"Los primeros reyes fueron los mejores emitiendo juicios, porque hacían de los principios morales el punto de partida para todas sus empresas y la base de todo lo que era beneficioso. Sin embargo, este principio es algo que las personas de inteligencia media nunca respetan. Al no respetarlo, carecen de conciencia, y al carecer de conciencia, persiguen el beneficio. Pero, mientras persiguen el beneficio, les es absolutamente imposible tener la certeza de alcanzarlo". Lü Buwei (291 - 235 a.C.)
Hace unos meses, mientras participaba en el I FORO DE LIDERAZGO EMPRESARIAL Y HUMANISMO, celebrado en el incomparable marco de Santo Domingo de Silos, un conocido compañero de mesa nos habló en su ponencia sobre el Capitalismo Humanista. Aquellas palabras captaron inmediatamente mi atención, pues me pareció que se estaba abordando -por fin- uno de los retos más difíciles que nuestra civilización tiene todavía por resolver, especialmente si quiere sobrevivir a sí misma.
Hace unos meses, mientras participaba en el I FORO DE LIDERAZGO EMPRESARIAL Y HUMANISMO, celebrado en el incomparable marco de Santo Domingo de Silos, un conocido compañero de mesa nos habló en su ponencia sobre el Capitalismo Humanista. Aquellas palabras captaron inmediatamente mi atención, pues me pareció que se estaba abordando -por fin- uno de los retos más difíciles que nuestra civilización tiene todavía por resolver, especialmente si quiere sobrevivir a sí misma.
Sin embargo, a medida que se iba desarrollando la intervención y se iba profundizando en los planteamientos que daban lugar al término, no pude evitar una cierta desazón, pues me daba la sensación de que aquello no formaba parte sino de una magnífica y brillante estrategia diseñada para contribuir, seguramente de forma eficaz, a alcanzar ese objetivo unívoco que ha prevalecido en el mundo empresarial hasta el momento actual, que no es sino el que esta más directamente relacionado con la maximización del beneficio -con el qué voy a obtener-, que con una verdadera intención de contribuir en algún sentido a humanizar nuestra sociedad, de manera profunda, efectiva y duradera.
Por descontado, es muy posible que aún así cualquier paso dado en esa dirección pueda ser positivo, o al menos, la sensación que le queda a uno, es que las condiciones del entorno han comenzado a cambiar y ya se empieza a exigir que las empresas -sobre todo las grandes empresas- devuelvan a la sociedad una parte de lo que obtienen de ella, en base a la denominada responsabilidad social corporativa.
En general nadie duda sobre la bondad o la utilidad de los programas y auditorias implementados, o respecto de las diferentes fundaciones y los numerosos programas sociales que de ellas se derivan, pero aún así, a lo que realmente deberíamos llegar como sociedad, es a una revisión de la filosofía de la empresa y sus últimos objetivos, que ante todo deberían orientarse hacia una clara vocación de servicio -de qué forma contribuyo- y como consecuencia de ello, derivarse un determinado beneficio económico para el empresario o los accionistas. La máxima de que “el objetivo de la empresa es ganar dinero” resulta tremendamente obsoleta, anacrónica e insolidaria, en un mundo que pretende ser más justo, más equilibrado y sobre todo, realmente y necesariamente, sostenible. La empresa, cualquier empresa, debería contribuir en todo momento al mantenimiento, la evolución y la sostenibilidad de la sociedad y como consecuencia o a cambio de ello, recibir una justa compensación y a la vez tratar de que la misma sea razonable y en la medida suficiente, de forma que haga viable el proyecto empresarial, que también debería ser sostenible.
Por desgracia, creo que aún nos queda mucho camino por recorrer para llegar a un verdadero "Capitalismo Humanista"... si es que ambos términos pudieran llegar un día a conciliarse. Entre otras cosas, todavía tenemos pendiente revisar los valores, las motivaciones y los principios sobre los que estamos construyendo nuestra sociedad y mientras no hayamos resuelto ese proceso, difícilmente podremos pensar que nuestras empresas responderán a nada más que no sea una maximización de lo propio, o que lo propio responda a algo más que no sea la obtención de beneficios económicos.
Para generar interés por lo ajeno, para pensar en dar antes que recibir, para asumir responsabilidades antes que exigir derechos, para que la generosidad prevalezca sobre el egoísmo, o para que la rentabilidad de una empresa se mida en algo más que en números y contribuya verdaderamente a la sostenibilidad de nuestra sociedad y nuestro planeta, debemos primero construir un mundo en donde el dinero no sea un fin en si mismo, ni el objeto sobre el cuál hacemos girar la mayor parte de nuestra existencia. Al fin y al cabo, las empresas no son sino un fiel reflejo de lo que somos y de aquello que anhelamos por encima de todo.
Por Alberto de Zunzunegui
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