on Sunday, August 28, 2011
Hace unos días todos los medios de comunicación se hacían eco del hurto del Códice Calixtino del siglo XII que, junto al Breviario de Miranda y el “Tumbo A”, se hallaba guardado bajo llave en el cajón de un armario acorazado en  las dependencias del Archivo de la Catedral de Santiago de Compostela.

Este Códice ejemplar único de incalculable valor histórico, artístico y literario está considerado como la primera guía de viajes del mundo. En su origen eran cinco libros pero, tras su restauración a mediados del pasado siglo,  consta de un solo volumen de más de doscientas páginas en pergamino. Con una caligrafía muy clara  se divide en dos apéndices y cinco partes principales, a saber. 1: Una guía litúrgica para la celebración del culto al Apóstol. 2: La narración de  distintos milagros atribuidos a Santiago. 3: El relato detallado del traslado de su cuerpo desde Jerusalén a Padrón. 4: Un panegírico de Carlomagno como conquistador y figura principal de la Francia de la Europa cristiana, y 5: Una descripción exhaustiva de las tierras que el peregrino ha de atravesar, y de las gentes con las que se cruzará en el Camino de Santiago, desde su inicio en tierras francesas hasta atravesar el Pórtico de la Gloria, a más de una bellísima descripción de la Ciudad de Santiago y de su Catedral. El pasado año el Códice fue traducido al gallego por Xosé López Díaz. 

Los Tumbos, becerros o cartularios son libros de pergamino donde se guardan los privilegios de iglesias, monasterios, catedrales etc. Generalmente son copias pero algunas, como el Códice que nos ocupa, está iluminado, con profusión de adornos y miniaturas, aunque el texto caligráfico sea en él su mayor valor.

El Tumbo A, es el primero y más antiguo  de los cinco tumbos que se conservan en ese Archivo. Encargado por el Arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez, recoge los privilegios de la Diócesis de Compostela desde el siglo IX al XVII así como una galería de miniaturas de reinas e infantas de Castilla y León. Se considera una autentica joya bibliográfica. Estaba en el mismo cajón que el Calixtino. No fue tocado ¿Por qué?

Los Breviarios eran unos libros de pergamino que incluían, de manera más o menos prolija, la descripción de los ciclos litúrgicos y sus distintas oraciones. En principio estaban en poder exclusivo de las altas jerarquías del clero. Con el paso del tiempo también algunos reyes y reinas pudieron disfrutar de su posesión. Su precio era muy elevado puesto que incluían una esmerada caligrafía, costosos adornos de plata, y miniaturas exquisitas y generalmente únicas.

El Breviario de Miranda del siglo XV, combina el texto litúrgico con representación iconográfica de numerosas fiestas religiosas, posiblemente de factura  flamenca y de una belleza y valor notables. También estaba en el mismo cajón y sin embargo tampoco fue sustraído. ¿Por qué?

La descripción del suceso en los distintos medios audiovisuales y escritos presenta, cuando menos, circunstancias chocantes para el espectador y lector medio.

El armario acorazado no fue forzado. Tres eran las copias de la llave que custodiaba estos tesoros y por tanto sólo tres personas tenían acceso a la caja fuerte. Cuando se descubrió el hurto una llave estaba puesta en la cerradura  ¿Era una de las tres? ¿Era otra copia? No se conoce la respuesta.

El Códice se consultaba siempre en presencia del Deán, pero había en la misma habitación otros documentos a los que se podía acceder sin este requisito, por lo que parece ser que el trasiego de personas por esta habitación era continuo e indiscriminado. Ninguna de las cuatro cámaras de vigilancia enfocaban directamente hacia el armario donde se custodiaba el mayor tesoro del Archivo. 

Por otra parte no hay registro de quién y cuando consultó el Códice por última vez, ni tampoco hay constancia de la hora ni del día en que fue perpetrado el hurto.

Según opinión de los expertos, en ningún archivo europeo se puede consultar un libro o escrito de estas características sin presentar una serie de documentos acreditativos de la persona que lo solicita; motivación, periodo de visitas etc., A veces en la consulta  hay hasta dos responsables presentes e incluso, en casos extremos, no se permite tocar el texto en cuestión.

Sea como fuere, y tiempo habrá para pedir responsabilidades, el problema estriba en la dificultad de dar con el paradero del Códice. Se han hecho todo tipo de cábalas y elucubraciones y la mayoría de ellas coincide en que sería de todo punto imposible incluirlo  en una subasta, ni que el que lo adquiriera por otros medios pudiera exhibirlo sin que saltaran todas las alarmas, por lo que las hipótesis barajadas son: que haya sido sustraído previo encargo de un comprador para su particular uso y deleite; que el que perpetró el crimen desconociera lo que afanaba y, al conocer  la repercusión de su acto decida trocearlo y venderlo por partes al mejor postor; que, por este u otros motivos, sea devuelto al Archivo antes o después; que......¡Cielos, de pronto, tras unos días de silencio o de descalificaciones más o menos justificadas se produce una llamada desde un teléfono público. Parece que el individuo que cometió semejante sin sentido se ha puesto en contacto con la policía y pretende devolver el Calixtino en algún templo del norte de Galicia amparado por el secreto de confesión! 

Y, de nuevo, el silencio.

Hasta aquí lo que nos ha llegado de este rocambolesco asunto que no sabemos como acabará. Sin precipitar conclusiones y con el respeto a las diligencias que haya menester, creo que merecemos conocer, cuando sea tiempo oportuno, el fondo y el final del asunto con todo lujo de detalles. Hay demasiadas preguntas que quedan sin respuesta solapadas por nuevos acontecimientos pero, en este caso, hablamos del patrimonio de todos y sea loco o cuerdo quien por defecto al no protegerlo debidamente o por exceso, al apropiarse desvergonzadamente de él debe atenerse al castigo. Que Dios, mediante la confesión, le exonere del pecado, pero que el Cesar, por el bien de todos, le haga pagar por su culpa. 

Continuará...

Por Elena Méndez-Leite

on Friday, August 26, 2011
"El hombre es el ser que necesita absolutamente de la verdad y, al revés, la verdad es lo único que esencialmente necesita el hombre, su única necesidad incondicional". José Ortega y Gasset


Interesante clase magistral del prestigioso Catedrático Antonio Millán-Puelles (1921 - 2005), en torno a los aspectos éticos y morales que justifican el interés por la búsqueda de la verdad. 

Antonio Millán-Puelles fue un reconocido filósofo y escritor español, que dedicó su vida al estudio de diversos temas trascendentales, como la libertad, la relación entre subjetividad y conciencia, el ente ideal y la relación entre metafísica y lógica, así como diversos temas de carácter social. Entre otros premios y reconocimientos, cabe destacar que fue Académico de Número de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, premio Aletheia de la Academia Internacional de Filosofía, Premio Nacional de Literatura (1962), Premio Juan March de Investigación Filosófica (1966), Premio Nacional de Investigación Filosófica (1976) y Orden Civil de Alfonso X El Sabio.

La clase se divide en dos partes: una primera, referida a las virtudes predispositivas de una duración total de algo menos de una hora y una segunda parte dedicada a las virtudes regulativas, de unos 35 minutos de duración. En total la clase dura algo más de hora y media, pero sin duda merece la pena "asistir" a esta magnífica lección de filosofía del desaparecido profesor, que en su día impartía en la Universidad de Navarra.

PARTE I: LAS VIRTUDES PREDISPOSITIVAS



PARTE II: LAS VIRTUDES REGULATIVAS
on Sunday, August 14, 2011
"Los jóvenes de hoy no parecen tener respeto alguno por el pasado ni esperanza ninguna para el porvenir". Hipócrates (escrito en el siglo IV a. C.)


Los años de progresía, junto con la destrucción de valores y el relativismo instaurado en la sociedad occidental, están incendiando Londres. Allí, de forma similar a lo que ocurre en otros muchos países de la vieja Europa, un importante sector de la juventud, ha perdido –le han arrebatado- las referencias adecuadas. 

Una educación empobrecida en favor de lo supuestamente útil o inmediato; la contemplación del esfuerzo, el sacrificio y la dedicación como algo nocivo para la salud o lo que es peor, para nuestra felicidad; la destrucción y el acoso a la familia; el nefasto ejemplo de padres y adultos en general; el desprecio por cualquier tipo de espiritualidad y la lesiva política del subsidio a cambio de nada, han convertido a una parte de la juventud europea en seres desarraigados de la vida, que apenas son capaces de vislumbrar, a través del cristal translúcido de la ignorancia y la incertidumbre, sus responsabilidades y un futuro que nunca acaba de llegar. Una juventud atrincherada en los agujeros de la droga y el alcohol; algunos, los que pueden permitírselo, extraviados en los abismos del consumismo incoherente, en la utilización inadecuada de las nuevas tecnologías, o en las modas de pachanga, vocingleras y extremadamente volátiles. Otros sencillamente convertidos en peleles de políticos sin escrúpulos, que no dudan en alimentar todo este despropósito, con la única finalidad de manipular a esa juventud para que contribuya a conseguir sus objetivos electorales.

Ante ese panorama no resulta extraño verles quemar y asaltar comercios, desvalijar a personas heridas sin el más mínimo asomo de consideración o remordimiento, o incluso llegar a agredir a los garantes del orden público, cuya autoridad es continuamente menoscabada por la permisividad de los políticos, la laxitud de los gobernantes y la ausencia de criterio e independencia en la justicia. Al final se ha llegado a confundir la tolerancia con el todo vale, el respeto con el relativismo y la obediencia cívica con la insumisión indigna, hasta terminar por extraviar toda consideración hacia lo ajeno e incluso por lo propio, perdiendo con ello la dignidad. En realidad, lo extraño ante este panorama, es que algunos de esos jóvenes no se quemen ellos mismos a lo bonzo, algo que quizás sea tan sólo una cuestión de tiempo.

Afortunadamente, en España todavía no hemos llegado a esos extremos, pero las consecuencias de la crisis –en especial la que se refiere a los valores- ya son realmente dramáticas para cientos de miles de jóvenes, y pueden desembocar en graves desórdenes sociales, similares a los de Londres. En realidad, algunos ya han iniciado su andadura por la senda de caos y la lesión de derechos ajenos, amparados en su supuesta indignación y desde la más absoluta ausencia de autocrítica: la culpa siempre es de otro... siempre serán otros los causantes de su desgracia y únicamente se exigen derechos, sin asumir responsabilidades. Quizás también han olvidado que "la juventud no es un tiempo de la vida, es un estado del espíritu", como escribía con acierto Mateo Alemán hacia finales del siglo XVI. Precisamente el desconocimiento y el olvido parecen formar parte la nueva filosofía presente en el ágora, entre otras cosas porque ya nada se enseña en la academia, que aunque sigue abierta, hace ya muchos años que cerró sus puertas a la cultura, a los valores y a la esencia de lo que debería ser la razón: el pensamiento crítico.

Y en medio de todo ese panorama, no sólo nos permitimos el lujo de renunciar a cualquier cosa que apunte un mínimo de cordura, seriedad o espiritualidad, a algo que contribuya a recobrar el sentido común y los valores extraviados, a cualquier cosa que nos salve del holocausto que parecemos empeñados en buscar sin descanso y de manera absolutamente irresponsable, sino que además una parte importante de nuestra sociedad se dedica a atacar de manera virulenta, compulsiva, irreflexiva, absurda e intolerante, la próxima visita del Papa a Madrid, en un patente ejemplo de las cotas de degeneración y manipulación que estamos alcanzando.

Seguramente para la mayoría de los que aúllan de resentimiento, o rebuznan de intolerancia ante la visita del Papa a España, les parecerá más importante y más justificado balar de placer ante los encuentros deportivos convocados alrededor del césped, el balón y una infinidad de negocios millonarios, de los que únicamente participan en calidad de meras comparsas... o gemir de regocijo ante los vomitivos programas "del corazón" y toda la merienda de valores que se organiza en cada una de sus tertulias... o aplaudir con profusión a los nuevos héroes y heroínas de cocaína, silicona y botox, que con sus abultados befos, pómulos y ubres, rebosan pantallas y revistas hasta derramar su superficialidad e inconsistencia por todas partes... o encumbrar sobre sus propias espaldas –algunos sobre sus nalgas- a los semidioses, pseudo-intelectuales y espabilados que frecuentan algunos medios de comunicación... o reír a mandíbula batiente ante la chabacanería y la procacidad contenida en algunas de las más taquilleras películas de “nuestro cine”, por el que los españoles pagamos cerca de 90 millones de Euros al año, además de la entrada cuando acudimos a una sala... o alardear de modernidad y tolerancia ante las exóticas caravanas, paradas y desfiles de homosexuales, travestidos y “curiosidades” de diferente signo y condición, que paralizan la vida de nuestras ciudades y cuyo coste también sufragamos todos los españoles... o apartar la vista con indiferencia ante las cantidades pornográficas que se dilapidan por el sumidero de la corrupción y el boato de cualquier recién llegado a cargo público... o ignorar las cifras que arroja el BOE a nuestra conciencia y la cara de todos los que hacen cola ante las oficinas de empleo o los comedores de CARITAS, maquilladas tras infinidad de organizaciones no gubernamentales de más que dudosa utilidad y creadas muchas veces por verdaderos mangantes organizados...  o ante esos sindicatos repletos de liberados, que en la mayoría de los casos significa lisa y llanamente cobrar por no ir a trabajar, por no hacer cosa alguna.

Y a muchos de ellos les parecerá que la ingente cantidad de dinero que devora toda esta maquinaria, diseñada para anular voluntades y acallar conciencias, está perfectamente justificada y que quienes viven de ello tienen todo el derecho del mundo a cobrar, gastar, dilapidar y disfrutar los millones de Euros que nos cuesta a los españoles, en nombre de la libertad, la modernidad, los derechos y la pluralidad. Probablemente todos ellos pensarán que su pasatiempo, inclinación, afición, filosofía, o creencia debe ser consentida, aceptada, tolerada, respetada e incluso sufragada por el resto de los ciudadanos, aún en el caso de que otros no las compartamos o estemos abiertamente en contra. Y hasta es muy posible que algunos de los que acudirán próximamente a gritar contra el Papa, vayan con cierta frecuencia al fútbol; vean con deleite y buenos ojos los cotilleos de la televisión; idolatren a los iconos de cocaína, silicona y botox; jaleen las incoherencias y la supuesta cátedra de los que hablan habitualmente a través de un micrófono por el mero hecho de hacerlo; sean incondicionales del cine español sin otro mejor criterio; se disfracen para ir sobre una carroza pidiendo tolerancia y comprensión para su afición, creencia, inclinación, filosofía o problema; participen de la corrupción; vivan montados sobre una ONG desde hace años, o hasta sean afiliados de un sindicato. 

Mientras todo esto ocurre, la mayor parte de nosotros, independientemente de que estemos a favor o en contra de todo ello y del despilfarro indecente que con frecuencia conllevan todas estas inconsistentes manifestaciones de nuestra sociedad en nombre de la pluralidad, callamos, aceptamos y toleramos mansamente el ejercicio absurdo y desnortado de esta democracia fallida y mal entendida.

Por eso, lo mínimo que cabe exigir es reciprocidad y el mismo respeto que nosotros no dudamos en conceder a nuestros conciudadanos, más aún si cabe, cuando el fondo del mensaje de esta Jornada Mundial de la Juventud, no habla sino de encuentro, solidaridad, generosidad, paz, humanidad, valores y espiritualidad, algo que se hace patente en cada grupo de peregrinos provenientes de los cuatro puntos cardinales del planeta, en la ilusión y alegría que reflejan sus caras y en los ejemplos que se suceden de sincera devoción, de manera abierta y espontánea. 

Y aún pudiendo llegar a conceder -en virtud de esa mal entendida pluralidad, que no del sentido común- que la espiritualidad que encierran estas jornadas o su mensaje pudiera situarse al mismo nivel que la superficialidad de esos otros muchos eventos o creaciones de nuestra errática sociedad, que la Iglesia Católica se pueda equivocar en algunas cosas, o incluso asumiendo la falibilidad del Papa Ratzinger, nuestros derechos recíprocos, el mensaje del cristianismo y la impagable labor social que realiza la Iglesia en todo el mundo, distan mucho de merecer la bronca que se esta organizando ante estas jornadas y mucho menos que alguien pueda siquiera llegar a convocar una manifestación en contra. Una bronca que únicamente se entiende desde esa destrucción de valores y desde el hostigamiento irresponsable, que a la postre termina por crear una juventud y una sociedad con las referencias extraviadas, capaz de cometer los peores actos vandálicos, tal y como esta ocurriendo en Londres. 

Luego, cuando ardan nuestras calles, alguien se preguntará “cómo hemos podido llegar a esta situación”... sin darse cuenta de que quizás él o ella también participaron de todo este despropósito, que nuestra sociedad ha llegado a convertir en algo cotidiano y cuyo paroxismo son, precisamente, las manifestaciones contra el Papa. Por encima de cualquier creencia o tendencia filosófica o religiosa, todo ello constituye una verdadera ofensa, no ya sólo para aquellas personas que nos consideramos cristianos o católicos, sino para cualquiera que pretenda defender los derechos inalienables de todo ciudadano, para la razón y para el más elemental sentido común. Algunos deberían meditar profundamente sobre esta cuestión: si algo de estas jornadas no les gusta, basta con no participar. Nadie esta obligado a hacerlo y la libertad y la tolerancia que otros respetamos y ejercemos de forma efectiva, permiten que ello sea posible.

Por Alberto de Zunzunegui

on Thursday, August 11, 2011
A la hora señalada, las seis y media de la tarde de este sábado aún lleno de luz, cerré los ojos, agarré muy fuerte la mano de la abuela y me planté de nuevo en nuestro Boulevard de San Sebastián. Caminábamos muy juntas entre una multitud de gente que, al igual que nosotros, procedía de mil y un lugares distintos y distantes. Hace catorce años que asesinaron a un hombre joven, lleno de vida e ilusiones,  y nos habíamos reunido allí para compartir el dolor de todo un pueblo que gritaba a los cuatro vientos ¡BASTA YA!

De pronto comprendí que mi imaginación me había jugado una mala pasada, efectivamente era sábado, pero un sábado de hacía más de  cincuenta años. Había mucha gente, pero paseaba tranquila y bulliciosa, se acercaba a la tómbola, saludaba a los amigos y respiraba en paz. 

Mañana, antes del baño, iríamos al Buen Pastor, y el lunes, como siempre, subiríamos en el funicular a Igueldo para montar en el carrito del pony,  ya que en la montaña suiza-que no rusa- las abuelas no nos suelen dejar.  Al atardecer cambiaríamos cromos en Ondarreta y al día siguiente -¡ay, que no llueva!- cogeríamos el tren a Rentería, a Zumaya o a Hernani, y ¡a merendar! Así es como entonces, verano tras verano, pasábamos los días y, sin darme apenas cuenta, se me fue enganchando el alma a esta preciosa ciudad. 

Mis recuerdos de las vacaciones en "Sanse" son todos hermosos. Los de mi primera niñez brotan imprecisos, tiernos y hasta con su pizca de sal y de pimienta, porque aquella niña de ojos grandes y genio endemoniado, era entonces difícil de gobernar: Los paseos al atardecer por la Concha; el amanecer de los días lluviosos; el olor a sal; los escaparates de ensueño; los chistularis que, a menudo, encontrábamos por el Casco Viejo y, lo que aún hoy continúa chocándome, ni una sola imagen turbadora o extraña, ni una pena sufrida, ni un mal gesto. A los niños y jóvenes de entonces nos mantenían en una estufa almohadillada contra el dolor.

La memoria de mi adolescencia, adquiere mayor cuerpo y nitidez, implica un enamoramiento paulatino de la ciudad y de sus gentes. Recuerdos de los caseríos entre montañas verdes y frondosas y de esa bendita mar enfurecida y bravía del Cantábrico persiguiendo al Urumea y bañando de espuma el puente de Santa Catalina. De aquellas tardes de espera, los días del Festival de Cine, hundida e ignorada en los sillones del María Cristina, mientras los periodistas disparaban sus flashes, y las actrices  del momento pasaban junto a mí, recorriendo luego la alfombra roja que les separaba del Victoria Eugenia y dejando un halo de glamour y fantasía que me acompañaba durante el camino de regreso a casa de una querida amiga nuestra, que confeccionaba los sombreros más bellos que he visto en mi vida. Allí me alojaba yo mientras mis padres asistían al Festival y allí me encontraba la hora bruja de la noche asomada al balcón del cuarto piso, viendo todos aquellos tejados y tejadillos familiares, por los que merodeaban gatos de variopinto pelaje, acompañando mis horas de ensoñación y poesía.   
  
La vida ha ido pasando, o nosotros por ella, y tan solo he vuelto allí en una ocasión. Dicen que no se debe volver a los sitios en los que se ha sido feliz, y yo temía que el idílico recuerdo que conservaba de Donosti, se quebrara como un cristal. Nada más lejos de la realidad. Nunca he sentido mayor paz y sosiego que al volver a recorrer las calles de mi bellísima San Sebastián, de la que puedo decir, después de que los años me hayan llevado por rutas tan dispares, y a pesar de que la estufa de mi niñez saltara en mil pedazos, que sigue siendo para mí la ciudad amada. ¡La Bella Easo es ya para siempre mi Brigadoon!

Por todo este bagaje de viejas emociones, abro hoy los ojos a la realidad, en este sábado del año 2011, en el que aún quedan vestigios de salvajes por estas tierras nobles de nuestra España toda, en el que a tantos compañeros del alma les han segado la vida o la esperanza, en el que tantos niños se quedaron huérfanos de la noche a la mañana y sin sentido; en el que no hay palabras en ningún diccionario del mundo capaces de aliviar tanta injusticia, tanto dolor, tanto terror absurdo. 

Con los ojos bien abiertos sí, me uno a todos los españoles de bien, ya sean vascos, gallegos, catalanes, castellanos o ceutíes, mallorquines, asturianos o cántabros, andaluces o extremeños, valencianos, murcianos, aragoneses, navarros, madrileños, melillenses, canarios o riojanos. Ninguna de nuestras regiones se ha librado, de alguna u otra manera, del zarpazo propiciado por la fiera terrorista. En espíritu, me uno a la protesta de la razón contra la fuerza, con el único medio que anima y sostiene a los hombres de bien: con la palabra. Nos ha costado mucho conseguir que este trozo de piel de toro acoja en sus entrañas a todos por igual, que cada cual exprese sus ideas con la frente  bien alta y sin rebozo, que caminemos juntos por las calles de un próspero país que fue capaz de reinventar la paz y la confianza a golpe de esfuerzo, renuncia y tolerancia. Entre todos los que estamos en la orilla de la libertad, y porque somos casi todos, tenemos que conseguir desterrar a ese puñado que intenta arrebatarnos un pedazo de nuestra España y el derecho a una vida común y en paz, bien sea  con un tiro en la nuca, con un coche bomba, o con el silencio cómplice que ampara el terror. Son muchas ya las veces que he dejado en estas páginas amables, los ecos de remembranzas, y vivencias, arropadas por un talante de sencilla cordialidad, pero hoy el dolor se me agolpa en los sentidos y, por ello, quiero que sepan que seguimos en pie, que no es más valiente el que no tiene miedo, sino el que es capaz de sobreponerse a él para defender aquello en lo que cree y por lo que se ha ido dejando jirones de piel en esta lucha. Mientras que a uno solo de nuestros hermanos le destrocen la vida en cualquier rincón de nuestra tierra, saldremos a las calles sin antifaz y a cara descubierta, lloraremos por los que nos han arrebatado, y luego a seguir con nuestra vida, cada cual en lo suyo sin desmayo, disfrutando cada día, como si fuera el último, de todo lo que tenemos, y trabajando serena y duramente, esperando confiados en que llegue pronto el día en el que ya no tengamos que paladear el amargo sabor del terror al despertar.

Por Elena Méndez-Leite

on Wednesday, August 3, 2011
"Los primeros reyes fueron los mejores emitiendo juicios, porque hacían de los principios morales el punto de partida para todas sus empresas y la base de todo lo que era beneficioso. Sin embargo, este principio es algo que las personas de inteligencia media nunca respetan. Al no respetarlo, carecen de conciencia, y al carecer de conciencia, persiguen el beneficio. Pero, mientras persiguen el beneficio, les es absolutamente imposible tener la certeza de alcanzarlo". Lü Buwei (291 - 235 a.C.)


Hace unos meses, mientras participaba en el I FORO DE LIDERAZGO EMPRESARIAL Y HUMANISMO, celebrado en el incomparable marco de Santo Domingo de Silos, un conocido compañero de mesa nos habló en su ponencia sobre el Capitalismo Humanista. Aquellas palabras captaron inmediatamente mi atención, pues me pareció que se estaba abordando -por fin- uno de los retos más difíciles que nuestra civilización tiene todavía por resolver, especialmente si quiere sobrevivir a sí misma. 

Sin embargo, a medida que se iba desarrollando la intervención y se iba profundizando en los planteamientos que daban lugar al término, no pude evitar una cierta desazón, pues me daba la sensación de que aquello no formaba parte sino de una magnífica y brillante estrategia diseñada para contribuir, seguramente de forma eficaz, a alcanzar ese objetivo unívoco que ha prevalecido en el mundo empresarial hasta el momento actual, que no es sino el que esta más directamente relacionado con la maximización del beneficio -con el qué voy a obtener-, que con una verdadera intención de contribuir en algún sentido a humanizar nuestra sociedad, de manera profunda, efectiva y duradera. 

Por descontado, es muy posible que aún así cualquier paso dado en esa dirección pueda ser positivo, o al menos, la sensación que le queda a uno, es que las condiciones del entorno han comenzado a cambiar y ya se empieza a exigir que las empresas -sobre todo las grandes empresas- devuelvan a la sociedad una parte de lo que obtienen de ella, en base a la denominada responsabilidad social corporativa. 

En general nadie duda sobre la bondad o la utilidad de los programas y auditorias implementados, o respecto de las diferentes fundaciones y los numerosos programas sociales que de ellas se derivan, pero aún así, a lo que realmente deberíamos llegar como sociedad, es a una revisión de la filosofía de la empresa y sus últimos objetivos, que ante todo deberían orientarse hacia una clara vocación de servicio -de qué forma contribuyo- y como consecuencia de ello, derivarse un determinado beneficio económico para el empresario o los accionistas. La máxima de que “el objetivo de la empresa es ganar dinero” resulta tremendamente obsoleta, anacrónica e insolidaria, en un mundo que pretende ser más justo, más equilibrado y sobre todo, realmente y necesariamente, sostenible. La empresa, cualquier empresa, debería contribuir en todo momento al mantenimiento, la evolución y la sostenibilidad de la sociedad y como consecuencia o a cambio de ello, recibir una justa compensación y a la vez tratar de que la misma sea razonable y en la medida suficiente, de forma que haga viable el proyecto empresarial, que también debería ser sostenible. 

Por desgracia, creo que aún nos queda mucho camino por recorrer para llegar a un verdadero "Capitalismo Humanista"... si es que ambos términos pudieran llegar un día a conciliarse. Entre otras cosas, todavía tenemos pendiente revisar los valores, las motivaciones y los principios sobre los que estamos construyendo nuestra sociedad y mientras no hayamos resuelto ese proceso, difícilmente podremos pensar que nuestras empresas responderán a nada más que no sea una maximización de lo propio, o que lo propio responda a algo más que no sea la obtención de beneficios económicos. 

Para generar interés por lo ajeno, para pensar en dar antes que recibir, para asumir responsabilidades antes que exigir derechos, para que la generosidad prevalezca sobre el egoísmo, o para que la rentabilidad de una empresa se mida en algo más que en números y contribuya verdaderamente a la sostenibilidad de nuestra sociedad y nuestro planeta, debemos primero construir un mundo en donde el dinero no sea un fin en si mismo, ni el objeto sobre el cuál hacemos girar la mayor parte de nuestra existencia. Al fin y al cabo, las empresas no son sino un fiel reflejo de lo que somos y de aquello que anhelamos por encima de todo.

Por Alberto de Zunzunegui