para él, el sofista era un mercader de todas las cosas de las que se alimenta el alma, por eso les llamaba “cazadores de jóvenes ricos” y “mercaderes en asuntos del alma”; les reprocha que sólo enseñaran medios para alcanzar su propio fin, según su conveniencia, sin reparar en las exigencias de la moral y en que debía prevalecer la verdad sobre la mentira. Platón termina por reducir a los sofistas a la condición de simples artesanos de la persuasión en su propio provecho. En su “República” dice: “El gobernante no está para atender a su propio bien, sino al del gobernado. Los hombres de bien no están dispuestos a gobernar ni por dinero ni por honores; la política y la moral deben ir siempre juntas, nunca separadas”. Daba también Platón gran importancia a la justicia, definiéndola como “virtud de carácter general que consiste en el orden y armonía propia de un todo, sea a nivel del individuo o del Estado”. Por su parte, Sócrates, en el “Georgias”, refiere que hay dos clases de retóricas: una, la de adulación y vergonzosa demagogia oratoria; y, otra, la que trata de mejorar en todo lo posible a las personas y persigue su bien, concitando en los individuos los más bellos pensamientos. Sócrates es depositario de la “humildad”, pues siendo él el más sabio de todos, cuando los demás sabios le preguntaban que cómo podía saber tanto, él lo negaba diciéndoles: “Sólo sé que no sé nada”. Y Aristóteles, definía a los sofistas como “sinónimo de falacia, de una refutación aparente y no real, mediante la cual se defendía algo falso, con tal de dañar al adversario”. “Es imposible - decía - que logre la felicidad quien no realiza buenas acciones, y nadie las puede realizar sin virtud y sin juicio”. Y, “se puede amar al amigo y a la verdad, pero es más importante amar a la verdad que al amigo”. En Aristóteles también encontramos la concepción de la persona como ser social, sin vivir aislado. Y él también nos enseña la lógica, el juicio sereno y ponderado, el raciocinio y el sentido común.
¿Y por qué esta referencia ahora a los sofistas, tras hace ya casi 2500 años de su primera existencia?. Pues porque en muchos aspectos de la vida parece como si se hubieran vuelto a reencarnar en el mundo con iguales formas e idénticos métodos. Han cambiado en los medios, ahora más modernos, pero sus fines son los mismos. Ejemplo de ello, se tiene en la actual malversación moral de la política en muchos países, que tanto utilizan ahora la demagogia, la falacia, el engaño, la trampa, el cambalache, etc. Hoy, incluso en sociedades democráticas y en Estados que son de derecho, como el nuestro, cada vez más se recurre a la manipulación del pueblo, casi siempre valiéndose del enorme poder de los medios de comunicación y el fuerte impacto que producen. Ahora, como en la época de los sofistas, hay muchos charlatanes y muy poca seriedad ni con las personas, ni en las relaciones sociales, ni siquiera en muchas de las instituciones, ni en bastantes de sus dirigentes, que una y otra vez incumplen sus compromisos y la palabra dada al pueblo. Se gana el escaño, y hasta dentro de cuatro años. De lo que se promete en las elecciones, se hace luego exactamente lo contrario; lo que se dice hoy, mañana ya no tiene ningún valor; rara vez se es consecuente con la realidad social y las necesidades del pueblo llano; se niega una y otra vez la evidencia si perjudica a uno mismo, pero se retuercen y tergiversan las mentiras y las medias verdades para utilizarlas como armas arrojadizas contra el oponente, casi siempre con insultos, descalificaciones y malas artes, pero rara vez con sólidas razones y argumentos. Y la gente y los pueblos empiezan ya a hartarse de que se utilice el poder en propio provecho y a costa de los demás.
Ahora vuelve a estar muy en uso aquello que se creía ya desterrado del “pensamiento único” y “o se está conmigo, o contra mí”; se eleva a la categoría de incuestionable realidad lo que lisa y llanamente está vano o huero; se da una y otra vez por segura la solución de los problemas pese a que se sabe de antemano que cada día se van a complicar más; se da por bueno o positivo lo que es radicalmente negativo, según se nos decía ayer mismo; y, viceversa, hoy se presenta como malo lo que hace unos días se pregonaba como lo mejor; se juega con los sentimientos y con las necesidades vitales de las personas en lugar de ir directamente a resolver sus problemas; se entretiene a la gente con falsos espejismos, vendiéndole una y mil veces aire y humo; se da apariencia de solidez a lo que en realidad sólo es una mera entelequia; se pierde el tiempo en polémicas estériles y, en lugar de ir directamente a la raíz de los problemas y de centrarse en su solución, o en procurar el bien común, o los intereses generales y la mejora de la sociedad en general, a lo que se atiende antes que nada es a pregonar cada cual “su verdad” aunque se trate de la más obvia de las falsedades. El mundo anda así desquiciado; no sabe dónde va, y así no podemos seguir. De ahí que muchos países comiencen ya a rebelarse.
¿Y por qué ocurre todo eso?. Pues, a mi modesto juicio, porque han vuelto al escenario internacional aquellos viejos sofistas, aunque de muchos países nunca llegaran a desaparecer. Hoy lo que más importa al mundo vuelven a ser el mercantilismo, lo material y el afán de lucro, todo se vende y todo se compra, hasta la dignidad de las personas; lo que más se anhela es “tener”, “ser” y “poder”, que son el “becerro de oro” que ocupa en el centro de todas las cosas. Y aunque eso suele darse más en los regímenes teocráticos y dictatoriales, también sucede en los países en libertad, donde a veces lo único que interesa a sus dirigentes es mantenerse en el poder, y lo que menos, la persona, sus problemas y sus necesidades. La vida humana apenas vale hoy nada, la ley y la justicia se presentan a conveniencia; las virtudes morales, el respeto mutuo, los comportamientos nobles, el decoro personal, la caballerosidad y la educación, a menudo se ven suplantados por la insidia, la hipocresía, la codicia, el fraude, la chabacanería y la ordinariez. Hoy les va bien a los pillos y desaprensivos, porque serlo es visto como un mérito para poder triunfar en la vida. Y uno cree que todo eso ocurre en el mundo porque se da una pérdida constante de lo que siempre han sido valores tradicionales y fundamentales de todas las sociedades y en todos los países, como derecho, justicia, ética, moral, responsabilidad, dignidad, honestidad, solidaridad, familia, tradición, buenas costumbres, esfuerzo, mérito, capacidad, etc.
Ahora bien, uno piensa que hay que tener fe en el futuro. Siempre en todas las sociedades y en todas las épocas ha habido alternancias negativas y positivas en la vida de los seres humanos y de los pueblos; y, a pesar de todo, creo todavía en las personas de bien, en la mucha gente que aun queda honesta, íntegra, sensata y buena; de manera que, al igual que ocurrió con aquel pasado esplendoroso que en principio tuvieron los sofistas, pero que la burbuja de aire en la que se encerraban terminó por desinflarse, cayendo desplomados y quedando sepultados bajo la montaña socrática-platónica-aristotélica de la ética, la moral y el culto hacia las nobles y justas causas, pues también ahora terminará por imponerse en muchas parte del mundo, con el juicio, la razón y el sentido común de las personas, de la sociedades y de los pueblos. Vivamos, al menos, con esa esperanza.
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